Cuando podemos tranquilizar el cuerpo, la respiración y la mente, surge naturalmente una sensación muy cómoda y agradable. Al ampliar esta sensación, descubrimos que nos sentimos muy a gusto con ella... y podemos volver a experimentar esta sensación una y otra vez en la meditación diaria. Podemos comenzar por practicar durante unos pocos minutos cada día. Con el tiempo, conforme aumentamos el tiempo de la práctica, vemos que podemos meditar sin esfuerzo. Y mediante el repetido contacto con esta sensación, nuestra concentración se desarrolla naturalmente.
Pero nuestro progreso puede verse obstaculizado si tratamos de interpretar esta sensación intelectualmente, porque el proceso de pensamiento en sí mismo nos separa de la experiencia.
Pero nuestro progreso puede verse obstaculizado si tratamos de interpretar esta sensación intelectualmente, porque el proceso de pensamiento en sí mismo nos separa de la experiencia.
Nuestros pensamientos son en tal grado parte de nosotros que incluso cuando meditamos tendemos a aceptar el mundo de las ideas y los conceptos como nuestra realidad. Nos limitamos a este campo familiar y, en consecuencia, limitamos nuestra meditación. Este efecto lo vemos claramente cuando examinamos de cerca la naturaleza de los pensamientos. Cuando surge un pensamiento en nuestra mente, nos ‘aferramos’ a él como si fuera un hijo nuestro. Nos sentimos madres de nuestros pensamientos -pero, en realidad, es un ardid de nuestra mente. De hecho, si observamos cuidadosamente y tratamos de mantenernos desapegados, podemos ver que cada pensamiento aparece y se va sin mayor conexión con el siguiente.
Los pensamientos tienden a ser errantes, a saltar de una cosa a otra, como canguros. Cada pensamiento tiene su propio carácter. Unos son lentos, y otros rápidos; uno puede ser muy positivo, y el próximo muy negativo. Los pensamientos simplemente pasan, como automóviles en una autopista. Uno sigue al otro, en rápida sucesión. Cuando un pensamiento conduce al siguiente, parece que llevaran alguna dirección; pero, a pesar de la sensación de movimiento, no hay una progresión real. Los sucesos mentales -los pensamientos- son como una película: aunque hay una sensación de continuidad, la continuidad en sí es una ilusión creada por la proyección de una serie de imágenes similares, que en realidad son individuales. Cuando aparece un pensamiento o una idea particular, comienza a formarse como un bebé en la matriz. Durante cierto tiempo se desarrolla dentro de nosotros, y después ‘nace’ como una idea perfectamente desarrollada. El pensamiento, apenas aparece, grita; tenemos que cuidarlo. Los pensamientos son muy difíciles y exigentes. Tenemos que aprender a manejarlos correctamente.
Mediante la observación cuidadosa, podemos aprender a experimentar directamente cada pensamiento o concepto cuando se presenta. Observando con calma y habilidad cada pensamiento, podemos experimentar sus diferentes patrones y tonos. Esto es lo que se entiende por llegar a la experiencia interna o por convertirse realmente en la experiencia. La concentración es importante para poder ponernos en contacto con la energía que se halla en cada pensamiento, pero la concentración forzada no es nada eficaz. Es posible que funcione durante períodos cortos, pero nuevos pensamientos continúan apareciendo, .y la concentración se debilita. No bien surge un pensamiento, cuando el próximo ya viene detrás, seguido de otro. Para evitar esto, es importante ir guiando la mente hacia un solo punto, que puede concentrarse dentro de la experiencia íntima de cada pensamiento. Mediante una autodisciplina suave, podemos desarrollar y ampliar gradualmente esta concentración.
EL ESPACIO ENTRE LOS PENSAMIENTOS
Cuando prestamos mucha atención, podemos darnos cuenta del espacio entre pensamientos individuales. Esto no es fácil, pues muy rápida y sutilmente desaparece un pensamiento y surge otro. Pero este proceso tiene un ritmo, y cuando nos percatamos de este ritmo, podemos ver el ‘vacío’ que hay entre los pensamientos; un ‘espacio’ o un nivel de consciencia, eh el cual los sentidos no nos distraen. El espacio entre los pensamientos tiene una cualidad de apertura que se parece mucho al vacío. En este espacio no hay discriminación ni cosas que oscurezcan nuestra consciencia. Llegar a él es como sumergirse profundamente en el océano; hay allí una gran tranquilidad. En la superficie puede haber innumerables olas, pero en las profundidades hay una paz y un equilibrio profundos.
Este espacio entre pensamientos es como el intervalo entre este momento y el futuro: este pensamiento ya se fue, pero el próximo todavía no ha llegado. En realidad, esta presencia de la consciencia no tiene que ver con el pasado o el futuro; ni siquiera tiene que ver con nuestra idea normal del presente. Ponerse en contacto con este espacio es como hacer un viaje a otro mundo, y la calidad de esa experiencia es completamente distinta de todo lo que vivimos habitualmente. Una vez que encontremos este espacio entre pensamientos podemos ensancharlo y convertirlo en una experiencia profunda y plena. Cuando expandimos la tranquilidad del espacio entre pensamientos, la mente gradualmente pierde su inquietud, y el estado natural de la mente comienza a revelarse. Al principio es difícil mantener este estado, porque la mente todavía tiende a distraerse con los pensamientos. Pero a medida que logramos un mayor equilibrio, nuestra mente gravita más fácilmente hacia un nivel de consciencia más profundo.
Cuando aprendemos a mantener esta consciencia durante períodos de tiempo más largos, se vuelve como una luz interna, siempre radiante. Es una consciencia intrínseca, que nos libera de la confusión, y de la habitual y aparentemente interminable secuencia de pensamientos. Podemos expandir esta tranquilidad hasta más allá de nuestro cuerpo, incluso más allá de este mundo, y sentir la inmensidad, la ausencia de centricidad del espacio abierto. Nuestra experiencia se vuelve viva, fresca, clara y positiva.
Cuanto más penetremos en este espacio entre pensamientos, más poderosa será nuestra experiencia. Dentro de este espacio entre pensamientos vemos que la mente misma es espacio, que es transparente y no tiene forma. Vemos que nuestros pensamientos, igualmente, son abiertos y no tienen forma. Una vez que experimentemos esta sensación de espacio abierto, ya no nos hallamos encasillados en los conceptos, las palabras y las imágenes que. anteriormente restringían nuestra experiencia. En el espacio entre pensamientos no hay más que la calidad cristalina de la consciencia pura. El pasado y el futuro se disuelven, porque este espacio está más allá del campo de los conceptos... vasto, abierto, no está atado a nada, y, sin embargo, todo lo permite.
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