Cuando permanecemos enraizados en el cuerpo, conforme vamos ganando confianza y claridad
y vamos estando más dispuestos a experimentar estados muy intensos, descubrimos que un
cambio transformador es posible.
No solamente resulta de ayuda el estar enraizado en la inmediatez, en el momento presente, sino que esta práctica también puede ayudarnos a conseguir con el tiempo un mayor acceso a la conciencia y a la claridad.
No solamente resulta de ayuda el estar enraizado en la inmediatez, en el momento presente, sino que esta práctica también puede ayudarnos a conseguir con el tiempo un mayor acceso a la conciencia y a la claridad.
Me gusta pensar en el
símbolo de la edad media: El crisol. A primera vista, la transformación alquímica consistía en
cambiar una mineral ordinario en oro. Sin embargo para algunas personas, la alquimia se trataba
de algo mucho más profundo. Era un camino espiritual para transformar la confusión en
sabiduría, la neurosis en cordura.
Simbólicamente, se trataría de poner una piedra en un contenedor llamado crisol. A
continuación subimos la temperatura para calentarlo. El material sobre el crisol alcanzaría tal
temperatura que las impurezas comenzarían a separarse de la esencia, el oro. Siguiendo esta
metáfora, podríamos considerar que el cambio transformador requiere aprender a utilizar nuestro
cuerpo como un crisol.
Un buen crisol tiene una serie de propiedades. Puede soportar mucho
calor sin fundirse; es lo suficientemente fuerte como para no romperse; y no debe interactuar
químicamente con el material que ponemos en él. De un modo similar, cuanto más aprendamos a
soportar y experimentar una energía intensa en nuestros cuerpos, será más probable que se
produzca el cambio transformador. Sin embargo por razones obvias, la mayoría de nosotros
tomamos la intensidad como una amenaza. En nuestra cultura tenemos dos modos básicos de
reaccionar a la intensidad que son la represión y la descarga. Cuando reprimimos nuestra
experiencia, echamos fuera de nuestra conciencia tratando de ignorar aquello que está teniendo
lugar, pretendiendo que no está ocurriendo realmente. Cuando descargamos, procesamos
nuestra perturbación contándoselo a alguien, a un amigo o a un terapeuta. La intención básica
siempre es la misma: conseguir echar fuera de nuestros cuerpos y de nuestra conciencia aquello
que nos perturba.
De este modo, convertirse en un crisol, invitando así el cambio transformador, es algo que va en
contra del instinto.
En vez de reprimir o descargar, investigamos la posibilidad de sentirnos
invadidos con la intensidad y no hacer nada en absoluto. Con la práctica, descubriremos que no
es necesario echar fuera; no tenemos que liberarnos de ello. Sino que podemos practicar la
tolerancia hacia esas sensaciones tan intensas. Como resultado, desarrollamos una confianza y
libertad para permanecer presentes y conectados a cualquier situación, porque sabemos que
seremos capaces de manejarla, sea lo sea que se nos presente.
Conforme vamos consiguiendo poco a poco estar más presentes y conectados, vemos más
claramente y somos capaces de plantearnos cuestiones como “¿cuál es el problema, y que no es
problema? ¿Debo responder a esta situación? ¿Qué sería lo más beneficioso para mí y para
nosotros en este caso? ¿Cuáles son los aspectos sanos de mi experiencia, y cuales los
neuróticos?“
Con la práctica, cada vez con más frecuencia seremos capaces de alcanzar
momentos de participación consciente, de mayor consciencia que nos permitirán reducir nuestra
resistencia a este tipo de situaciones. Observaremos también que nuestra disciplina de
enraizamiento en el cuerpo y en el momento presente da lugar a un sentido creciente de
“presencia“, alcanzando un sentido de conexión, confianza, y ecuanimidad.
Hace algunos años atravesé un periodo en el que frequentemente me despertaba en mitad de
la noche con un pánico intenso. Intenté distintas estrategias para superarlo y así poder volver al
sueño. Finalmente se me ocurrió que quizás lo que verdaderamente necesitaba era permanecer
ahí y sentir el pánico. De modo que dejé que esto ocurriera, que esa experiencia realmente
perturbadora tuviera lugar. Recuerdo que sentí como si hierro fundido atravesara mi cuerpo. Pero
incluso aunque era intensamente perturbador, descubrí que no me dañaba. Cuanto más atento
estaba, más parecía el pánico tener una vida propia. Nunca lo entendí, ni siquiera lo intenté. Solo
me limite a dejar que ocurriera y a estar presente en ese proceso.
Tras un tiempo, dejaron de
aparecer tales episodios.
La actitud de estar dispuesto a sentirse invadido con la intensidad de la situación en cualquier
momento realmente da lugar a una confianza muy fuerte, una confianza en nuestra capacidad
para estar presentes y conectados y mantener abiertos nuestros corazones.
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