Los milagros de la tecnología nos hacen vivir en un mundo frenético y mecánico que violenta la biología humana, y no nos permite hacer nada más que perseguir el futuro cada vez con mayor rapidez.
El pensamiento ponderativo se revela incapaz de controlar el surgimiento de la bestia en el hombre, una bestia más «bestial» que cualquier criatura salvaje, enloquecida y exasperada por la persecución de ilusiones.
El pensamiento ponderativo se revela incapaz de controlar el surgimiento de la bestia en el hombre, una bestia más «bestial» que cualquier criatura salvaje, enloquecida y exasperada por la persecución de ilusiones.
La especialización en la verborrea, la clasificación y el pensamiento mecanizado ha puesto al hombre fuera de contacto con muchos de los maravillosos poderes del «instinto» que gobiernan su cuerpo. Además, le ha separado totalmente del universo y de su propio «yo». Y así, cuando toda la filosofía se ha disuelto en relativismo y ya no puede dar un sentido fijo al universo, el «Yo» aislado se siente angustiosamente inseguro y es presa del pánico, pues el mundo real le parece una flagrante contradicción de todo su ser.
Desde luego, no hay nada nuevo en este apuro de descubrir que las ideas y las palabras no pueden sondear el misterio definitivo de la vida, que la Realidad o, si se quiere, Dios, son incomprensibles para la mente finita. La única novedad es que esa penosa situación es ahora social más que individual; se experimenta ampliamente, no está confinada a unos pocos. Casi todas las tradiciones espirituales reconocen que llega un momento en que deben suceder dos cosas: el hombre debe renunciar a su «Yo» que siente de un modo independiente, y debe enfrentarse al hecho de que no puede conocer, esto es, definir, lo fundamental.
Estas tradiciones también reconocen que más allá de ese punto hay una «visión de Dios» que no puede expresarse con palabras, y que es desde luego algo absolutamente distinto de percibir a un radiante caballero en un trono de oro, o un destello literal de luz cegadora. También indican que esta visión es una restauración de algo que tuvimos en otro tiempo y que «perdimos» porque no supimos o pudimos apreciarlo. Esta visión es, pues, la conciencia despejada de ese «algo» indefinible que llamamos vida, realidad presente, la gran corriente, el ahora eterno..., una conciencia sin el sentido de separación de ello. En el mismo momento en que lo nombro, ya no hay Dios; es un hombre, un árbol, verde, negro, rojo, blando, duro, corto, átomo, universo.
Uno estaría dispuesto a admitir con cualquier teólogo que deplora el panteísmo que esos habitantes de la verborrea y la convención, esas «cosas» misceláneas concebidas como entidades fijas y diferentes, no son Dios. Si me pedís que os muestre a Dios, señalaré el sol, o un árbol, o una lombriz. Pero si me decís: «¿Quieres decir, entonces, que Dios es el sol, el árbol, la lombriz y todas las demás cosas?», tendré que responder que no habéis entendido en absoluto.
Alan Watts en La Sabiduria de la inseguridad
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