La vacuidad es uno de los conceptos más difíciles de entender que
tiene el budismo y, a la vez, es uno de los conceptos con un potencial
de transformación y de realización más alto (cuando se pasa de la mera
comprensión intelectual a la experiencia, esto define la sabiduría e
incluso la iluminación, según enseña la tradición).
Lo principal que hay que decir es que el término shunyata (vacuidad) no se refiere a
la nada, ni niega que exista el mundo ni el ser. Lo que niega es la
existencia sustancial de las cosas o que tengan una existencia por su
propia cuenta, independiente y separada de todo lo demás. Esto es en
cierta forma radical, porque supone necesariamente que no existe un yo
fijo y estable, ese individuo que llamamos Alejandro o Andrea o Martín o
Marcela, etc., siempre se está creando conceptualmente como una
fijación de nuestra mente pero no lo podemos encontrar en ningún lugar
estable.
El ser es siempre interser, como explica el concepto
originación dependiente el monje vietnamita Thich Nhat Hanh. Lo que nos
dice esto es que todos los fenómenos y todas las cosas existen de la
misma manera que existe un arco iris, con la concurrencia de ciertas
causas y condiciones, como el sol, el agua, obviamente, pero también la
mente y cierta perspectiva de observación ya que de otra manera no
podríamos verlo… ¿cómo se ve un arco iris por atrás?
Uno de los principales expertos en este concepto en Occidente es el
traductor Jeffrey Hopkins, quien ha servido de traductor del Dalái Lama y
ha recibido numerosas enseñanzas tántricas. Hopkins define así la
vacuidad:
La vacuidad no significa la nada.
Significa la carencia de un estado de sobre-sustancialidad en los
fenómenos que vemos. Esta es una oración muy cargada, pero incluso
nuestras sensaciones más desnudas no las vemos como realmente son, las
vemos cómo más de lo que son, y esto es un problema, ya que el ver algo
más en las sensaciones más básicas que tenemos nos lleva a la
lujuria y al odio [sólo deseamos u odiamos algo que creemos que existe
por sí mismo]. La clave yace en no ver las cosas con este recubrimiento…
pero incluso este recubrimiento no viene de nuestro pensamiento, está,
de hecho, en las cosas que vemos. Así que esto es difícil, por lo cual
existen una enorme cantidad de enseñanzas para intentar entender qué es
este error y cómo nos dejamos absorber por aquello que ni siquiera está
ahí.
Hopkins se refiere a que el recubrimiento o proyección que hacemos a
las cosas está embebido en la misma naturaleza de nuestra percepción –al
menos como nos hemos acostumbrado a percibir el mundo consensualmente,
dividiendo al sujeto del objeto y considerando que los objetos, al estar
separados, tiene realidad inherente.
La conceptualización de las cosas
como buena o malas o las emociones que nos generan es incluso una capa
superior, pero a nivel desnudo de la percepción habitual también existe
esta noción de que las cosas tienen una sustancia y están separadas, es
por ello que llegar al entendimiento de la vacuidad es tan difícil. Las
enseñanzas más altas del budismo tibetano, como el dzogchen o el
mahamudra, enseñan a zanjar esta barrera percepctual y percibir desde la
no-dualidad, o lo que se describe a veces también como la unión de la
vacuidad y la conciencia.
Una de las formas que se utiliza en el budismo para llegar a este
entendimiento es meditar sobre dónde se encuentra el yo o el sí mismo (o
dónde está la mente afuera o adentro). Una vez que se busca en el
cuerpo, en el cerebro y demás, se descubre que no está en ninguna parte,
no tiene una ubicación. Dice Hopkins:
La decisión a la que se llega es que el
“yo” no puede encontrarse bajo análisis. La decisión no es
superficialmente intelectual sino un descubrimiento sobrecogedor de una
vacuidad una vez que se ha buscado tal “yo”. Esta vacuidad no muestra
que el “yo” no existe, sino que no existe inherentemente como era
identificado… Esta inencontrabilidad es la vacuidad misma, y el entendimiento de su entendimiento de vacuidad, es la existencia sin un yo (selflessness).
[…]
La percepción de esta vacuidad, la
ausencia de existencia inherente, conlleva una fuerza emocional –primero
de pérdida, ya que nuestras emociones están construidas bajo un falso
sentido de concretud, y luego del descubrimiento de un tesoro perdido
que hace todo posible. Desde un punto de vista similar, la vacuidad de
la mente es llamada la naturaleza búdica.
Si seguimos este razonamiento, esto significa que hay existencia sin un yo, esto es lo que se llama la naturaleza búdica (tatagatagarbha)
o también la luz clara innata. La mente puede existir sin un yo, sin un
corral de identificación que la mantenga percibiendo el mundo como algo
separado y sustancial. Es por ello que también se habla,
fundamentalmente en la escuela del Shetong (literalmante “otra
vacuidad”), de que la realidad última –igual al Buda– está vacía de
todas las cosas que no sean ella misma. “La mente de luz clara
fundamental innata, se manifiesta cuando todos los otros niveles más
groseros de conciencia cesan. El Dalái Lama dice que está vacía de todo eso. Es una otra-vacuidad”, dice Hopkins.
Consideremos otras explicaciones como complemento. El concepto de la
vacuidad en el budismo está indisociablemente ligado a la escuela
madhyamika, el camino medio, especialmente en tanto a que no toma una
visión eternalista (un Ser eterno) ni una visión nihilista, toma un
sendero medio, que es muy cauto de no caer en las trampas del lenguaje
que oscurecen la percepción (como evitar los extremos, por ejemplo no
decir ni que el mundo es no real o que le mundo si es real, sino que es
real y es no real).
Chandrakriti, uno de los principales discípulos de
Nagarjuna, maneja hábilmente los dos niveles, el nivel de la vacuidad
de todas las cosas en la realidad absoluta y el nivel de que las cosas
existen realmente como apariciones dentro de la relatividad del mundo:
Ya que la relatividad no es objetivamente
creada, aquellos que, a través de este razonamiento, aceptan que las
cosas dependientes semejan a la luna en el agua y a los reflejos en un
espejo, los entienden ni como falsos ni como verdaderos. Así entonces,
aquellos que piensan así en lo que respecta a las cosas dependientes se
dan cuenta de que lo que se origina dependientemente no puede existir
sustancialmente, ya que lo que es como un reflejo no es real. Si fuera
real esto conllevaría el absurdo de que su transformación sería
imposible. Y, sin embargo, tampoco es irreal, ya que se manfiesta como
real en el mundo.
En términos más pop, Thich Nhat Hanh lo pone de la siguiente manera.
Uno ve una flor y la percibe rebosante, llena del cosmos y eso es
verdad, la flor es plenitud, “sólo está vacía de una cosa, vacía de una
naturaleza inherente, porque la flor no puede ser por sí misma, porque
necesita de todo el cosmos para ser. Si remueves los elementos de
no-flor [por ejemplo la luz del sol, la lluvia, elementos minerales,
vegetales, etc.] no puede ser. Por ello está llena de todo pero vacía de
una existencia inherente separada”.
Y así todas las cosas, ninguna tiene realidad por sí misma, sino que
su realidad, su estado de “flor”, está dada por todas las otras cosas
que la componen, pero como cada cosa que la compone depende de otras
cosas, no podemos decir que las cosas están hechas realmente de algo o
que tienen sustancia. Incluso las partículas subatómicas están
entrelazadas cuánticamente (son relaciones más que cosas) y dependen del
acto de observación o medición para existir de esta (partícula) o esta
otra forma (onda). Así podemos decir que los fenómenos están vacíos y
que nosotros mismos, en tanto a que nos consideramos entidades fijas y
estables y nos identificamos con una personalidad individualidad,
estamos vacíos, carecemos de aquello que creemos que nos da nuestra
identidad.
Fuente: Cadena Aurea
No hay comentarios:
Publicar un comentario