Para reconocernos y sentirnos seres completos primero debemos liberarnos de la sensación de carencia. De la sensación de no tener.
Todo lo que hay afuera es parte de mí. No es mío ni es del otro, es una parte de lo que soy. Si esto se hace una realidad en mi, nunca nada me faltará.
Sabré que todo está, sólo debo volver a sentirlo. Es como cuando un brazo se me duerme, y parece que no lo tengo. Y si estoy durmiendo, para lograr acomodarme, tomo el brazo, y lo tomo como si no fuera mío. Está en mi cuerpo, es parte de mí, pero no lo siento.
El brazo es parte mía, como lo es el otro que camina al otro lado de la calle, sólo que mi conciencia de unidad está dormida, como lo estaba mi brazo, y no reconoce al otro como una extensión de mi propia existencia.
Despertar la conciencia que me relaciona con los otros, puede no ser tarea sencilla. Pero como en todo camino, se empieza revisando primero en qué escalón estoy, qué le estoy reclamando al mundo, de qué parte de mi vida no me estoy haciendo cargo.
A la vez, más allá de que esto es una práctica diaria, es fundamental abrir los ojos a la totalidad. Poder ver todos los hechos relacionados por una red invisible que se teje y desteje según las experiencias elegidas. Sentirme protagonista de lo que sucede, y como todo protagonista, también con la capacidad de transformar lo que se me presenta.
El ser humano es un ser de origen cósmico y, a la vez, hijo de la tierra. Sólo debe recuperar su memoria original, aprender a habitarse a sí mismo y poder reconocer que, cuando él respira, el Universo se mueve.
Fuente y artículo completo, "El hombre en busca de la completud", en: Caminos al Ser
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