Erase una vez, una anciana china que tenía dos grandes baldes para acarrear a casa el agua de un cercano arroyo. Transportaba los baldes colgados en cada extremidad de una gruesa vara que cargaba sobre sus hombros.
Uno de los baldes estaba rajado y, cuando la anciana llegaba a casa, iba medio vacío, en cambio el otro, que era perfecto, llegaba siempre lleno.
Un día tras otro, la anciana llevaba a casa balde y medio de agua.
El balde perfecto estaba muy orgulloso de de la realización de su cometido, mientras el pobre balde roto se sentía avergonzado por su defecto y por conseguir hacer tan sólo la mitad de su trabajo.
Tras dos años de sentirse humillado y derrotado por su defecto, un día, cuando la anciana descansaba sobre la roca que había en la orilla del camino, a mitad de su trayecto, el balde se atrevió a hablar con la anciana:
- Estoy avergonzado, por no cumplir con mi trabajo de llegar lleno de agua hasta tu casa, como hace mi compañero. La rotura que padezco no me lo permite. Te pido perdón, honorable señora.
La anciana sonrió, llena de compasión y dulzura:
- ¿Has observado que lindas flores hay en tu lado del camino? Yo siempre supe de tu defecto, desde que te compré, en aquella tienda de objetos usados. Por eso planté semillas de flores, a lo largo del camino por donde tu tenías que pasar. Y, todos los días, cuando regresábamos, tu las ibas regando con el agua que se derramaba. ¡ He recogido, durante dos años, flores de todos los colores y perfumes, con las que he adornado mi casa ! ¡ Si tu no fueras como eres, yo no habría gozado de esas maravillas !
Acepta a cada persona como es y por lo que es. Descubre lo que hay de bueno en cada uno.
Aceptate a ti mismo como eres. Y no dejes de regar las flores de tu lado del camino.
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