Nuestra Propia Canción





Cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeres y juntas rezan y meditan hasta que aparece la canción del niño.
 
Ellas saben que cada alma tiene su propia vibración que expresa su particularidad, unicidad y propósito. Las mujeres encuentran la canción, la entonan y cantan en voz alta. Luego retornan a la tribu y se la enseñan a todos los demás. 

Cuando nace el niño, la comunidad se junta y le cantan su canción.


Luego, cuando el niño va a comenzar su educación, el pueblo se junta y le canta su canción. 

Cuando se inicia como adulto, nuevamente se juntan todos y le cantan.


Cuando llega el momento de su casamiento, la persona escucha su canción en voz de su pueblo.

 Finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, la familia y amigos se acercan a su cama y, del mismo modo que hicieron en su nacimiento, le cantan su canción para acompañarle en el viaje.


En esta tribu, hay una ocasión más en la que los pobladores cantan la canción.
Si en algún momento durante su vida la persona comete un crimen o un acto social aberrante, se le lleva al centro del poblado y toda la gente de la comunidad forma un círculo a su alrededor. Entonces... le cantan su canción.

La tribu sabe que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo, sino el amor y el recuerdo de su verdadera identidad. Cuando reconocemos nuestra propia canción, ya no tenemos deseos ni necesidad de hacer nada que pudiera dañar a otros.

Tus amigos conocen tu canción, y te la cantan cuando la olvidaste. 
Aquellos que te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes o las oscuras imágenes que a veces muestras a los demás. 
Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo, tu totalidad cuando estás quebrado, tu inocencia cuando te sientes culpable, tu propósito cuando estás confundido.

"No necesito una garantía firmada para saber que la sangre de mis venas es de la tierra y sopla en mi alma como el viento, refresca mi corazón como la lluvia y limpia mi mente como el humo del fuego sagrado".

 (De Tolba Phanem, poetisa africana). 

LA ROSA Y EL SAPO

Había una vez una rosa roja muy hermosa y bella. Se sentía de maravilla al saber que era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, se daba cuenta de que la gente no se acercaba, que  la veían de lejos.

Un día, se dió cuenta de que, al lado de ella, siempre había un sapo grande y oscuro y que era por eso que nadie se acercaba a mirarla de cerca. Indignada ante lo descubierto, le ordenó al sapo que se fuera de inmediato. El sapo, muy obediente, dijo:




-Esta bien, si así lo quieres...





Poco tiempo después, el sapo pasó por donde estaba la rosa y se sorprendió, al verla totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Le dijo, muy preocupado:

-Te veo muy mal. ¿Qué te pasó?

La rosa contestó:

-Es que desde que te fuiste las hormigas me han comido, día a día, y nunca pude volver a ser igual

El sapo sólo contesto:

-Claro, cuando yo estaba aquí, me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la más bella del jardín. 



Fuente: EL CIELO EN LA TIERRA 

El Mantra "OM"








¿Qué significa?











 La sílaba “Om”, del sánscrito, representa, para el Yoga, la vibración primordial de todo el Universo. Es un concepto abstracto, pero análogamente a la teoría moderna del Big Bang o estallido primordial del Universo, “OM” es la vibración original de donde proviene toda la creación. En sí, “OM” es una vibración cuya interpretación audible se traduce en “Om”. 

Es el mantra o sonido más poderoso de todos los mantras. Por medio de la meditación en “Om” el Yogui alcanza el estado de liberación o “moksha”. Se utiliza como un poderoso sonido abstracto (sin objeto de representación) en la meditación. 

Por medio de la repetición mental de la sílaba “Om” la mente se va volviendo cada vez más firme y estable, sus olas se calman y se deja traslucir el fondo del océano de paz y felicidad infinita o “ananda”.


 ¿Cuándo practicarlo?

Les recomiendo recitar el Om para aumentar la energía del cuerpo sutil, después de una intensa meditación. Esta semilla se sembrará en tu mente iluminada por la meditación y mantendrá a Bodhichitta (mente clara de los budistas tibetanos), permeable y alerta. Al pronunciarlo, sentirás la apertura del centro ajna que revelará su color azul índigo violeta. Déjate bañar por la vibración sonora y cromática. Observa cómo, en el interior de tu frente, manchas de color violeta suspenden los pensamientos y te abres hacia la mente sin límites, al espacio del chidakash dharana.

Permanece y profundiza en ese espacio ilimitado. Abre tu mente, capa  tras capa, libera tus condicionamientos mentales, para recibir en tus manos la sabiduría de tu mente intuitiva que, a partir de hoy, será la compañera de tu mente racional.

Fuente: El Cielo en la Tierra




Puedes entrar en  su sonido, desde el Tibet y acompañado de cuencos tibetanos, en este video:






ABSOLUTAMENTE NADA





Nos sentimos culpables por estar separados. La separación inventa el “yo” como entidad que está fuera del mundo. El “yo” es el juez del mundo.


Por supuesto, ambas cosas, el mundo y el yo, son un invento.


No estás separado del mundo ni el mundo está separado de ti. Queremos estar separados para conseguir un beneficio “propio”. Esto configura una situación absurda: una persona quiere tener vida “propia” y con ello está cercenándose de la vida, puesto que la vida es totalidad y no es patrimonio exclusivo de alguien separado de ella.


Al descubrir este sentimiento de separación, aparece también el sentimiento de culpabilidad. Nos sentimos culpables por estar separados y entonces, echamos la culpa a los demás. Los padres, la sociedad, el mundo, etc.


Todo lo cual refuerza la separación.


El trabajo del ego es, precisamente, el de proyectar la culpa. Por eso, el ego inventa al mundo, para inventarse a sí mismo como juez del mundo.


Lo cómico de todo esto es que no existe tal separación. Es nada más que un mundo imaginario. Por más que quieras imaginarte separado de la vida, eres vida y nada puede separarte de ella puesto que todo es vida. Por lo tanto, no existe tal cosa como “culpa”. ¿Cómo vas a sentirte culpable de una separación que no existe? Además, ¿quién se habría de sentir culpable?


Eso es lo que nos aterra: no somos absolutamente nada. Pero ser absolutamente nada consiste, al mismo tiempo, en ser absolutamente todo.


“Ah, no, pero yo quiero tener mi reducto especial, mi cueva privilegiada, mi mundo separado del mundo”, proclama el ego.


Por eso vive tan mal, el pobre. Está tratando de sostener a toda costa un mundo imaginario, una vida separada, y mientras tanto, mientras se empeña en tales afanes, la vida entera está llevándolo hacia la vida entera, de paseo. En consecuencia, el ego vive sufriendo, porque pretende un mundo separado y no existe manera de que pueda estar separado.


Nos aterra descubrir que inventamos un mundo para beneficio propio (el ego) y que somos sus servidores. Estamos sirviendo a un dios de barro en lugar de servir a la vida, siendo vida.


Pero el ego es tramposo. Para no quedar en descubierto y poner en evidencia que tan sólo es una idea, un ente imaginario, en lugar de aceptar eso, en lugar de admitir que es una fantasía, de inmediato le echa la “culpa” de todo a los demás. Ustedes tienen la culpa de mi sufrimiento, de todo este sentimiento de separación, de toda esta vida.


Es inútil. No existe tal separación. Somos la vida misma. Y si no existe tal separación, tampoco existe el ego. Ni el tuyo ni el de nadie, porque no existe ninguna persona como tal, como ente separado. Simplemente, somos vida. No “esta” vida separada de todas las otras. Queda en claro que no existe más que una sola vida, la totalidad.


Este es el mazazo definitivo para el ego. Quedar al descubierto es como ser una gota de agua que cae en el mar de la inocencia.


El ego es el enemigo declarado de la inocencia. Su existencia imaginaria consiste en culpar a todos y a todo de lo que está pasando en un mundo inventado por el propio ego para sentirse autónomo y separado.


En eso consiste la liberación. En destronar al juez del mundo. Y con eso, desaparecen el juez y el mundo. Sólo queda la vida entregándose a la vida. El amor mismo.

DECÁLOGO DEL CAMINANTE


Primero. Ten sueños, metas e ideales. Conceden sentido a tu andar y marcan el norte a tu brújula vital. Justifican el esfuerzo que realizas. La sensación de acercarte a ellos te proporcionará felicidad en tu camino.
  

Segundo. Que esa meta te estimule, que no te aplaste. Metas más allá de tus posibilidades pueden frustrarte. Por el contrario, metas demasiado cortas pueden acomodarte y hastiarte. Deben conseguir que te esfuerces para dar lo mejor de ti, pero no amargarte ni alienarte.


Tercero. La felicidad no se concentra en el preciso instante de cruzar la meta, hay que saber encontrarla en cada etapa del camino. No la difieras en exclusiva al futuro logro de tus objetivos, disfruta de las pequeñas cosas de cada jornada. Establece metas intermedias; superarlas te estimulará y te reafirmará en el camino correcto.
 
Cuarto. A meta alcanzada, nueva meta planteada. Evitarás el hórror vacuo de una vida sin proyecto ni norte. Esas nuevas metas no solo deben conjugarse con el más y más, sino con lo diferente y, sobre todo, con lo mejor.

Quinto. Apóyate en el bastón de tu talento, guíate por la brújula de tus sueños e ideales, y planta tus botas sobre la realidad. Los viejos caminantes saben que para llegar lejos deben marchar paso a paso, mirando al suelo para no tropezar, pero elevando la mirada a las estrellas para marcar el rumbo a seguir. Que tu inteligencia e intuición te ayuden a escoger la ruta más adecuada en las muchas bifurcaciones que se te presentarán cada día.

Sexto. El camino tiene sentido en su conjunto. Integra en él los capítulos duros, de dolor y sufrimiento. Aislados, te amargarán; insertos en tu vida entera adquirirán sentido. Lo comprenderás cuando tengas suficiente altura de miras como para poder comprender tu propio camino pasado y sepas aprovecharlo para el que aún te queda por recorrer.

Séptimo. Los demás caminantes reconocen en ti al personaje que tú proyectas. Eres lo que haces y no como piensas que eres. Raymond Carver escribió que "Tú no eres tu personaje, pero tu personaje sí eres tú". El personaje que los demás ven, es más real que la persona que tú te consideras en tu interior. Presta atención a lo que en verdad haces, y no te autojustifiques con la excusa de lo que piensas que eres.

Octavo. La coherencia entre tu persona y tu personaje, entre lo que piensas y lo que haces, te hará sentir bien. La incoherencia vital te hará el camino insufrible.

Noveno. Tu vida es una novela que escribes con tus actos. Conoce a tu personaje y desarrolla tus potencias en función de las circunstancias y de tus sueños e ideales. Comprende tu realidad de escritor de la propia novela de tu vida, influye en el argumento de tu novela y concede mayor protagonismo a tu personaje. Podrás comprender tu camino en su conjunto.

Décimo. No caminas solo. Tú felicidad también se encuentra en la de los demás. Lo que das, recibes. Ayuda con generosidad y no olvides que, además de las personas, también nos acompaña la naturaleza ubérrima con toda su vida hermana.


Autor: Manuel Pimentel

Fuente: El Cielo en la Tierra 

COMO PRACTICAR EL EGOISMO SANO



Marta se dejó caer exhausta en el asiento del avión. Hacía horas que sólo pensaba en descansar un rato durante el vuelo. Su deseo se truncó. Su mente le traicionó y no le dejó reposar. Empezó a repasar si lo tenía todo controlado: si había dejado toda la comida necesaria en la nevera para los dos días que estaría fuera, si había dicho a su madre a qué hora tenía que recoger a los niños al cole, si le había dado a su marido el papelito de lo que tenía que comprar en la farmacia… Y cuando acabó el repaso mental y le pareció que lo había dejado todo en orden, entonces le traicionó su corazón: se sintió culpable. El viaje era de trabajo, pero le parecía que abandonaba a su familia.

Los ojos de Marta estaban clavados en la azafata que estaba explicando las instrucciones en caso de emergencia, aunque no la veía ni la escuchaba. De repente, las palabras de la azafata entraron en su cerebro con fuerza: “En caso de despresurización de la cabina, colóquese la mascarilla de oxígeno y respire normalmente. Si viaja acompañado, primero sujétese la suya y después ayude a sus acompañantes”. Ella necesitaba respirar normalmente para poder ayudar y disfrutar de su familia, y estaba claro que en su vida faltaba oxígeno.

A Marta y a muchos de nosotros nos hacen falta unas lecciones urgentes de egoísmo sano. Empecemos por la definición que proponen los dos mayores especialistas en la temática, Richard y Rachael Heller: “El egoísmo sano consiste en respetar las propias necesidades y sentimientos aunque los demás no lo hagan. Sobre todo si los demás no lo hacen”.

Los peligros de la abnegación

“Todos los sacrificios por el bien de los demás podrían acabar siendo un sacrificio mucho mayor del que te has imaginado” (Richard y Rachael Heller)


Vivir volcados en los demás puede conllevar consecuencias nefastas no sólo para nosotros, ¡sino también para los que intentamos ayudar!

Está claro que si priorizamos las necesidades de los otros, el estrés, con todos sus efectos adversos para la salud, se convertirá en el protagonista de nuestras vidas. Y será sólo cuestión de tiempo que caigamos en una depresión. Si destrozamos nuestra salud, ya no podremos atender a los demás. ¿Cómo los vamos a ayudar si nuestro cuerpo no aguanta?

Otra consecuencia que debemos tener muy presente de nuestro sacrificio es que puede hacer sentir culpables a los que ayudamos. No son raros los casos de hijos que viven en la cárcel construida por el sacrificio de sus progenitores. Se han volcado tanto en ellos, los han ayudado tanto, que lo único que hacen es mostrar constantemente su agradecimiento e intentar no defraudar lo que se espera de ellos. Recuerdo el caso de una mujer de 38 años que, a su edad, todas las decisiones importantes las tomaba su madre. Ella no se atrevía a decirle que no y seguir su propio criterio. Se sentía fatal si la “desobedecía”. No quería que, con lo que su madre se había entregado a ella siempre, la viera como una desagradecida. Así que las riendas de su vida las tenía completamente cogidas su madre, con todo su amor, eso sí, pero haciendo a su hija una desgraciada. La frase que me repetía constantemente era: “Me gustaría irme a vivir muy lejos”. Era una total prisionera de la abnegación de su madre.

Si somos personas abnegadas y el sacrificio es casi un estandarte de nuestra vida, pensemos lo que estamos transmitiendo a los demás: que ellos también deben sacrificarse. ¿Es eso lo que les queremos comunicar? Imaginemos una madre (las madres son el ejemplo más paradigmático de la abnegación) que nunca sale a cenar con sus amigas aunque le apetece un montón. Podría hacerlo y dejar a sus hijos con su marido, pero no puede porque sabe que se sentiría culpable si se fuera a disfrutar fuera de casa. En el fondo, a sus hijos les está transmitiendo que cuando ellos sean padres también se tendrán que sacrificar siempre. ¿Esa es la lección que realmente quiere transmitirles o le gustaría que sus hijos cuando sean adultos sepan disfrutar de sus amigos?

¿Por qué nos entregamos y nos olvidamos de nosotros mismos?

“Una de las mayores mentiras que nos han contado nunca es que es ‘fácil’ ser egoísta y que el autosacrificio supone fuerza espiritual” (Nathaniel Branden)

Nos cuesta ver que el sacrificio por los demás puede ser un mal camino porque la cultura judeocristiana parece que nos ha inyectado en las neuronas este valor. Sin embargo, ni viéndolo desde esta perspectiva, el valor se aguanta. No olvidemos que, según las escrituras, las palabras de Jesús fueron: “Ama al prójimo como a ti mismo”. No dijo ama al prójimo más que a ti mismo ni menos que a ti mismo.

Dada la gran participación que tiene la cultura judeocristiana en nuestro sentimiento de culpa, son especialmente reconfortantes las palabras de Rafael Navarrete, sacerdote jesuita y licenciado en Filosofía y Teología: “Se nos ha educado para rechazar todo cuanto pueda parecer egoísmo, y cuando hemos querido tener en cuenta nuestras propias necesidades nos hemos sentido juzgados negativamente… No es así. Cuando un hombre o una mujer se sienten satisfechos, empiezan a mirar con amor a los demás; sólo una fuente que está llena deja pasar gozosamente el agua. Ningún hombre feliz puede hacer daño a otro. Detrás de todo hombre que llamamos ‘malo’ hay un hombre insatisfecho”.

En algunos casos, la entrega desproporcionada hacia los demás puede venir de una baja autoestima. Para aumentarla, la persona hace lo que sea por ganarse el aprecio de los demás. Les presta su dinero, su tiempo, se anula, con tal de obtener unas migajas de afecto (“si yo lo único que espero es un poco de gratitud”). Pero se trata de una mala inversión. En algunas ocasiones, porque al final la persona se siente frustrada: da mucho y recibe poco o nada. Y en otras, si recibe afecto, lo siente como amor comprado. Muchas personas creen que las quieren sólo por el dinero que prestan o los favores que hacen. Sea como sea, es una táctica nefasta.

Y en ciertas personas existe otra causa de entrega total que se encuentra muy, muy escondida y que quizá cuesta mucho reconocer. El sacrificio puede brotar de una auténtica irresponsabilidad con la propia vida. Quizá en el fondo tengan miedo de no ser capaces de conseguir sus sueños y la excusa perfecta es que no tienen tiempo porque los demás los necesitan. Nos da miedo enfrentarnos a nuestro proyecto vital. Nuestra sociedad ve muy bien que nos sacrifiquemos por los demás, así que si lo hacemos es un pretexto inconsciente ideal para ocultar nuestras propias ilusiones y miedos. Es más fácil decir “no he podido conseguir X porque he vivido para mi familia” que “no he podido conseguir X porque no he sabido”.

Pasos hacia el egoísmo sano

“Tú eres lo único que falta en tu vida” (Osho)

El primer paso parece obvio: si tenemos que prestar más atención a nuestras necesidades e ilusiones, primero hemos de saber cuáles son. 

Puede parecer fácil, pero para algunas personas no lo es en absoluto. Recuerdo el caso de una mujer que estaba sumida en una grave depresión. Estaba casada, sus hijos ya eran mayores y hasta hacía poco sus padres habían vivido con ellos. Su padre era ciego y su madre estuvo gravemente enferma los últimos años de su vida. El caso es que ella había vivido para cuidar a todos. La depresión no surgió mientras los cuidaba, sino cuando murieron. De repente, no sabía qué hacer con su vida. Cuando le pregunté qué cosas le gustaban, me respondió que no lo sabía. De toda la conversación se me quedó grabado sobre todo un detalle: me comentó que le daba envidia cuando su marido iba a recoger setas a la montaña, la ilusión que le hacía. Envidiaba lo que él disfrutaba. Ella no sabía dónde encontrar su disfrute. Así que la primera tarea debe consistir en encontrar ilusiones: o reencontrar algunas que tuvimos en alguna época de nuestra vida o crearnos otras nuevas.


El segundo paso sería pensar con qué personas es especialmente importante que empecemos a practicar el egoísmo sano. 

No sólo se debe practicar con la familia, sino también con la pareja, los compañeros de trabajo e incluso con los amigos. Concentrémonos en dos actuaciones muy importantes: no digamos sí cuando queramos decir no y dejémonos de justificar tanto. Seguro que no lo conseguimos a la primera, pero se trata de practicar. Llevamos toda la vida comportándonos de un modo y no podemos cambiarlo de golpe. Pero tenemos algo a nuestro favor que hará más fácil el tema. ¡En la vida hay tantos actos repetitivos! Ya sabemos que si nos llama este amigo es para pedirnos X, que cada lunes nuestro compañero de trabajo nos propone X, que nuestros hijos cada verano nos exigen X, siempre fulanito nos pregunta por X… Así que nos podemos anticipar y preparar mentalmente lo que vamos a hacer y decir. Debemos entrenarnos a decir no y sobre todo a no dar miles de justificaciones detrás del no. Las mil justificaciones sólo demuestran que no estamos convencidos de nuestro total derecho a decir no.

Si andamos hacia el egoísmo sano, debemos tener muy claro que encontraremos dos claros saboteadores en nuestro camino: el miedo y la culpa.

Sufriremos, pero debemos dirigir la mirada a lo que nos espera al final del trayecto. Cuando logremos mimarnos a nosotros mismos sin sentirnos culpables, el sentimiento que nos inundará será de una liberación indescriptible.

(Artículo de Jenny Moix,  en El Pais Semanal,  de 20-06-2010)

FuenteEL CIELO EN LA TIERRA

ORACION DE GANDHI

Señor...

...Ayúdame a decir la verdad
delante de los fuertes
y a no decir  mentiras
para ganarme el aplauso
de los débiles.

 



Si me das fortuna,
no me quites la razón.
 
Si me das éxito, 
no me quites la humildad.

Si me das humildad, 

no me quites la dignidad.

Ayúdame siempre a ver la otra cara 

de la medalla,
no me dejes inculpar de traición
a los demás,

por no pensar igual que yo.

Enséñame a querer a la gente
como a mí mismo 

y a no juzgarme
como a los demás.


No me dejes caer en el orgullo,
si triunfo, 

ni en la desesperación, 
si fracaso.

Más bien recuérdame que el fracaso 

es la experiencia que precede al triunfo.
 

Enséñame que perdonar
es un signo de grandeza 

y que la venganza
es una señal de bajeza.

Si me quitas el éxito, 

déjame fuerzas para aprender
del fracaso.


Si yo ofendiera a la gente,
dame valor para disculparme
y si la gente me ofende,
dame valor para perdonar.

¡Señor...si yo me olvido de tí,
nunca te olvides de mí!

Mahatma Gandhi

MENSAJES DE SABIOS NATIVOS AMERICANOS

indios hopi
Creemos que el espíritu impregna todo lo creado y que todas las criaturas poseen un alma en algún grado, aunque no forzosamente un alma consciente de sí misma. El árbol, la cascada, el oso gris, cada uno de ellos es una Fuerza encarnada y, como tal, objeto de reverencia” (OHIYESA/DR. CHARLES A. EASTMAN, Dakota santee, 1902)


Dices que te han enviado para que nos enseñes a rendir culto al Gran Espíritu según su voluntad y que si no aceptamos tu religión que enseñáis vosotros los blancos, seremos desgraciados después. Decís que tenéis razón y que nosotros nos equivocamos. ¿Cómo sabemos que eso es cierto? Sabemos que vuestra religión está escrita en un libro. Si nos hubiera estado destinada a nosotros como a vosotros, ¿por qué no nos la ha dado el Gran Espíritu?

Hermano, dices que sólo hay una forma de adorar y servir al Gran Espíritu. Si sólo hay una religión, ¿por qué estáis vosotros tan en desacuerdo? Si podéis leer todos el libro, ¿por qué no estáis todos de acuerdo?

No entendemos estas cosas hermano. También nosotros tenemos una religión que recibieron nuestros antepasados y que hemos heredado nosotros, sus hijos. Rendimos culto de esa forma. Nos enseña a agradecer todos los favores recibidos; a amarnos los unos a los otros y a estar unidos. Nosotros nunca reñimos por la religión”
(CASACA ROJA a un misionero cristiano, seneca, 1805).


En nuestra forma de vida, en nuestro gobierno, en todas las decisiones que tomamos, pensamos siempre en la séptima generación futura. Nuestro trabajo consiste en procurar que los que vengan después, las generaciones que aún no han nacido, no encuentren un mundo peor que el nuestro (y es de esperar que sea mejor). Al caminar sobre la Madre Tierra, posamos siempre los pies con cuidado porque sabemos que las caras de de las generaciones futuras nos miran desde abajo. Nunca las olvidamos (OREN LYONS, onondaga, 1990).


Fuente:INDIOS HOPI

CREAMOS NUESTRA REALIDAD



¿En cada momento se vive lo que uno ha creado con sus pensamientos?

Sí. Sin duda. Somos los creadores de nuestras realidades. El problema es que la mayor parte del tiempo son nuestros pensamientos inconscientes los que crean esa realidad. Son programas que funcionan justo debajo de nuestra conciencia y que memorizan comportamientos, pensamientos y reacciones emocionales. Estos son los que crean esa química que nos hace reaccionar siempre de la misma manera.

Pero nadie quiere vivir una enfermedad o un accidente, por ejemplo.

Uno mismo no crea ese accidente o esa enfermedad de forma consciente, pero quizás ha estado pensando inconscientemente cuán terrible es su vida, cuánto está sufriendo, lo triste que se siente, cuánto dolor tiene dentro… Ha creado, en su subconsciente, un refuerzo de las emociones de dolor y sufrimiento, y eso se refleja fuera, en su vida, en un accidente o enfermedad. Hay algo importante: nunca debemos culparnos por nuestras creaciones, todo es aprendizaje.

La clave es cambiar el propio estado emocional…

Las emociones son experiencias que el cuerpo memoriza. Si una persona está viviendo con las mismas emociones cada día, es que no le está ocurriendo nada nuevo. El cuerpo cree que está en la misma experiencia todo el día. La redundancia de este ciclo entrena al cuerpo para estar en el pasado en vez de en el momento presente, y la persona, con sus pensamientos, vuelve consistentemente al pasado porque su emoción está conectada al pasado. Cuando una persona quiere cambiar intenta pensar en un futuro, pero las emociones le devuelven al pasado. Por eso es tan importante cambiar nuestro estado emocional.

¿Las enfermedades, las crisis, las pérdidas hay que verlas como un trampolín para cambiar? 

Esos traumas, esas crisis, son, efectivamente, catalizadores del cambio. Una gran mayoría de las personas requiere de un estado de sufrimiento para decidirse a cambiar. Pero también podemos cambiar desde un estado de bienestar y de alegría mediante el proceso de soñar una nueva vida. No es cierto que nuestro destino se encuentre escrito en los genes.

¿Cuál es el mayor factor desencadenante de las enfermedades?

Entre un 75% y 90% de los occidentales acude al médico debido al estrés emocional. Emociones que se esconden detrás del estrés y que tienen que ver con el enfado, la frustración, el odio, el juicio, el dolor, el sufrimiento, la culpa, la desesperanza, el miedo, la ansiedad, la falta de poder, la inseguridad… Si estás ante un reto, tu cuerpo crea un montón de reacciones químicas para movilizar esa energía. Esencialmente, los pensamientos y las emociones pueden hacernos enfermar, pero si nos hacen enfermar también nos pueden sanar.

Los humanos saben que quieren cambiar, pero la mayoría de las veces no tienen la evidencia de lo que quieren ser o hacer.

Es cierto. Cuando no sabes qué quieres ser o hacer, primero debes decidir quién no quieres volver a ser, de qué modo no quieres volver a pensar jamás, cómo no quieres sentirte y cómo no quieres actuar. Tienes que empezar a crear y reinventarte a ti mismo, romper el hábito de ese yo antiguo y reaprender. El pensamiento positivo no es suficiente, hay que entrar dentro de uno mismo y empezar a reconstruir.

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(De la entrevista realiazada a  Joe Dipenza, por  Elisabet Bonshoms, cuyo texto integro, recogido en el Blog El Cielo en la Tierra, puedes leer Aquí)


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