Érase una vez una amapola que crecía muy cerca de un camino, desde su posición podía desplegar toda la fuerza de su rojo y radiarla hacia los transeúntes, era imposible no fijarse en ella. Sus pétalos danzaban con la suave brisa, llenando de música inaudible el campo. La gente se paraba a mirarla y su belleza les hacía sentir más libres.
Cierto atardecer, una niña que corría delante de su abuelo se fijó en ella y rápidamente su mirada buscó más.
-¡Mira yayo, hay centenares de ellas…! ¡Tengo una idea…cojamos unas cuantas y hagamos un ramo para mamá!
- El abuelo sonrío, embelleciendo las arrugas de su rostro, curtido por las largas horas de trabajo bajo el sol.
-- No puedes hacer eso
- ¿Por qué no…? Estoy segura que le encantaría, son tan delicadas estas flores…no las he visto nunca en las floristerías a las que va mamá
-Ni las verás. Son sólo para mirar, ahí está su riqueza. Si intentas cogerlas se te desharán en las manos.
- Entonces… ¿Por qué me provocan con ese color tan vivo? ¿Por qué no intentan pasar desapercibidas para, así, protegerse?
- Su fragilidad libera en nosotros la ternura, la delicadeza…y su color nos recuerda que es fruto de una pasión
- ¿Cuál?
- La de la vida. Tú también naciste frágil y con tu mirada nos cautivaste a todos. Sabemos que podemos disfrutar de tu compañía, pero nunca arrancarte tu libertad.
- ¡Soy como las amapolas!
-¡Sí! – Dice el abuelo, mientras la contempla llenando sus ojos de ternura- Y como ellas tienes necesidad de hacerte notar, intentas llamar nuestra atención, y aunque a veces parezca que no te hacemos casos estamos siempre sintiéndote.
- Pero…yayo… ¡a mí si puedes abrazarme, no me voy a romper! – Dice la niña corriendo hacia su abuelo y abriéndole los brazos!
Colorín colorado este cuento realmente ha comenzado; ya que puede ser el principio de un nuevo camino hacia nuestra sabiduría.
Fuente: La Danza de la Vida
Fuente: La Danza de la Vida
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