Un día, un hombre muy pobre trajo un racimo de uvas al Profeta Mahoma como regalo y le dijo:
- ¡Oh Profeta de Allah, por favor, acepta este pequeño regalo de mi parte!
Al poder ofrecer su obsequio al Profeta, el rostro del hombre se iluminó porque era evidente que le amaba mucho y que no podia obsequiarle con nada, ya que apenas tenía medios para comer.
Mahoma -la paz sea con él- le dio las gracias amablemente y probó las uvas. A medida que el Profeta iba comiendo uvas, el hombre lo miraba expectante. Así, el Profeta se comió una, luego se comió otra y poco a poco terminó todo el racimo él solo, haciendo gestos de agrado. El pobre hombre se fue muy contento.
Los compañeros del Profeta que estaban a su alrededor se sorprendieron. Por lo general, Mahoma compartía con ellos todo lo que tenía, pero, esta vez, había sido diferente. Así, uno de ellos le preguntó respetuosamente:
- Oh, Profeta de Allah ¿Cómo es que te has comido todas las uvas y no nos ofreciste a nosotros?
El Profeta sonrió y dijo:
- Me comí yo todas la uvas porque estaban ácidas. Si les hubiera ofrecido a ustedes, podrían haber puesto mala cara y mostrado su disgusto. Eso habría herido los sentimientos de ese pobre hombre, así que me dije a mí mismo que mejor que me las comiera todas yo para complacer al pobre hombre.
Fuente: La taberna del derviche
No hay comentarios:
Publicar un comentario