En la meditación descubrimos nuestra inherente agitación. Algunas veces nos levantamos y dejamos de meditar, y otras, conseguimos seguir sentados pero meneamos y retorcemos el cuerpo, y nuestra mente está muy lejos, lo cual puede resultar tan molesto que nos parece que no podemos seguir meditando.
Sin embargo, esta sensación no sólo nos enseña algo sobre nosotros, sino sobre lo que significa ser humano. Todos obtenemos seguridad y consuelo del mundo imaginario de los recuerdos, las fantasías y los planes. En realidad, no deseamos permanecer con la desnudez de nuestra experiencia presente. Estar presentes nos cuesta muchísimo. Hay momentos en los que sólo la suavidad y el sentido del humor nos dan la fuerza para tranquilizarnos.
La instrucción más importante es:
«¡Sigue... sigue... sigue estando contigo mismo!"
Aprender a estar con uno mismo en la meditación es como adiestrar a un perro. Si lo adiestramos a base de golpes, acabaremos con un perro obediente, pero muy inflexible y más bien aterrado. El perro puede que obedezca a nuestras órdenes de «¡Quieto! ¡Ven! ¡Échate! y ¡Siéntate!», pero también estará neurótico y confundido. En cambio, si lo adiestramos con bondad, se volverá flexible y confiado, y no se alterará cuando las situaciones se vuelvan imprevisibles e inseguras.
De modo que, siempre que nos distraigamos, hemos de animarnos con suavidad a «seguir estando con nosotros mismos» y a tranquilizarnos.
¿Te sientes nervioso?
¡Sigue!
¿La mente no cesa de discurrir?
¡Sigue!
¿El miedo y el odio te invaden?
¡Sigue!
¿Las rodillas y la espalda te duelen?
¡Sigue!
¿Qué hay hoy para almorzar?
¡Sigue!
¿Qué estoy haciendo aquí?
¡Sigue!
¡No puedo soportarlo ni un minuto más!
¡Sigue!
Así es como cultivamos la firmeza.
Pema Chödron en Lugares que te asustan
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