EL CUERVO Y EL CONEJO


Había, una vez, un cuervo que estaba posado  en un árbol, muy sereno y tranquilo, sin hacer absolutamente nada, durante todo  el día. 







Un pequeño conejo lo observaba, un día y otro, sintiendo una gran envidia:
 

"Cómo sería aquello de estar sentado, tanto tiempo, sin hacer nada, sin prisas, sin correr, sin saltar, con el único quehacer de  "no hacer" del que había oído hablar a un buo muy sabio, sin haberlo entendido."

 
Un día, puesto en pie sobre sus patas traseras y con sus orejas tiesas y muy abiertas hacia arriba, se dirigió al cuervo:

-Hermano cuervo, vengo observándote, todos los días, sin atreverme a preguntarte: ¿puedo sentarme como tú y pasarme, aunque sólo sea un día,  haciendo nada?

El cuervo respondió:

-¡Claro! ¿Por qué no?

El conejo le dio las gracias, buscó un sitio, al pie del árbol, y se sentó,  muy relajado y sereno, intentando disfrutar del silencio reinante y de la paz que daba la quietud y aquel desconocido no hacer nada.

De repente, apareció un lobo que saltó sobre el del conejo y se lo comió.


Moraleja: Para estar sentado y no  hacer nada, necesitas estar muy alto.



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