Un día, un buscador llegó a un santuario tibetano en el que vivía un ermitaño. El lugar, aislado de todo contacto humano, era perfecto para la meditación, y el buscador, fascinado con el lugar, pidió permiso al ermitaño para quedarse allí unos días.
Da igual lo que contemples: un cielo estrellado, una flor, una rama seca, el sonido de las olas al desembarcar en la playa, el olor de los naranjos en flor, el calor de unas brasas en una noche fría de invierno o un grupo de niños jugando.
Uno de los recursos más poderosos de la mente es estar en disposición de “aceptar lo que llegue”; sin embargo, no creo que en este pensamiento deba ir implícita la resignación, no.
El Dr. Arun Gandhi, nieto de Mahatma Gandhi y fundador del instituto M.K. Gandhi para la Vida Sin Violencia, en su lectura del 9 de Junio en la Universidad de Puerto Rico, compartió la siguiente historia, como un ejemplo de la vida sin violencia en el arte de sus padres:
Hay veces que sufrimos sin sentido. Nos montamos castillos en la cabeza sobre pilares de humo. Parloteamos insaciablemente con nuestros miedos y lo único que conseguimos es hacerlos más grandes.
Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto.
La noche que había de alcanzar la iluminación, el Buda se sentó bajo un árbol y, estando allí sentado, fue atacado por las fuerzas de mara. La historia dice que le dispararon espadas y flechas y que dichas armas se convirtieron en flores.
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