¿Dónde están el alma y el espíritu de las plantas? ¿Cómo se manifiestan? Si se busca en el lugar equivocado, no se puede encontrar nada. Al igual que no se puede llegar a comprender el comportamiento de una brújula si se estudia sola, sin relación con el magnetismo de la Tierra, no se puede comprender el espíritu ni el alma de las plantas observando un único ejemplar, sin incluir el sistema planetario y el cosmos.
Las plantas no son organismos individualizados, emancipados de las circunstancias externas, como tampoco lo es el ser humano, aunque pensemos que si. Como seres vivos físicos, naturalmente están presentes en el mundo fenoménico y perceptible, pero todo lo que sucede espiritual y anímicamente en su interior –que determina su nacimiento y muerte- tiene lugar en armonía con el Sol y la Tierra y está influido por el movimiento de los planetas y la Luna.
Lo espiritual y anímico de la vegetación se extiende, por consiguiente, al macrocosmos, a lo metafísico. El alma de la planta permanece invisible, excepto para los videntes. Olvidemos pues los microscopios y aparatos de laboratorios y pongamos la mirada en el firmamento.
Las almas de las plantas han permanecido en los “cielos”, con las estrellas. No han caído en la materia ni están envueltas en las pasiones. Son puras y sanas, es decir, santas, razón por la cual poseen la capacidad de actuar sobre las pasiones, instintos y violencias de las confundidas almas emocionales de los seres humanos y, tal como lo formulara Bach, pueden elevar la frecuencia de sus vibraciones.
Por lo que se refiere a los animales, en cambio, se puede hablar de almas “encarnadas”, ya que manifiestan todas las emociones anímicas: simpatías y antipatías, miedo, alegría, odio, envidia, amor, etc. Los animales superiores producen su propio calor interno; por consiguiente, ya no dependen de la radiación directa del sol y, a diferencia del reino vegetal silencioso, expresan sus emociones internas mediante gruñidos, graznidos, bramidos y otros sonidos. Esta vida anímica interior se acompaña físicamente de los órganos internos irrigados por la sangre.
La planta no forma órganos; no se convierte en microcosmos, sino que continúa siendo una superficie orientada hacia el mundo exterior, el cosmos. Los impulsos, que en el animal parten de los órganos internos y chakras, les son transmitidos a la planta por los cuerpos celestes. Todas las hojas están dirigidas hacia el sol.
La posición del Sol en el firmamento y las fases lunares proporcionan las señales para la metamorfosis, para la germinación, la floración y la fructificación. Como han demostrado las investigaciones, cada tubérculo de papa mantenido en la oscuridad “conoce” la posición del Sol y de la Luna, la estación del año y la hora del día. Tal como han observado muchos jardineros biológicos, los movimientos de los planetas (conjunciones, oposiciones y situaciones en el zodiaco) modifican la metamorfosis de las hojas y flores y son causa de diferencias cualitativas en la forma, color, aroma o sabor.
Este aspecto cósmico de lo anímico en la planta aparece en la mitología de aquellos pueblos cuya fuente de conocimientos radica en la clarividencia. Éstos hablan de una diosa de la Vegetación, que se mueve entre el cielo y la tierra, en armonía con las estaciones. Se trata de la bella Perséfone de los griegos, hija de la madre de la Tierra Deméter. Durante dos terceras partes del año, Perséfone reside en la luminosa Tierra pero, debido a que está ligada a las semillas, debe permanecer un tercio del año con el oscuro dios del Mundo Subterráneo.
Es la diosa Nana de la mitología germánica, que acompaña a su esposo Baldur, el radiante dios del Sol, al mundo de los muertos. Es también Blodeuwedd, la doncella de las flores de la tradición galesa, creada por el mago Gwydion para el héroe del Sol Llew Llaw Gyffes.
Este aspecto cósmico de lo anímico en la planta aparece en la mitología de aquellos pueblos cuya fuente de conocimientos radica en la clarividencia. Éstos hablan de una diosa de la Vegetación, que se mueve entre el cielo y la tierra, en armonía con las estaciones. Se trata de la bella Perséfone de los griegos, hija de la madre de la Tierra Deméter. Durante dos terceras partes del año, Perséfone reside en la luminosa Tierra pero, debido a que está ligada a las semillas, debe permanecer un tercio del año con el oscuro dios del Mundo Subterráneo.
Es la diosa Nana de la mitología germánica, que acompaña a su esposo Baldur, el radiante dios del Sol, al mundo de los muertos. Es también Blodeuwedd, la doncella de las flores de la tradición galesa, creada por el mago Gwydion para el héroe del Sol Llew Llaw Gyffes.
Devas, los Seres Luminosos
Las almas de las plantas, hijas de Nana o Perséfone, que dominan las distintas especies y géneros, suelen ser llamadas devas (sánscrito, deva = luminoso, divino). Apenas si se diferencian de los ángeles y, al igual que éstos, sólo pueden ser percibidas en estado de clarividencia. Para poder escuchar sus mensajes, el herbolario debe tener el alma pura. Los germanos solían enviar a niños inocentes a buscar plantas medicinales. Los indios sólo se enfrentan al alma de las plantas después de haberse purificado mediante ayuno, purgas y baños de vapor. Ginseng, el herbolario de la antigua China que buscaba la “raíz del cielo”, debía llevar una vida de abstinencia, no podía tocar el hierro ni comer carne. Éste dijo las siguientes palabras:
Oh, gran espíritu, ¡no me abandones!
He venido con el corazón puro;
mi alma es inmaculada,
ha sido liberada de todo pecado y malas intenciones...
Determinados momentos sagrados (el alba y el crepúsculo, los “tiempos intermedios” del calendario celta, san Juan) favorecen la comunicación y comunión con las devas. Cada especie de planta tiene su propia deva y cada deva posee a su vez un carácter personal. Algunas, como las plantas destinadas a la alimentación y empleadas con fines medicinales, son maternales; otras, como las orquídeas, son increíblemente hermosas; otras, como la adormidera (opio), son seductoras; y existen algunas que son tímidas y reservadas con el ser humano. Al igual que éste, forman grupos de familias y estirpes devas que presentan similitudes entre sí.
Estas cosas tal vez puedan parecer cuentos surgidos del reino de la fantasía, pero en realidad no son tan extrañas como nos quiere hacer creer la razón corriente.
Son dominios a los que nos dirigimos cada noche cuando nuestros pensamientos, sentimientos y deseos ceden al sueño y nos alejamos de la superficie para sumergirnos en las profundidades del Yo y poder extraer nuevas fuerzas de la fuente primordial. Nos recuperamos del desgaste diario mientras el cuerpo descansa plácidamente como una planta. A veces, al despertar, logramos retener algunas impresiones fugaces del “otro mundo”, cuando éstas no son arrastradas por “el río del olvido”. En ocasiones, tenemos grandes visiones y sueños proféticos.
Los verdaderos clarividentes pueden emprender conscientemente este viaje: cruzan la frontera a la luz del día, se comunican con las devas de las plantas, los antepasados y las entidades divinas y reciben sugerencias del Yo superior que puedan ser aprovechadas para beneficio de los prójimos.
MECHTHILD SCHEFFER en "Flores que curan el alma"
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