"A mí me encontraron mis padres una noche de verano -hoy precisamente hace quince años- mientras paseaban por la orilla del mar de esta playa cercana. También, como Venus, dicen que yo venía envuelta entre espuma y algas. A pesar de que ya había cuatro niños en casa, me cogieron sin pensárselo dos veces, me secaron y envolvieron con alguna prenda que uno de ellos se quitó y me llevaron a casa, que está, también, cerca de la playa. Aquella noche -eso sí lo he constatado después cada verano, Padre- era la única noche del año en la que las estrellas bailan. Hasta aquí, un nacimiento que no deja de ser hermoso, pero nada de particular.
Lo extraño viene ahora:
Cuentan mis padres que el mar aquella noche estaba en calma, pero en el instante mismo en el que ellos iban a tomarme en sus brazos, comenzó a bramar y a rugir como si de un león defendiendo a su cría se tratara. Las olas se levantaron más de lo acostumbrado, y a mi pobre cuerpo ora lo alzaban, ora lo bajaban, ora lo llevaban o lo traían como le daban la gana. Mis padres tuvieron claro que aquella criatura iba a ser para ellos, pero al parecer -según contaron luego-, aquel escabroso mar tampoco estaba dispuesto a perder su presa y se defendía de ellos.
Al fin, tras unos minutos de duro combate, llegaron las partes a un extraño acuerdo:
El acuerdo era que mis padres podrían llevarse ese cuerpo no sin antes pagar a cambio un caro y serio tributo. Ellos se quedarían con la parte física de aquella criatura que robaron al
mar, y el mar conservaría para siempre en su oscuro abismo su verdadera identidad, su verdadero origen, su verdadero nombre y una buena parte de todos sus sentidos. Como no querían perderme y no había otra opción pues el mar es bien poderoso, accedieron mis padres a ese extraño pacto, y las aguas ladronas del mar me devolvieron a tierra faltándome parte de mi memoria y mis sentidos para lo que me restara de vida.
Al principio, cuando me contaron esta odisea, no la comprendía y he venido dándole vueltas y más vueltas en mi cabeza, pero ahora, Padre, parece que todo comienza a encajar: A decir verdad, nunca he sabido a ciencia cierta quién soy ni de dónde vengo; a veces me cuesta hasta pronunciar mi nombre, y además pareciera como si a mí me faltaran algunas facultades o no dispusiera al completo de todos aquellos sentidos que otras personas poseen. Por todo ello, Padre, me encuentro muy incómoda en este mundo que me es bastante hostil, y por eso con casi nadie conecto.
En mi infinita tristeza, soledad y desamparo, me iba alejando del mundo; y entre esto y que apenas tenía voz, caí en un prolongado silencio.
En adelante, mi medio de comunicarme y mi manera de expresarme con la gente, iba a ser siempre escribiendo. Escribir, para mí, se convirtió en una necesidad tan apremiante como
respirar; y por supuesto mucho más necesario que alimentarme, ya que cuando -incluso hoy- me avisan de que vaya a comer, que está la mesa puesta, ya me considero y me encuentro alimentada. ¿Será también, esto, pecado, Padre?
Así, que, aparte de andar escribiendo por todos los rincones y paredes de la casa, volví mi atención y mis escasos sentidos tan sólo a los elementos de La Naturaleza por si en ellos encontraba alguna respuesta a lo que yo con tanta ansiedad buscaba.
Tuve ocasión, muy pronto, de penetrar en los bosques, y abrí surcos en las ignotas entrañas de la tierra, interrogando a los gnomos, duendes y hadas.
Jugué durante miles de horas con escarabajos negros y otros insectos.
Probé con el fuego, buscando entre las llamas, salamandras que hablaran y me contaran lo que yo andaba con tanta ansiedad queriendo saber.
Dancé con el aire creyendo poder arrancarle a los Elfos de Luz su guardado secreto.
En sueños bajé a los abismos de las aguas ladronas que un día robaron mis ojos, mi voz, mis oídos, mi nombre, mi origen y mis recuerdos. Y buceando, llegué hasta los peces abisales por ver si allí se hallaban escondidos mis sentidos y mi nombre. Luego horadé, buscando entre las piedras y la arena, por ver si se hallaba escrito éste en alguna de aquellas milenarias rocas enterradas.
Dibujé cientos y cientos de imaginarias ventanas sobre paredes blancas, y, obedeciendo la llamada misteriosa de una fuerza mágica que me atraía allende los muros de la casa, creía
penetrar en otra dimensión desconocida que nada tenía que ver con ésta, y en otro añorado espacio. Pero tampoco se hallaba allí lo que yo buscaba, Padre.
Llegué a penetrar con la mirada los nudos de la madera de puertas, mesas y ventanas, intuyendo, acaso, que allí habitaba escondido El Espíritu, y por tanto, la respuesta.
Más tarde he bebido en vano las esencias de las flores y las plantas.
Escruté mil veces el vuelo de las aves en el cielo.
Consulté con brujos y expertos en quiromancia.
Estudié en cientos de libros que unos seres sabios habían escrito acerca del Origen y del Nombre.
Imploré a los hombres.
Inquirí a Los Magos.
Invoqué a los muertos.
Supliqué a los dioses.
Me inventé colores de un espectro más allá del rojo y el violeta.
Finalmente dirigí mi vista y mi pregunta a las estrellas, y éstas me enviaron un agradable olor a jazmines, por toda respuesta.
Así, Padre, que nada ni nadie ha acertado hasta ahora a
darme la respuesta de mi Origen y mi Nombre"
De Regla Contreras, en su libro "¡Perdón por atreverme! (Sapere Aude)"
(Edit. Ituci siglo XXI)