LA HUELLA


Erase, una vez, un chico con mal carácter. Su padre le dió, un día, un saco de clavos y le dijo que clavara un  clavo, en la verja de madera del jardín, cada vez que perdiera la paciencia o se enfadara con alguien.


El primer día clavó 39 clavos. 

Durante las semanas siguientes, se concentraba en practicar respiraciones lentas y profundas, cada vez que le venía un enfado,  y, día a día, fue disminuyendo la cantidad de clavos nuevos en la verja. Había descubierto que era más fácil controlarse que clavar clavos. Finalmente, llegó un día en el que dejó, de forma definitiva, de clavar clavos. 

Entonces, muy satisfecho, fué a ver a su padre para explicárselo. 

-Bien -dijo su padre, con una gran sonrisa-. Ahora, te toca quitar un clavo por cada día que no pierdas la paciencia.

Los días pasaron y, finalmente, el joven, muy ufano, pudo decir a su padre que había quitado todos los calvos de la verja, que había finalizado su trabajo. El padre, poniéndole la mano sobre el hombro, le condujo  hasta la verja y le dijo: 

-Hijo mío, te has comportado muy bien, has demostrado dominio y control de ti mismo. Te he venido observando y me ha impresionado la serenidad y paz interna que has adquirido. Me siento orgulloso de ti. Pero mira todos los agujeros que han quedado en la verja. Te supongo conocedor de la transcendencia de nuestros actos, aun los más insignificantes. Esta verja ya nunca será como antes.

(Cuento de origen indio, de autor desconocido)

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