INTELIGENCIA ESPIRITUAL

La reacción contra siglos de religión obligatoria en Occidente ha llevado a muchas personas a renunciar a una dimensión fundamental para el ser humano: la espiritualidad. Y la pregunta es ahora: ¿dónde se encuentra Dios después de que un filósofo como Nietzsche anunciara su muerte?

Un relato del maestro sufí Rumi aportaba, medio milenio antes, una respuesta brillante: 


“Examiné la cruz de los cristianos del principio al fin. Él no estaba en la cruz. Fui al templo hindú, a la pagoda antigua. En ninguno encontré el menor signo. Subí hasta las cumbres sagradas. Miré a mi alrededor. Él no estaba en las cumbres ni en el valle. Fui a la Kaaba. Tampoco estaba allí. Pregunté por su paradero: estaba más allá de los límites del filósofo Avicena. Miré en mi propio corazón. Y en ese lugar lo vi.”



Se puede ser espiritual sin ser acólito de ninguna religión ni seguidor de ningún gurú. Si vamos al sentido originario de la palabra “religión”, ésta viene de la voz latina “religare” (ligar o amarrar); es decir, amarrarnos o ligarnos de nuevo. ¿Y a qué debemos reconectarnos para sentirnos realizados como seres humanos? Básicamente a la naturaleza; a la totalidad. Debemos dejar atrás el ego individual para fundirnos con la fuente de la creación. Es el momento de encontrar otra forma de reconectarnos al cosmos y, más concretamente, a nuestro planeta para salvarlo. Por eso es importante desarrollar la inteligencia espiritual.

Antes de entrar en los dominios de este tipo de inteligencia, examinaremos una pregunta que ha sido planteada a menudo por los antropólogos: ¿Por qué todas las tradiciones tienen su dios? ¿Cuál es la razón por la que civilizaciones que no han tenido contacto entre sí desarrollen un concepto parecido de la divinidad? Con pocas excepciones, las culturas humanas creen en un poder supremo, en cosas que no pueden ver, oler, saborear, oír ni tocar, lo cual parece ir contra nuestra mente racional. ¿Cómo es posible?



El genetista Dean Hamer sostiene en El gen de Dios que lo divino está inscrito en nuestro disco duro desde que nacemos. Por lo tanto, la espiritualidad sería una herencia básica, un instinto para la supervivencia que nos procura un sentido de la vida y valor para superar dificultades y pérdidas. Este libro, publicado en 2004, aportaba, además, un estudio sobre los beneficios de la espiritualidad para la salud del cuerpo y de la mente. Para su redacción, se estudió un grupo de sujetos que incluía desde ateos convencidos hasta personas con cierta inclinación al misticismo, una facultad que Hamer define como “la facilidad para salir de sí mismo, sensación de estar en conexión con un amplio universo y con una mente abierta a sucesos no fácilmente explicables”.

Además de detectar en este segundo grupo una mayor presencia del gen VMAT2, que en su variante 3305 quedó bautizado como el “gen de Dios”, los investigadores concluyeron que las personas con esta programación espiritual superaban más rápidamente las enfermedades, eran menos proclives a la depresión y disfrutaban, en general, de una mayor esperanza de vida.

Sea sólida o no la existencia de ese gen del misticismo, parece probado que desarrollar la inteligencia espiritual nos permite vivir más y mejor.



Un relato tradicional árabe habla de un eremita de Persia que, de visita a la Meca, llegó a la Kaaba muy tarde por la noche y decidió dormir allí mismo, con los pies apuntando hacia el lugar sagrado. A la mañana siguiente, fue descubierto por un grupo de religiosos que le increparon porque se considera sacrilegio que los pies apunten al más santo de los sitios del Islam. Mientras le golpeaban, le preguntaron: “¿Quién eres tú? ¿No sabes que tus pies no deben apuntar a la Kaaba, el lugar donde reside Allah?

Estoy peregrinando desde un lugar muy lejano –respondió el eremita– y desconocía dónde reside Allah exactamente. Como estoy muy cansado, me tumbaré apuntando a un lugar donde no resida Allah.” 


Al escuchar esto, los religiosos se enfadaron todavía más, porque donde quiera que se girara el eremita se veía la Kaaba, que mudaba de lugar con él. Lo intentaron varias veces, pero el lugar santo no dejó de presentarse ante el eremita. Entonces, los religiosos entendieron que el visitante no era una persona cualquiera y se echaron a sus pies pidiéndole disculpas.

El eremita dijo entonces las siguientes palabras:


 “Allah está en todas partes. Es absurdo pensar que sólo habita en un altar o en un lugar determinado. Podéis verlo en cualquier momento y lugar, siempre que vuestra mente sea pura.”

Esta visión de la espiritualidad coincide con la concepción contemporánea de la religión, considerada una experiencia individual. De la relación asimétrica entre el sacerdote o gurú y el fiel –criticada por Jiddu Krishnamurt–, se ha pasado a una relación individualizada con lo trascendente que emana de todas las cosas.

Filósofos modernos menos radicales que Nietzsche ya señalaban que la divinidad está en cada cosa y en cada persona y que, por lo tanto, no hay que buscarla en libros o símbolos.


Fuente: El Cielo en la Tierra


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