La luz del sol hizo posible la vida en la Tierra, y proporciona vitalidad y salud a cada uno de los habitantes del planeta. De hecho, los seres vivos somos, literalmente, antorchas luminosas, aunque los humanos no seamos capaces de apreciar a simple vista nuestra propia luz. Todo lo orgánico centellea ligeramente, en una longitud de onda entre los 160 y los 800 nanómetros. Cada célula viva emite luz con una intensidad mil veces por debajo de la sensibilidad de la vista, pero puede ser fotografiada y medida.
Aún se desconoce prácticamente todo sobre el significado y las funciones de esta luz, denominada biofotónica. Quizá guarde relación con la fuerza vital de la que hablaron los pioneros del naturismo o las energías a que se refieren las medicinas orientales. Fritz-Albert Popp, uno de los descubridores de la luz biofotónica, está convencido de que sí. Según él, esta emisión sería el sistema de comunicación básico entre las células de un organismo. Sería una de las claves de la vida.
El mensaje de los biofotones
La hipótesis explicaría cómo es posible que haya orden en las 100.000 reacciones químicas que se producen por segundo en cada célula del cuerpo, cómo es posible que cada una sepa lo que tiene que hacer. En consecuencia, la pérdida de coherencia en el campo energético lumínico podría ser la causa de muchas enfermedades, en especial de aquellas que aún no se comprenden ni tienen un tratamiento eficaz.
Estudios realizados en Rusia, China y Alemania sugieren que el cuerpo está recorrido por autopistas de información a base de luz que se corresponden con los meridianos descritos por la medicina tradicional china. Pero, ¿cómo puede la luz servir para comunicaciones tan complejas? Según Popp, es posible porque la biofotónica es una luz coherente, como el láser, es decir, su ritmo de emisión es constante.
Este tipo de luz ordenada –en comparación a la difusa de una bombilla o del sol– es capaz de transmitir información, como bien saben los técnicos en telecomunicaciones. En el laboratorio, Popp ha observado que las células que pueden verse entre sí emiten luz con un ritmo sincronizado. En cambio, si se las separa mediante barreras opacas, cada una va por su lado.
Todavía no ha sido posible descodificar la información contenida en la luz biofotónica, aunque se pueden comprobar sus efectos. El biofísico Xun Shen, de la Academia China de la Ciencia, colocó células sanguíneas de cerdo en dos contenedores de cristal cercanos. En uno introdujo sustancias que causaron una reacción de rechazo en las células y, curiosamente, se produjo la misma respuesta en las células que estaban en el vaso de al lado. Cuando Shen colocó una lámina entre los dos vasos, el fenómeno no se produjo.
Otras investigaciones realizadas en Estados Unidos han demostrado que las células necesitan y buscan la luz: se dirigen hacia ella para recibir, al parecer, la información que transporta.
Sin embargo, para los científicos que no hayan profundizado en el tema, los biofotones no son más que residuos de la actividad metabólica celular. Contra este prejuicio luchan más de 40 grupos de investigadores de los biofotones en universidades y centros avanzados de todo el mundo, donde se han descubierto fenómenos como que los organismos enfermos emiten patrones de luz distintos a los sanos. Son irregulares, con puntos altos y bajos. Por ejemplo, la luz emitida por las personas enfermas de cáncer tiene una asimetría peculiar.
Todo indica que la salud no depende sólo de intercambios químicos, aunque esta sea, todavía, la creencia de la medicina convencional. La luz desempeña seguramente un papel fundamental. Los hallazgos hacen posible concebir tratamientos que actúen sobre las emisiones de luz en el ámbito celular. Por ejemplo, se podría ordenar a las células cancerígenas que no se multiplicaran y que volvieran a desempeñar su función fisiológica. Por ahora, los tratamientos que utilizan la luz están lejos de alcanzar este nivel, pero existen terapias sencillas que han demostrado su eficacia.
Terapia infrarroja
Los flashes de luz infrarroja –en la frecuencia de los 600 a los 1.000 nanómetros– aceleran la curación de heridas, favorecen el desarrollo muscular y alivian las molestias. Los científicos no saben todavía cómo se producen todos estos efectos beneficiosos, pero los tratamientos se aplican con éxito en centros experimentales patrocinados por la NASA y el Pentágono. El Warp 10, por ejemplo, es un sencillo dispositivo que ha sido creado en los laboratorios militares, y que ya puede utilizarse en casa para tratar los dolores musculoesqueléticos causados por la artrosis o la tendinitis. Los modelos pioneros fueron diseñados para objetivos tan diversos como estimular el crecimiento de las plantas o reforzar la musculatura de los astronautas. Otros aparatos han sido desarrollados para tratar la neuropatía diabética (un trastorno que puede llevar a la amputación de extremidades), o las úlceras en la mucosa oral y la garganta.
La terapia fotodinámica, por su parte, combina la acción de la luz roja brillante, un agente químico y el oxígeno para destruir selectivamente las células enfermas. Se emplea para tratar la degeneración macular, el acné severo, la psoriaris y algunos tipos de cáncer.
El sol, en el origen
Más allá de los hallazgos que realiza la ciencia sobre las propiedades de la luz, el ser humano sabe, instintivamente, que la radiación solar, la fuente esencial de luz, es básicamente beneficiosa.
Se puede sentir cómo los rayos del sol elevan el nivel de energía y mejoran el estado de ánimo, después de un viaje de 150 millones de kilómetros y de atravesar la atmósfera, que retiene la mayor parte de la radiación ultravioleta. No son apreciaciones sin importancia. El cuerpo humano es el feliz resultado de la convivencia de la vida con la luz del sol a lo largo de decenas de miles de años. Nos hallamos sumergidos en un mar de radiaciones luminosas, fuera del cual no podríamos sobrevivir.
Sin embargo, en la actualidad, el 90% de la población mundial pasa la mayor parte del día en espacios interiores iluminados artificialmente. Con el desarrollo de la economía global –jornadas interminables, sin descanso semanal en muchos casos– y de la sociedad de la información, la proporción de personas que pasan la vida frente a parpadeantes pantallas de ordenador no deja de crecer. Buena parte de la población no va a obtener la dosis de luz natural que necesita para satisfacer las necesidades del organismo, sobre todo si no se incrementa la conciencia del problema. Algunos expertos comienzan a criticar la oscuridad biológica de los entornos artificiales en que vivimos.
Cabe preguntarse cuáles son las consecuencias de este alejamiento de la principal fuente de vitalidad. “Las personas que pasan la mayor parte de su vida bajo luces artificiales pueden estar dañando su salud seriamente”, afirma Richard Wurtman, investigador del prestigioso Massachusetts Institute of Technology (Estados Unidos).
Hay varias maneras en que la luz actúa sobre el cuerpo. La más conocida es la síntesis en la piel de vitamina D, esencial para los huesos, los dientes, la vista, el corazón y el sistema nervioso. Además, la exposición a la luz solar aumenta la producción de interferón, una sustancia que reduce la presión arterial y el colesterol, y favorece la formación de las células inmunitarias necesarias para la eliminación de virus y bacterias.
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