DESDE LA PERSPECTIVA DE FREUD, EL TRABAJO POSEE CUALIDADES SUFICIENTES PARA SER UN MEDIO HACIA LA PLENITUD Y LA FELICIDAD EN LA VIDA
La relación entre trabajo y felicidad no parece inmediata a primera vista; quizá, ni siquiera sencilla de pensar. En nuestra época (al igual que en épocas pasadas), el trabajo evoca asociaciones más bien negativas; por ejemplo, la obligación, la monotonía, el desagrado, e incluso el sufrimiento.
En este sentido, el colmo es sin duda la etimología misma de la palabra, según la cual «trabajo» deriva del latín tripaliāre, “torturar”, que procede a su vez del vocablo tripalium, “instrumento de tortura compuesto de tres maderos”, de acuerdo con la Real Academia Española y otras fuentes como el eminente filólogo Joan Corominas.
No resulta sencillo ver en el trabajo una vía hacia la felicidad, la plenitud o al menos la satisfacción. Si sobre esa actividad rutinaria, persistente, inevitable, pesa además dicha carga de pesar y sufrimiento, ¿cómo convertirla en instrumento para el tan deseable propósito de ser felices?
Al respecto, recuperamos un breve comentario de Sigmund Freud que procede de El malestar en la cultura, uno de sus trabajos tardíos, publicado cuando tenía 74 años.
Antes de glosarlo, cabe señalar la importancia que el trabajo tuvo en la vida del fundador del psicoanálisis. Formado en una familia de judíos burgueses que, en la Viena del siglo XIX, pasaron de actividades de manufactura hacia profesiones intelectuales, Freud se desarrolló en una época en que tanto personal como socialmente el trabajo estaba rodeado de un aura de respetabilidad y valor.
Además, el trabajo fue un sostén importantísimo para Freud a nivel subjetivo, en prácticamente todas las épocas de su vida. Su curiosidad insaciable, su tenacidad, su anhelo por abrir brechas trascendentes en la investigación psicológica; esos y otros rasgos y aventuras de su vida estuvieron conectados con el valor profundo que Freud le otorgó al trabajo. De ese lugar íntimo y significativo, surgieron sin duda estas palabras:
Cuando no hay una disposición particular que prescriba imperiosamente la orientación de los intereses vitales, el trabajo profesional ordinario, accesible a cualquier persona, puede ocupar el sitio que le indica el sabio consejo de Voltaire ["cultivar cada cual su jardín", en Cándido]. En el marco de un panorama sucinto no se puede apreciar de manera satisfactoria el valor del trabajo para la economía libidinal. Ninguna otra técnica de conducción de la vida liga al individuo tan firmemente a la realidad como la insistencia en el trabajo, que al menos lo inserta en forma segura en un fragmento de la realidad, a saber, la comunidad humana. La posibilidad de desplazar sobre el trabajo profesional y sobre los vínculos humanos que con él se enlazan una considerable medida de componentes libidinosos, narcisistas, agresivos y hasta eróticos le confiere un valor que no le va en zaga a su carácter indispensable para afianzar y justificar la vida en sociedad. La actividad profesional brinda una satisfacción particular cuando ha sido elegida libremente, o sea, cuando permite volver utilizables mediante sublimación inclinaciones existentes, mociones pulsionales proseguidas o reforzadas constitucionalmente. No obstante, el trabajo es poco apreciado, como vía hacia la felicidad, por los seres humanos. Uno no se esfuerza hacia él como hacia las otras posibilidades de satisfacción. La gran mayoría de los seres humanos sólo trabajan forzados a ello, y de esta natural aversión de los hombres al trabajo derivan los más difíciles problemas sociales.
(El malestar en la cultura, II, tr. de José Luis Etcheverry)
Si bien en este fragmento se encuentran algunos términos técnicos propios del psicoanálisis (economía libidinal, mociones pulsionales, etc.), su sentido global puede ser apreciado aun sin conocer mucho sobre la disciplina. Freud elogia al trabajo por tres razones:
* El trabajo nos hace formar parte de una comunidad (lo cual es fundamental para el desarrollo del ser humano, pues somos seres sociales y de convivencia), a través de un medio aceptado y valorado socialmente.
* Derivado de lo anterior, el trabajo nos ancla a la realidad, lo cual es decisivo en la medida en que vivir bajo un principio de realidad es signo de madurez psicológica y personal en general.
* El trabajo puede ser un vehículo y recipiente para “impulsos” que forman parte de la vida psíquica interior del ser humano (el erotismo, el narcisismo, la agresividad y otros), de maneras diversas; por ejemplo, al amar y sentirse satisfecho con el acto mismo del trabajo o con sus resultados, al volcar los impulsos agresivos hacia la resolución de un problema, o al usar el narcisismo para obtener algún logro.
A estas razones esbozadas por Freud cabría agregar la consecución del sustento por medios propios, pues si hay algo que genera satisfacción en el ser humano es que sus habilidades más personales sean valoradas a través de un salario y que este sea suficiente para solventar algunos de los gastos inherentes a vivir.
Es así como Freud relacionó al trabajo con la felicidad pues, reunidos, todos estos elementos constituyen un camino bastante sólido hacia la consecución de una forma de plenitud. El trabajo nos da un vínculo estable con una comunidad, da cauce a nuestra vida interior a través de medios potencialmente creativos y productivos, y nos ofrece la oportunidad de obtener resultados y logros satisfactorios.
¿Qué más podría pedirse en esta “receta” de la felicidad?
Fuente: Pijamasurf
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