Había, una vez, un padre de familia muy rico a quien preocupaba la educación de su único hijo que vivía en la abundancia, sin faltarle nada.
Un día, decidió llevar a su hijo a pasar, unos días, en una comunidad indígena, con el propósito de mostrarle cómo viven los pobres.
Estuvieron, un par de días, alojados en una choza de una familia muy pobre.
A la vuelta del viaje, el padre preguntó a su hijo qué le había parecido la experiencia y si se había dado cuenta de cómo vivían los pobres, para valorar más lo que tenían en casa.
El niño respondió que le había encantado el viaje y que ahora ya sabía cómo vivían los pobres, enumerando así lo que había visto:
Nosotros tenemos un perro,
y ellos tienen varios.
Nosotros tenemos una piscina que ocupa la mitad del jardín,
y ellos tienen un arroyo que no tiene fin.
Nosotros hemos puesto faroles en nuestro jardín,
y ellos tienen las estrellas por la noche.
Nuestro patio es tan grande como el jardín,
y ellos tienen el horizonte entero.
Nosotros tenemos un pequeño trozo de tierra para vivir,
y ellos tienen campos que llegan hasta donde nuestra vista no alcanza.
Nosotros tenemos criados que nos ayudan,
y ellos se ayudan entre sí.
Nosotros compramos nuestra comida,
y ellos cultivan la suya.
Nosotros tenemos muros alrededor de nuestra casa para protegernos,
ellos tienen amigos que los protegen.
El padre del niño quedó sorprendido, sin dar crédito a lo que oía. Y el pequeño, dándole un beso, añadió:
Gracias, papá, por enseñarme lo pobres que somos.
(Fábula de autor desconocido)
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