EL MILAGRO DE LA MEDITACIÓN


Existe una dimensión de la realidad en la que no somos nadie y en la que no tenemos nada, por lo cual no hay nada que perder. Suena como un fracaso total, ya que nuestro ego siempre está intentando ser alguien y hacer esto y aquello. Sin embargo, resulta ser la máxima verdad, lo que es intrínsecamente así. En el momento en que vemos esta verdad benéfica y extraordinaria, y nos rendimos a ella, destruye literalmente todas las cadenas que nos atan.
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De modo que existe un estado de realidad así como de conciencia, incluso en este preciso instante, en el ahora en el que realmente no somos nadie y no tenemos nada. Esto suena muy mal. Parece un completo fracaso, pero es la verdad más maravillosa de la cual podemos ser testigos. 

Nuestro objetivo, así como el de todas las prácticas y los esfuerzos espirituales, es no ir a ningún lado. El objetivo no es ni siquiera retornar a alguna noción de fuente divina. El objetivo es llegar aquí, llegar a la verdadera esencia de nuestro ser y reconocer esta realidad maravillosa, esta verdad suprema en la que no somos nada y no tenemos nada.

Todo lo que pensamos que poseemos no es más que una ilusión. Somos dueños de infinidad de cosas, tanto materiales como inmateriales. Poseemos muchos objetos en el mundo de lo material, y cuando contemplamos nuestra conciencia también tenemos una gran cantidad de credos, conceptos, ideas, culpa, vergüenza, orgullo y presunción. Pero, en realidad, ninguna de estas posesiones existe en el reino de la pureza primordial. Solo tienen vida en el reino de la falsa ilusión, en el reino de la mente egoica y la conciencia samsárica. No obstante, eso no significa que debamos tirarlo todo por la ventana o que no debamos representar ningún papel. Evidentemente, representamos muchos papeles —el de hombre, mujer, profesor, alumno, hijo, padre...—, necesarios para que la conciencia mantenga esta increíble forma llamada vida, llamada encarnación —no necesariamente reencarnación, sino encarnación.

De modo que hay una conciencia en todos nosotros que no es nadie. No es americana, ni europea, ni tibetana, ni china. Va más allá de los papeles y los personajes que representamos a lo largo de nuestra existencia y en los que consiste el ego, su vida y su energía. Nuestro cuerpo puede ser masculino o femenino, pero nuestra conciencia no es ni una cosa ni la otra. Eso no significa proponer una dualidad entre el cuerpo y la mente, sino afirmar que existe una diferencia entre lo que somos en esencia y el papel que representamos en este mundo. A veces interpretamos el papel de un hombre o el de una mujer, el de maestro o el de alumno; cada día adoptamos papeles diferentes.

Cuando representamos estos papeles, nos encontramos, en su mayor parte, completamente inmersos en la propia forma que estamos asumiendo en esta efímera, fugaz, maravillosa y exquisita encarnación. Pero cuando meditamos abrimos el corazón. Dejamos a un lado todos los credos, nuestras suposiciones, nuestros prejuicios y también nuestras nociones de la realidad. Dejamos a un lado toda nuestra creación mental y, sin necesidad de ir a ningún lado, sin hacer nada, ocurre el milagro. El milagro es que tenemos contacto directo con esa dimensión de lo que somos, la conciencia de la que Buda hablaba, la ilimitada e informe conciencia que no es nadie y, a pesar de ello, lo es todo. Es la experiencia de que somos, en realidad, uno con todo lo demás. Somos uno con el nirvana y el samsara. Somos uno con el cielo y con la Tierra.
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Anam Thubten en La Magia de la Conciencia

Fuente: La no dualidad

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