MUERTE, DISOLUCIÓN DE LA FORMA





En nuestra civilización hay una enorme ignorancia sobre la condición humana y, mientras mayor es la ignorancia respecto de las cosas espirituales, mayor es el sufrimiento. Para muchas personas, especialmente en Occidente, la muerte no es más que un concepto abstracto, de tal manera que no tienen la menor idea de lo que le sucede a la forma humana cuando se aproxima a la disolución. 

A la mayoría de las personas decrépitas y ancianas se las encierra en instituciones. Los cadáveres, los cuales, en algunas culturas se exponen para que todo el mundo los vea, se ocultan de la vista. Basta con intentar ver un cadáver para descubrir que es prácticamente ilegal, salvo si el muerto es un familiar cercano. En las funerarias hasta maquillan el rostro del cadáver. Lo único que se nos permite ver es una imagen higienizada de la muerte. 

Puesto que la muerte es solamente un concepto abstracto, la mayoría de las personas no están en absoluto preparadas para la disolución de la forma que les espera. Cuando se aproxima produce espanto, incomprensión, desesperación y un miedo enorme. Ya nada tiene sentido porque todo el significado y el propósito de la vida estaban asociados con la acumulación, el éxito, la construcción, la protección y la gratificación. La vida se asociaba con el movimiento de expansión y la identificación con la forma, es decir, el ego. La mayoría de las personas no conciben que tenga significado alguno el hecho de que su vida y su mundo se estén derrumbando. 

Y, sin embargo, allí hay un significado todavía más profundo que en el movimiento de expansión. Era precisamente a través de la llegada de la vejez, de una pérdida o de una tragedia personal que tradicionalmente solía aparecer la dimensión espiritual en la vida de una persona. Es decir, el propósito interno emergía solamente cuando el propósito exterior se desmoronaba y se quebraba el cascarón externo del ego. Esos sucesos representan el comienzo del movimiento hacia la disolución de la forma. 

La mayoría de las culturas antiguas seguramente comprendían intuitivamente este proceso, razón por la cual reverenciaban y respetaban a los ancianos. Eran los depositarios de la sabiduría y representaban la dimensión de la profundidad sin la cual ninguna civilización puede sobrevivir durante mucho tiempo. En nuestra civilización, que está totalmente identificada con lo externo y desconoce la dimensión interna del espíritu, la palabra "anciano" tiene muchas connotaciones negativas. Es una ofensa decir que una persona es vieja. Para evitar la palabra, usamos eufemismos como "personas mayores" o de la "tercera edad". La figura de la "abuela" entre los pueblos indígenas posee una gran dignidad. La "abuelita" de hoy es, cuando más, graciosa. ¿Por qué se considera inútiles a los ancianos? Porque en la ancianidad, el énfasis ya no está en el hacer sino en el Ser y nuestra civilización, perdida en el hacer, no sabe nada sobre el Ser. Pregunta: ¿Ser? ¿Para qué sirve? 

En algunas personas, el inicio aparentemente prematuro del movimiento de retorno, la disolución de la forma, parece perturbar severamente el movimiento de crecimiento expansivo. En algunos casos, es una perturbación transitoria mientras que en otros es permanente. Pensamos que un niño no tiene por qué enfrentar la muerte, pero el hecho es que algunos niños deben enfrentarse a la muerte de uno de sus padres o de ambos por enfermedad o accidente, o hasta la posibilidad de su propia muerte. Algunos niños nacen con una incapacidad que limita severamente la expansión natural de su vida. O una limitación severa se presenta en la vida a una edad relativamente temprana. 

Esa perturbación del movimiento expansivo en un momento en el cual no "tendría porqué estar sucediendo" también encierra el potencial de generar el despertar espiritual. En últimas, las cosas que deben suceder, suceden; lo que quiere decir que no hay nada de lo que sucede que no sea parte del gran todo y de su propósito. Así, la perturbación o la destrucción del propósito externo puede ser el camino para hallar el propósito interno y para el florecimiento de un nuevo propósito externo en consonancia con el interno. 

La disolución de la forma y la ancianidad en particular representan una oportunidad que apenas comienza a reconocerse en nuestra cultura contemporánea. Desafortunadamente, la mayoría de las personas dejan pasar la oportunidad porque el ego se identifica con el movimiento de retorno de la misma manera que se identificó con el movimiento de expansión. Esto hace que el cascarón del ego se endurezca y se encoja en lugar de abrirse. Entonces, el ego disminuido pasa el resto de sus días lamentándose o quejándose, atrapado en el miedo o la ira, la autocompasión, la culpa u otros estados mentales y emocionales negativos, o recurriendo a estrategias evasivas como apegarse a los recuerdos, y pensar y hablar sobre el pasado. Cuando el ego deja de identificarse con el movimiento de retorno, la vejez o la cercanía de la muerte se convierte en lo que debe ser: una puerta hacia la dimensión del espíritu. He conocido ancianos que eran verdaderas encarnaciones de ese proceso. Irradiaban luz, su forma debilitada había adquirido traslucidez para dar paso a la luz de la conciencia. 

En la nueva tierra, la vejez será reconocida universalmente y valorada como la etapa para el florecimiento de la conciencia. Para quienes se encuentren perdidos todavía en las circunstancias externas de la vida, será una etapa para regresar tardíamente a su hogar cuando despierten a su propósito interno. Para muchas otras personas, representará la intensificación y la culminación del proceso de despertar

Eckart Tolle en Una Nueva Tierra

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