Cierto día, el maestro prometió a su discípulo una gran enseñanza, una que no podría encontrar en ninguno de los libros escritos por el hombre.
El alumno, impaciente, le pidió al sabio que cumpliese su promesa con celeridad. El maestro, entonces, le ordenó:
- Sal afuera, bajo la lluvia y quédate con los brazos abiertos, mirando al cielo. Permanece así durante tres horas. Así, de esta forma, se te revelará la enseñanza.
Al día siguiente, el discípulo, resfriado, fue en busca de su maestro, y le dijo:
- Maestro, seguí vuestro consejo y me calé hasta los huesos. Me sentí como un verdadero idiota.
- Muy bien -dijo el sabio-, para ser el primer día, creo que es una gran enseñanza... ¿no te parece?
Fuente: Los cuentos que yo cuento
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