Había, una vez, un grupo de ranas que viajaban, croando, alegremente, de charco en charco, cuando varias de ellas cayeron en un hoyo muy profundo.
Todas las demás se asomaron al hoyo y, al ver su profundidad, dijeron a las ranas del fondo que era inútil cualquier esfuerzo. Por grandes que fueran sus saltos, no podrían nunca alcanzar la orilla. Y no había otra forma de salir de allí. Podían darse por muertas.
Algunas de ellas, haciendo caso a las ranas de la superficie, se acurrucaron resignadas en un rincón y se dispusieron a esperar la muerte.
Algunas de ellas, haciendo caso a las ranas de la superficie, se acurrucaron resignadas en un rincón y se dispusieron a esperar la muerte.
Dos comenzaron a saltar, con todas sus fuerzas, sin prestar atención a los comentarios de sus compañeras que seguían insistiendo en que sus esfuerzos eran inútiles.
Una de ellas puso atención a lo que las demás les decían y se rindió. Se desplomó y murió, agotada por el esfuerzo. La otra rana continuó saltando, ella sola, cada vez más fuerte, sonriendo a su compañeras de arriba que le gritaban, una y otra vez, que su esfuerzo carecía de sentido.
Una de ellas puso atención a lo que las demás les decían y se rindió. Se desplomó y murió, agotada por el esfuerzo. La otra rana continuó saltando, ella sola, cada vez más fuerte, sonriendo a su compañeras de arriba que le gritaban, una y otra vez, que su esfuerzo carecía de sentido.
Finalmente, en un prodigioso salto, casi increíble, consiguió alcanzar la orilla del hoyo. Tumbada boca arriba, agotada, pero satisfecha de su esfuerzo que le había salvado la vida, cuando pudo recobrar su aliento, se dirigió, emocionada, a sus compañeras:
- ¡Gracias, por vuestro apoyo! Gracias, por haberme animado a continuar con el esfuerzo.
Sus compañeras, sorprendidas, le preguntaron:
- ¿Entendías lo que te decíamos?
La rana les explicó:
- No. Yo soy sorda.
Ten cuidado con lo que dices.
Sé cauteloso con lo que escuchas.
R .
No hay comentarios:
Publicar un comentario