VER CON EL CORAZÓN



El forastero estaba sentado tranquilamente en medio de la marea siempre cambiante del mercado matinal, tan tranquilamente que, un niño, cuyo corazón estaba en paz, se fijó en él. 
—Hola –saludó el niño. 
—Buenos días –dijo el forastero, sonriendo amablemente. 
—¿De dónde eres? –preguntó el niño, sentándose junto a él. 
—¿Qué te hace pensar que soy de otro lugar? –inquirió el forastero con un brillo en la mirada. 
—Hay una luz diferente que brilla en ti –replicó el niño. 
—¿Puedes ver esa luz? –preguntó el forastero, curioso. 
—No con mis ojos –explicó el niño hablando bajito, como si estuviera compartiendo un secreto–, pero la siento. 
—Ah –dijo el forastero, bajando también la voz–, la ves con tu corazón. 
—Si –dijo el niño. 

Se quedaron en silencio durante lo que pareció una eternidad. 

A continuación del silencio, el niño alargó la mano y la colocó suavemente sobre el antebrazo del forastero. 
—¿Puedes llevarme ahí? 
—No –dijo el forastero–, pero al estar aquí sentado y disfrutar tranquilamente de esta hermosa mañana, te estoy señalando el camino. Y, en cualquier caso –rió, colocando su brazo alrededor del hombro del niño–, no se puede llevar a alguien a un lugar en el que ya está.


Michael Brown en La Alquimia del Corazón

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