Había, una vez, un hombre sabio y santo que vivía en una pequeña casa, en lo alto de una montaña de difícil acceso, en las proximidades de una aldea china. A pesar de su silencio y sencillez, se había propagado por la campiña su sabiduría y santidad.
Un hombre de la aldea decidió hacer el difícil viaje para visitarlo. Cuando llegó a la casa, vio a un viejo sirviente que lo saludó en la puerta, y le preguntó qué deseaba.
- Quisiera ver al sabio hombre santo.
El anciano sonrió y le indicó que lo siguiera.
Mientras caminaban por el interior de la casa, el hombre de la aldea miró con impaciencia por todos lados, anticipando su encuentro con el hombre santo. Cuando se vino a dar cuenta, había sido conducido a la puerta trasera y sacado afuera.
Se detuvo y se giró hacia el criado:
- ¡Pero quiero ver al hombre santo!
- Usted ya lo ha visto – dijo el viejo-. A todos a los que usted pueda conocer en la vida, aunque parezcan simples e insignificantes… véalos, a cada uno, como un sabio hombre santo. Si hace esto, entonces cualquier problema que usted haya traído hoy aquí, estará resuelto.
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