“La ansiedad con miedo y el miedo con ansiedad contribuyen a robarle al ser humano sus cualidades más esenciales. Una de ellas es la reflexión”.-Konrad Lorenz-
Nos traslada esta fábula budista sobre la ansiedad a un lejano lugar donde vivía un hombre muy rico, el mismo que tenía especial devoción por la belleza. Su casa era especialmente hermosa: se había construido siguiendo sus indicaciones. Todo lo que le rodeaba tenía valor, pero aún así nuestro protagonista no dejaba de sentir un vacío que no sabía con qué llenar.
Tras mucho reflexionar, miró por la ventana de su habitación y vio que sus tierras llegaban más allá del último lugar que podía alcanzar con su vista. Sin embargo, reparó en que no había color en toda esa extensión. Así, llegó a la conclusión de que lo que le hacía faltaba era un jardín. Las flores llenarían de aroma esos campos y, por supuesto, los volverían policromáticos. Sí, eso era lo que necesitaba.
Mandó entonces que se contratara al mejor jardinero, sin reparar en sus honorarios. Después de una cuidadosa búsqueda, quien mostró tener mayor conocimiento y maestría con las plantas fue un hombre humilde, que no carecía de sabiduría. Dice esta fábula budista sobre la ansiedad que, sin dudarlo, lo contrató. Quería tener el jardín más bello que hubiera en el mundo.
Un jardín hermoso y un suceso extraño
El jardinero empezó a trabajar en ese hermoso jardín soñado. Según cuenta esta fábula budista sobre la ansiedad, en poco tiempo, comenzó a hacerse realidad el fruto de su esfuerzo. En un par de meses, los extensos campos se llenaron de bellísimas flores. Había rosas, crisantemos, claveles, tulipanes: todo ello, en su conjunto, conformaba una atmósfera espectacular.
El ideario de aquel jardín se sentía muy contento. Sin embargo, empezó a suceder un fenómeno extraño extraño. Algunas zonas del bello jardín amanecían maltratadas. Como si algo o alguien hubiese caminado sobre ellas. También las flores aparecían mordisqueadas, al igual que los frutos del cerezo.
El dueño del jardín se alarmó. No podía ser que después de tanto esfuerzo, alguien lo arruinara. Por eso llamó al jardinero y le encomendó la tarea de descubrir qué estaba pasando y hacerse cargo del asunto.
Un visitante inesperado
El jardinero observó con cuidado las plantas que estaban estropeadas. Lo que estuviera pasando, sucedía por la noche. Así que decidió esconderse en un rincón y observar. Esperó un buen rato, pero nada ocurría. Por fin, pasada la media noche, vio a un ciervo que se acercó sigilosamente. Aplastaba varias flores a su paso, para llegar hasta donde estaban las cerezas. También mordisqueaba algunas flores.
Al ver esto, el jardinero saltó para atrapar al ciervo, pero este animal era muy ágil y en un par de segundos ya estaba lejos de su alcance. Pasaron varios días sin que volvieran a aparecer desperfectos; sin embargo, esta tregua duró poco. El jardinero pensó que sería muy difícil atrapar el ciervo. Era precavido, tímido y demasiado ágil. La única manera de vencerlo sería logrando que traicionara su naturaleza.
Cuenta la fábula budista sobre la ansiedad que el jardinero urdió un plan. La única manera de lograr que el ciervo traicionara su naturaleza sería desatando su deseo y luego su codicia.
La moraleja de la fábula budista sobre la ansiedad
El jardinero comenzó a dejar pequeñas delicias para que el ciervo se alimentara. Como si fuera algo casual, dejaba pequeñas golosinas escondidas entre la hierba, de manera que el ciervo se paraba a degustar esos manjares. Al día siguiente, el jardinero dejaba aún más tentaciones para el ciervo. Sin embargo, lo que definitivamente marcó la diferencia fue la miel.
El ciervo adoraba la miel. El jardinero lo notó y comenzó a dejarle pequeños trozos de galletas con miel en un lado y en el otro. El ciervo poco a poco comenzó a ponerse frenético. Ya se le veía entrar al jardín tan pronto se ocultaba el sol. No podía esperar a comerse todos los suculentos manjares que encontraba allí. Llegó a un punto en el que incluso empezó a ir a plena luz del día. No podía contenerse.
Cuenta la fábula budista sobre la ansiedad que en ese punto, el jardinero supo que ya lo había vencido. Por eso, una mañana dejó una gran cantidad de galletitas con miel que estaban organizadas como si formaran un camino. El ciervo llegó y comenzó a comerlas. Cuando llegó al final, una puerta se cerró. Había entrado en una jaula sin darse cuenta, quedando sin libertad.
El jardinero le contó todo al hombre acaudalado, quien se sorprendió con la sabiduría del buen hombre. Comentaron que hasta la naturaleza más reservada se transforma cuando el deseo pasa a dirigirla, especialmente si este deseo se alimenta.
Edith Sánchez en La Mente es Maravillosa
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