Caminaban dos monjes, de regreso hacia su monasterio, cuando les sorprendió la noche. Se habían demorado bendiciendo al hijo recién nacido de una pareja de campesinos que también les pidieron que bendijeran su casa y su rebaño.
Los monjes lo hicieron de buen grado y compartieron un chupito de sake con la joven pareja. El marido, de joven, había practicado en un monasterio y continuaba la meditación junto con su mujer, en la mañana y en la noche.
Uno de los monjes era ciego y lo guiaba su compañero, más joven y aguerrido.
-No temas, hermano, agárrate a mi brazo y yo te guiaré, con los ojos bien abiertos, para protegerte contra los demonios del bosque- le dijo muy resuelto.
Cuando se adentraron en el bosque, una serie de ruidos y una extraña presencia paralizó los pies del joven monje que no acertó a decir palabra.
-¿Qué sucede, hermano? - preguntó el monje ciego - Has enmudecido. Siento tu mano paralizada en mi brazo.
El joven, lleno de fuerza y con una vista excelente, no podía articular palabra, por el terror que le invadía ante las sombras envolventes y la furia que imaginaba en los árboles frondosos. Entonces, el monje ciego, agarró por el brazo con gentileza a su amigo y le dijo
-No temas, yo te guiaré. Apóyate en mí y procura cerrar tus ojos.
Una especie de monstruo se alzaba en medio del sendero y el joven monje lo veía, pues no se fiaba de cerrar los ojos. Crispado por el terror, se aferraba con las dos manos al brazo del ciego que caminaba con paso firme y sin miedo alguno. El monstruo se alzó para devorarlos, pero el monje ciego, como no lo veía, avanzó por el camino del medio y condujo al joven, pálido y con la boca seca, fuera del bosque.
Cuando hubieron cruzado el bosque, al llegar al monasterio y antes de que sus puertas se abrieran, el monje ciego, sonriente, con toda tranquilidad y afecto, hizo que el joven se soltara de su brazo y se cogió a él, retrasándose un paso y haciéndose guiar.
(Tomado de "Bailaré Claqué sobre tus Sombras", de José Carlos García Fajardo)
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