Había, una vez, un jinete que, equipado con la mejor ropa de montar, protegido contra el frío, contra el viento de la velocidad y contra el riesgo de una caída, cabalgaba sobre un imponente y majestuoso caballo negro, a una vertiginosa velocidad, dejando atrás una sinuosa nube de polvo que se ensanchaba y diluía, a mediada que el jinete desaparecía en el horizonte.
Era tan veloz, era tan firme y tan certera la trayectoria de su marcha, que nadie hubiese dudado de que estaba ejecutando una importante misión o que era el portador de un urgente y trascendente mensaje.
Al atravesar una garganta entre montañas, cuando su galopar se multiplicaba por el eco, creando una melodía inacabada de percusión, un sencillo pastor, a quien aquel importante jinete espantaba el ganado, con potente voz, le grito:
-¡¡¿¿A dónde vas...??!!
Y el eco siguió preguntando, hasta perderse en el infinito:
-¡¡¿¿A... dónde... vas...??!!... ¡¡¿¿A...dónde...vas...vas...vas....??!!
Desde el fondo de la garganta, formada entre las montañas, por la que el jinete galopaba a toda velocidad, ascendió, envuelta en polvo, la respuesta reiterada, una y otra vez, con el juego del eco:
-¡¡¡No...lo...se...!!! ¡¡¡No...lo...se...!!!
¡¡¡Pre-gun-ta-se-lo...a...mi...ca-ba-llo...!!!
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Ésta es nuestra era, la de la celeridad y la inmediatez. Tenemos que parar para encontrar el sentido, tomar las riendas y encontrar nuestro centro.
ResponderEliminarAsí es, Rosa. Encontrar nuestro centro, encontrar nuestro ser. Un viaje, no desbocado sino sereno, hacia dentro.
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