"LA NATURALEZA ES EL MÉDICO" Paracelso


        Sigue a la Dama de la naturaleza (obra de Adam Mclean)


El médico suizo Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, mejor conocido como Paracelso, revolucionó la medicina con una teoría que se opuso a Galeno y a Avicena, cuyas teorías todavía dominaban la práctica médica en el Renacimiento. 

LA FUERZA DE LA GRATITUD

 




Siete letras que curan


Usted se sabe las siete letras que componen esta palabra de memoria. Es de los primeros términos que se enseñan a los niños.

MEDITACIÓN BELINESA DE LA SONRISA

 





Instrucciones básicas:

Siéntate tranquilamente y sonríe

Sonríe de la forma más potente, pura y amplia que puedas. Sonriéte a ti, sonríe al mundo, empapate de la energía de la alegría... ¡La sonrisa iluminará tu alma!

LA VIDA Y LA TAZA DE TE

 



Thich Nhat Hanh: Maestro Zen, poeta, activista por la paz, escritor de más de 100 libros, nominado para el Premio Nobel de la Paz… Una vida extraordinaria.

PALABRAS Y SILENCIOS

 

La ética, afirma la filosofía moderna, es autónoma. Uno no hace el bien para conseguir otra cosa, por ejemplo, un lugar en el cielo o una mejor reencarnación, sino porque el bien es, en sí mismo, suficiente recompensa.

De modo similar, el dolor puede ser o no una purificación que, como sostienen algunos sistemas religiosos, nos conducirá a una felicidad mayor, sino que simplemente es dolor. Debemos aceptarlo como tal, sin el adorno de una vaga esperanza, de una fantasía metafísica. La muerte puede que suponga o no el final de todo y, sin embargo, debemos asumirla tal como es, es decir, como una absoluta incógnita.

Cualquier otra actitud no es sino una negación de la muerte y del dolor y, lo que es peor, de la realidad. En cualquier caso, es imposible entablar un auténtico diálogo, de tú a tú, con alguien que niega la realidad. Negar la realidad deliberadamente tal vez sea la peor de las locuras o de las cobardías. En lugar de apresurarnos a mitigar nuestra inquietud y procurarnos una falsa seguridad con palabras propias o ajenas, sagradas o profanas, creo que sería mejor afrontar ese tipo de experiencias —es decir, el dolor, la pérdida, el desconsuelo— desde el más profundo silencio.

Hay que acostumbrarse al silencio, porque no todas las preguntas que nos formulamos con palabras pueden ser respondidas igualmente con palabras. Es obvio que despreciamos el silencio. Nos da miedo. 

El mundo debe ser interpretado de continuo. La muerte tiene que ser interpretada. Las emociones tienen que ser clasificadas. Las experiencias han de ser juzgadas. Todo debe tener un sentido, pero el sentido de las cosas, si es que tienen alguno, no está en ellas mismas, sino en aquel que las interpreta y las dota de significado.

¿Qué es la muerte? ¿Por qué existe el mal y el sufrimiento? ¿Quién soy? Son preguntas que, al parecer, no pueden responder todos los libros escritos por los seres humanos a lo largo de la historia. De hecho, las mismas preguntas siguen tan vigentes hoy en día como hace dos mil quinientos años, cuando los filósofos griegos comenzaron a inquirir por la naturaleza de todas las cosas o Lao Tzu escribió su conciso y celebérrimo Tao-te-ching, más o menos en la misma época en que, sentado bajo el ficus sagrado, el Buda descubría que la causa del sufrimiento es el apego y el rechazo generados por la ignorancia de la verdadera naturaleza de la realidad. 

El Buda fue célebre por su silencio ante determinadas cuestiones metafísicas (el universo es eterno o no?, ¿existe vida más allá de la muerte, etcétera), cuya respuesta no sólo consideraba imposible sino superflua a la hora de resolver la cuestión del sufrimiento. Sin embargo, el silencio del Buda no era producto de su desconocimiento sino de la práctica de la meditación.

Y es que, al igual que ocurre con la bondad, la meditación es su propio premio. En ese sentido, lo que verdaderamente importa no es el objeto de meditación en sí, sino la claridad y la calidad de nuestra atención, el reconocimiento de lo que estamos haciendo, la precisión en nuestros actos, pensamientos y sentimientos. De hecho, los objetos meditativos son muy variados. 

De ese modo, según el budismo, primeramente se comienza estabilizando y tranquilizando la mente con cualquier objeto meditativo —respiración, visualización, etcétera—, pero luego también se presta atención a la conciencia que se concentra en dicho objeto.

Es importante no perder el contacto con las propias sensaciones, emociones, experiencias, entorno, prójimo, etcétera, ya que cualquier otra cosa sería alienación. No podemos rechazar unas sensaciones en detrimento de otras porque les asignemos la etiqueta de “negativas”, “poco virtuosas”, etcétera. No podemos perder el contacto con lo que somos en aras de una imagen ideal y fantástica de lo que podemos ser puesto que, entonces, la falta de pies con los que apoyarnos en el suelo, nos impedirá alzarnos hacia el cielo que, supuestamente, tanto anhelamos.

También es necesario honrar de algún modo la inseguridad, la imprevisibilidad y la incertidumbre. La duda está por encima de todo. Hay que dudar, sostienen los místicos, hasta de Dios porque, como recoge el Corán, él es el mejor de los tramposos.

CUANDO UN AMIGO PELUDO SE VA




“Los perros nunca mueren, duermen junto a tu corazón”, es la perfecta síntesis del sentimiento hecho palabra ante la pérdida de una mascota que realizó un usuario de la red social Reddit.


Para todos aquellos que consideran al perro como un miembro más de la familia, la muerte de un can se vive como una experiencia traumática y dolorosa.

Solo quienes nunca compartieron parte de su vida con mascotas, o teniendo animales no saben o no quieren amarlos, pueden mostrarse indiferentes o incrédulos al dolor que provoca en mucha gente la pérdida de estos seres tan queridos.

Si bien es cierto que la vida continúa, y habrá que aprender a seguir sin la compañía del fiel amigo peludo, hay que transitar el duelo y llorar todo lo que pida el corazón.

Los perros nunca mueren, habitan nuestros recuerdos

No será fácil llegar a casa después de un intenso día de trabajo sin contar con el recibimiento de una mascota feliz que hacía olvidar todas las preocupaciones y tensiones cotidianas al menos por un rato.

Para muchas personas que viven solas o son ancianas, el perro suele ser casi su única compañía cotidiana. Y qué decir de los niños. Perder a su incondicional compañero de juegos no es algo fácil de asumir.

Pero la muerte de los seres queridos hay que afrontarla y poco a poco el dolor de la pérdida tendrá que ir convirtiéndose en un feliz recuerdo de los gratos momentos compartidos con el perro tan amado.

Cómo afrontar la pérdida de una mascota

Si bien cada persona procesará su duelo de distinta manera, nos permitimos compartir algunas sugerencias para transitar mejor este angustiante y doloroso trance:

** Permitirse llorar y expresar el sufrimiento sin importar lo que otros puedan opinar al respecto. De nada vale reprimir lo que se siente. Hay que sacar todos los sentimientos afuera, porque adentro se pudren.

** Contener y explicar a los niños de la familia lo que necesiten saber para comprender esta triste situación.

** Evitar el sentimiento de culpa. Seguro que siempre se hizo lo mejor para darle al animalito una buena vida y con todos los cuidados necesarios.

** No obsesionarse con la muerte de la mascota. Tratar, poco a poco, de dejar los pensamientos tristes e ir reemplazándolos por buenos recuerdos.

** No intentar reemplazar de inmediato al can fallecido con otro animal. Cada perro es único e irrepetible.

Recordando a Bolo

La carta que Milky J (Ernest Montague) escribió con motivo de la muerte de su perro Bolo, “un Pitbull blanco y negro que siempre quería salir a pasear”, se viralizó en la web y tocó el corazón de muchas personas que, al igual que él, sufrieron la pérdida de una mascota.

Para recordar a Bolo, Montague explica en su carta por qué los perros nunca mueren. Sencillamente, porque “no saben cómo hacerlo. Se cansan, se hacen viejos, y les duelen los huesos”. Entonces, sólo se quedan dormidos en el corazón de sus dueños.

Y cada rato se despiertan y mueven sus colas felices. Por eso duele tanto el pecho y dan tantas ganas de llorar.

Montague remata: “Pero que no te engañen. No están muertos. Eso no existe. Duermen en tu corazón y se despertarán cuando menos te lo esperes. Así son los perros. Lo siento por los que no tienen perros durmiendo en su corazón. Se han perdido tanto. Disculpa, tengo que irme a llorar.”

La vida continúa y siempre es bueno dar amor

El tiempo dirá cuándo es el momento adecuado para que otro perro entre en nuestras vidas. Pero solo porque elegimos quererlo y compartir nuestros días con él.

Si pretendemos que tape el vacío dejado por la pérdida, vamos por mal camino. Nos haremos daño nosotros y le haremos daño al animalito.

Adoptar una nueva mascota será una experiencia feliz y positiva solo si nos ayuda a recordar con una sonrisa al perrito que ya no está. Así que, continúa la vida con el mayor optimismo posible y sal a pasear con el flamante integrante de la familia y acompañado por el buen recuerdo de la mascota que vive y duerme en tu corazón.

Alba Muñiz Mis animales

VIVIR, AMAR , SER FELIZ...





Había, una vez, un hombre que quería trascender su sufrimiento alcanzando los beneficios de la meditaciòn, y que se fue a un templo budista para encontrar a un maestro que le ayudase. 

Se acercó a él y le dijo: 
- Maestro, si medito cuatro horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar la iluminación?. 

El maestro le miró y le respondió: 
- Si meditas cuatro horas al día, tal vez lo consigas dentro de diez años.

El hombre, pensando que podía hacer más, le dijo: 
- Maestro, y si medito ocho horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar la iluminación?.

El maestro le respondió: 
- Si meditas ocho horas al día, tal vez lo lograrás dentro de veinte años.
- Pero ¿por qué tardaré más tiempo si medito más? No lo entiendo.

El maestro, esbozando una paciente y comprensiva sonrisa, contestó: 

-No estás aquí para sacrificar tu alegría ni tu vida. Estás aquí para vivir, para ser feliz y para amar. Si puedes alcanzar tu máximo nivel en dos horas de meditación, pero utilizas ocho, sólo conseguirás agotarte, apartarte del verdadero sentido de la meditación y no disfrutar de tu vida. Haz tu máximo esfuerzo, y tal vez aprenderás que, independientemente del tiempo que medites, puedes vivir, amar y ser feliz.


(Relato recogido en el libro Los cuatro acuerdos)

LA COMUNICACIÓN CON LOS ANIMALES


...

En las religiones orientales y las filosofías a ellas vinculadas no se da, ni se ha dado nunca, la identificación entre consciencia y pensamiento -con la consecuencia de la exclusión de los animales de la consideración de seres conscientes-, sino que la consciencia se entiende como la luz interior básica y constitutiva del ser, y el pensamiento (junto con la emocionalidad, etc.) como uno de los “instrumentos” de que dispone esa luz básica.

Este punto de vista no es teoricista, sino que proviene de numerosísimas experiencias introspectivas, que no por su falta de “objetividad” (y de cientificidad en el sentido actual, por tanto) dejan de ser coincidentes y abrumadoramente nítidas.

Como con numerosos animales superiores es posible una comunicación, incluso intensa, en el registro emocional-afectivo de la consciencia, la filosofía-espiritualidad de esas religiones ha asumido “desde siempre” que esos animales la poseen, tanto si piensan como si no.

Ese debía ser también el sentir de Francisco de Asís, rara avis del santoral católico que a punto estuvo de ser declarado hereje, y al que la teologización de Descartes redujo de nuevo -y por largo tiempo- a la marginalidad doctrinal. El intelectualismo antiemocional de la tradición ilustrada típica ha hecho que esa comunicación interespecífica se haya dado menos entre los filósofos e ideólogos que entre la gente corriente.

Además, el occidentocentrismo de la inmensa mayoría de esos intelectuales, y su enraizamiento en las tradiciones judeocristiana y cartesiana, han funcionado como pantallas con respecto a unas tradiciones espirituales de Oriente “animalistas”  miradas por ellos con suspicacia.

Pero hete aquí que ha sucedido algo inesperado: muchísima gente común y corriente de Occidente ha pasado por encima del ingente número de científicos, filósofos y tecnócratas que afirmaban que preocuparse por unos entes que no eran más que robots biológicos era una tontería, y ha dicho sí clamorosamente al alma de los animales y a las consecuencias éticas que entraña.

Se podrá decir lo que se quiera, incluido que hay muchas exageraciones y extravagancias, lo que puede ser verdad, y también que hay gente que quiere a los animales pero detesta a los humanos, lo cual, sin negar que pueda ocurrir en algún caso, dista mucho de ser un principio o una regla, y más bien creo que, a menudo, quienes no aman a los unos tampoco aman a los otros. 

Pero me parece que lo esencial es que la convivencia cotidiana y estrecha de muchas personas con determinados animales superiores, perros y gatos fundamentalmente, las ha hecho vivir una profunda comunión y comunicación afectiva con sus mascotas, revelándoles la dimensión psíquica de las mismas de forma prácticamente inmediata.


La gente es consciente de la conciencia animal

Aclaremos que el consenso social que cada vez está más cerca de ser alcanzado no es que los animales tengan un alma que va al cielo cuando mueren, que se reencarna o le pasa cualquier otra cosa.

Es mucho más sencillo: la gente siente y “ve” que son conscientes, que tienen consciencia o interioridad. Eso es el alma. El filósofo Hans Jonas estableció una relación entre este giro de la sensibilidad contemporánea y el asentamiento del paradigma evolucionario:

El evolucionismo ha minado la construcción intelectual de Descartes mucho más eficazmente de lo que lo ha hecho ninguna crítica metafísica. La indignación estrepitosa que se alzó inicialmente en contra del atentado a la dignidad del hombre que suponía una doctrina que defendía que su origen estaba en el reino animal, fue incapaz de ver que, en virtud de ese mismo principio, la totalidad del reino animal recibía algo que hasta entonces se consideraba ligado exclusivamente a la dignidad del hombre.

Porque, si el hombre está emparentado con los animales, estos están a su vez emparentados con el hombre, y ellos también -siguiendo una cierta gradación- son portadores de esa interioridad o subjetividad de la que el hombre, evolutivamente más avanzado, llega a tener plena conciencia.

El descrédito, primero entre la “gente normal” y a partir de ella también entre los “sabios”, de la peregrina teoría de que los animales son máquinas (o de que “no tienen alma”, que en el fondo tanto da) puede parecerles a algunos un tema menor, pero no lo es en absoluto. Se trata de la primera gran derrota del pensamiento mecanicista, cuya falsedad en un punto para él emblemático ha captado con toda claridad la sociedad civil, desde la que además se denuncian ya las aberraciones que amparaba. 

Creo que viene aquí a cuento decir una palabra sobre el animismo.

No es solo cosa que comparten los pueblos “primitivos”, de norte a sur y de este a oeste, como es el caso de muchos de los de la vieja América, que han conseguido que su concepción tenga eco en algunas de las nuevas constituciones latinoamericanas a través de las referencias a la Pachamama, sino que está presente también en la filosofía occidental, de Tales, Anaximandro y Anaxágoras a Bergson, pasando por Plotino y Leibniz. 

Teilhard de Chardin, cuya lectura prohibió Pio XII y que hoy inspira al papa Francisco, fue otro ilustre animista como demuestra su convicción, ampliamente reiterada, de que un protopsiquismo está presente ya en la materia elemental.

En realidad el animismo no consiste en creer que “espíritus animales” entran y salen de ciertas piedras, de ciertos árboles y de los animales mismos. 

El “todo está lleno de dioses” de Tales significaba, en mi opinión, que para el filósofo milesio alguna forma de consciencia, por elemental e inimaginable que sea, “está por todas partes”, lo que viene a ser lo mismo que dos mil años después defendió Leibniz con su doctrina de las mónadas.

Si bien se mira, asumir que los animales poseen vida psíquica implica ser, hasta cierto punto, animista, y quizás por eso, porque quería romper de la manera más radical con la tradición animista y enterrarla definitivamente, fue por lo que Descartes afirmó que los animales son máquinas. Empezamos a entender… Pero es un principio irrefutable que finalmente la realidad se impone.

Y también, desde luego, entre los científicos. La consciencia animal se ha convertido en el tema estrella de varias ramas de la ciencia, de la etología y la zoopsicología en primer lugar, disciplinas en las que es protagonista, pero también en antropología evolutiva, en la medida que el estudio comparativo de la psicología de los primates actuales es relevante para indagar el proceso que desembocó en el psiquismo del Homo sapiens; sin olvidarse de las neurociencias, pues recordemos que ha sido en el encuentro internacional de neurología, celebrado en Cambridge (Reino Unido) en julio de 2012 (Francis Crick Memorial Conference), donde se dio a la luz el documento On Consciousness in Human and non-Human Animals que reconoce y proclama, por primera vez desde el ámbito científico, que los animales superiores poseen consciencia o vida subjetiva, y que esto debe ser tenido en cuenta para todos los efectos.

No obstante lo cual, me reafirmo en mi opinión de que la prioridad en cuanto al reconocimiento de la consciencia animal la tiene la sociedad civil, que ha influido de múltiples formas (también con sus críticas, por ejemplo a la vivisección) en los científicos, que a fin de cuentas forman parte de ella.

Por todo lo dicho, está claro que para mí la cuestión de la interioridad, de esa dimensión que por su mera presencia hace capaz de gozar, de sufrir, de sentir…, es necesariamente lo central a la hora de establecer la teoría ética nueva que nuestro mundo está exigiendo y de la que los primeros beneficiarios serían los animales. El bien y el mal tienen sentido, y no son solo palabras, porque existe la consciencia.

Uno y otro forman parte de la experiencia de cualquier ser, que se siente bien o mal con independencia de que pronuncie o ni tan siquiera conozca esas dos palabras. Esto implica de paso una objeción fuerte al verbalismo absolutizado de la práctica totalidad de la filosofía de Occidente, pues el solo sentir y el silencio mental son también caminos cognitivos y no precisamente menores, como Wittgenstein acabó entendiendo.

Añadiré para terminar que ningún movimiento social o socio-político cuyo horizonte utópico máximo sea la liberación de la humanidad puede renunciar a pensar en profundidad las bases paradigmáticas de la idea misma de liberación.

¿Debe esta ser (y acaso es posible que sea) solo externa, solo social y política, o hay que reconocer también la importancia de la liberación interior, psicoespiritual, de los individuos, y favorecerla? ¿Tiene la compasión algo o mucho que ver con la liberación? ¿los beneficiarios de un proceso liberador colectivo habrán de ser los humanos únicamente? 

Por lo demás, parece obvio que si las condiciones materiales son importantes (y lo son mucho), el sujeto (subjectum) de liberación lo es más todavía. De ahí que tal vez el materialismo metafísico -otra herencia del pasado a revisar- no sea la mejor guía filosófica para explicar y potenciar un impulso emancipador que nace de la conciencia (sin s) y de lo más profundo de la consciencia (con s), apuntando al carácter fundamental e irrenunciable del amor, y al bien de cuantos seres pueblan la Tierra.

Tomado del  artículo de José Luis San Miguel de Pablos, doctor en Geología y licenciado en Filosofía. Artículo completo en  Tendencias 21