María Magdalena y la descendencia de Jesús




En su vida física, Jesús fue, sin duda, una persona sumamente singular. Todas las fuentes, oficiales o no, subrayan su personalidad fuerte, generosa y muy atractiva, su carácter afable y equilibrado, su hablar reposado e incisivo y su gesticulación educada y tranquila. Un perfil, por tanto, de claro liderazgo que acentuó con un mensaje donde mezcló coherentemente los objetivos políticos inmediatos con contenidos de elevada índole espiritual, que entroncaban con la tradición mística de su gente. A esta tradición, que enlazaba con la de los esenios y que Jesús elevó y adaptó a su época, unió los saberes procedentes tanto del pensamiento de la antigua Grecia -a los que tuvo fundado acceso gracias a la notable presencia de escuelas helenísticas en la Galilea de entonces- como, muy particularmente, del propio mundo egipcio, donde ya fue de niño (Mateo 2, 13) y volvió de adulto, haciendo cierta la profecía “de Egipto llamé a mi Hijo” (Mateo 2, 13-15). Así, Jesús se convirtió en un rabí y en un gran maestro de los saberes herméticos y del conocimiento -gnosis- místico.

Por todo ello, fue querido y admirado por muchos y temido y odiado por otros. Sus seguidores más incondicionales fueron los nazarenos, así como los nacionalistas zelotes, muy leales a la memoria de su padre y que aspiraban a derrocar al gobierno impuesto por los romanos, expulsar a estos e instaurar la Casa de David. No obstante, a una parte significativa del pueblo hebreo le resultó difícil, sino imposible, asumir la intención de Jesús, obvia en todas sus manifestaciones públicas, de sumar a todos -judíos y gentiles, ricos y pobres, sin reparar en diferencias religiosas, socioeconómicas o étnicas- en pro de sus objetivos místicos y políticos.

El matrimonio entre Jesús y María Magdalena

Jesús, por otro lado, afianzó sus derechos dinásticos contrayendo matrimonio con María Magdalena, princesa de sangre real perteneciente a la poderosa Tribu de Benjamín. Históricamente, se arrastraban en Israel problemas de legitimidad dinástica derivados del paso del trono de Saúl, de la casa de Benjamín, a David, de la tribu de Judá. Con el enlace matrimonial entre Jesús (linaje de David) y María Magdalena (del de Benjamín) tales problemas quedaron superados, por lo que crearon una fuerte unión política capaz de reclamar legítimamente el trono de Israel. María Magdalena fue hermana de Marta y Lázaro, el “resucitado”, verdadera personalidad de Juan Evangelista. Lázaro unió a su condición de cuñado una gran admiración por Jesús, ofreciéndole siempre su amistad y un importantísimo apoyo, lo que le convirtió en el “discípulo amado” citado en los Evangelios.

A nadie puede extrañar que Jesús, como todo judío devoto, se casase. Las pautas sociales de la época prácticamente prohibían que un hombre judío fuese soltero y en la tradición hebrea el celibato era censurable, siendo obligación del padre buscarle una esposa adecuada a sus hijos. Y sobre el enlace matrimonial entre Jesús y María Magdalena hay numerosas referencias en muy diversos textos. Así, por ejemplo, en escritos apócrifos como el Evangelio de Felipe, que en su Sentencia 55 señala que “la compañera del Salvador es María Magdalena; Cristo la amaba más que a todos sus discípulos y solía besarla en la boca”. Lo cierto es que las bodas de Caná, en Galilea, por el año 27, fueron las de María Magdalena y Jesús, siendo coincidente, por tanto, su identidad con la del esposo -en calidad de tal lo trata el maestresala en el episodio evangélico (Juan 2, 9-10)-.

Esta verdad ha intentado ocultarse bajo mil mentiras, llegando incluso a hacer de la Magdalena una prostituta redimida, una perversa invención del papa Gregorio I, en el año 591, cuyo error no ha sido corregido oficialmente por la Iglesia hasta 1969. Mas lo cierto es que María Magdalena fue la esposa de Jesús, tuvo con él descendencia, al menos tres hijos (una hembra y dos varones), y desempeñó una función crucial en el apoyo permanente a la labor de su marido y como depositaria de la semilla de su estirpe real. Y si fue “pecadora” se debió a que profesaba de manera abierta su devoción por dioses y, sobre todo, diosas ajenos a las creencias judías y que enlazaban directamente con la tradición egipcia. Asimismo, tuvo profundos conocimientos esotéricos, lo que sumado a su saber acerca de la misión política y espiritual de Jesús provocó que en algunos textos se la señale como “la que lo sabía todo”.

Huida hacia Saintes Maries de la Mer, en el sudeste francés

Tras la crucifixión y ante la feroz persecución de romanos y judíos hacia los “cristianos”, la familia de Jesús y parte de sus más fieles seguidores huyeron de Palestina. Concretamente, en torno al año 35, desembarcaron en lo que hoy día es Saintes Maries de la Mer, en la comarca de Camargue, en el sudeste de la Francia de hoy. En la comitiva se encontraba, lógicamente, María Magdalena, que estaba embarazada de su tercer hijo con Jesús y a la que acompañaban los dos vástagos ya nacidos de ambos: una niña, Tamar, de 5 años; y un niño, Jesús, de 2. También iba el “discípulo amado”, Lázaro (recuérdese, hermano de Magdalena y cuñado de Jesús), que fundó allí el primer obispado, además de Felipe, Maximino -constituyó el obispado de Narbona- y José de Arimatea. De la llegada de éste al sur de Francia en el referido año dejó constancia el cardenal y bibliotecario vaticano Baronio en los Annales Ecclesiastici, de 1601.

Más tarde, José de Arimatea continuó rumbo a Britania, donde construyó un templo en Glanstonbury y abrió un linaje al que siglos después perteneció Perceval y del que sobrevino la tradición esotérica en torno al rey Arturo y la Mesa Redonda. Una tradición que hay que datar no en la época medieval, como se acostumbra, sino alrededor del siglo V y en relación con el curioso mestizaje religioso-cultural entre el pensamiento cristianismo más puro, las creencias druidas y la influencia de pueblos germánicos como el sicambro, del que nació la dinastía merovingia (la película El Rey Arturo, de Antoine Fuqua, aporta una nueva visión de los hechos que se aproxima a esta realidad histórica)


Fuente y  artículo completo en  El Cielo en la Tierra

El Día de los Santos Inocentes

El 28 de diciembre se conmemora el Día de los Santos Inocentes. En la tradición cristiana, la celebración gira fundamentalmente en torno a dos textos: el Evangelio de Mateo (2, 13-18) y el Libro de Jeremías (31,15).

En el primero, se describe como Herodes, al verse burlado por los Reyes Magos en su deseo de localizar al Niño Jesús, “mandó matar a todos los niños de dos años de edad para abajo en Belén y sus alrededores”, dando cumplimiento al oráculo del profeta Jeremías: “Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven”. Palabras estas últimas que corresponden al versículo citado del Libro de Jeremías y que fueron dichas, efectivamente, por Raquel (del hebreo Rachel, “aquella que gobierna con buen criterio”), esposa de Jacob. Se da pie con ello a una de las narraciones bíblicas más populares, contada siempre como un capítulo decisivo de la biografía de Jesús. Su antagonista es, en este caso, Herodes el grande, sanguinario rey según algunos historiadores, propulsor de la cultura según otros. Cuando ordenó a asesinar a los pequeños, María y José ya habían huido del lugar, tras la adoración de los Magos, salvando así a Jesús de las iras reales.

En este orden, representa un contrasentido que, en el calendario católico actual, la masacre de los niños se conmemore nueve días antes –Santos Inocentes, 28 de diciembre- que la fecha dedicada a la adoración de los Reyes Magos –Epifanía del Señor, 6 de enero-, cuando sucedió inmediatamente después. Esto obedece a que, obviamente, son fechas meramente simbólicas, que no pretenden ajustarse a un orden cronológico coherente. Pero es que, además, son hechos inciertos. Mateo lo cuenta de manera que, hoy día, podemos imaginar una matanza multitudinaria, incluso muchas de las pinturas que a lo largo de los siglos han ilustrado este episodio muestran multitudes degolladas o huyendo despavoridas. Los historiadores cristianos del medievo hablaron de entre 3.000 y 15.000 mil inocentes asesinados. Sin embargo, el censo ordenado por el emperador Quirino recogía en Belén unos 800 habitantes. 


Así, se puede estimar que habría allí unos veinte nacimientos al año, con una mortalidad del 50%, por lo que los asesinados en la teórica matanza no serían más de diez. Aún así, la única referencia a ella es la reseñada de Mateo. Flavio Josefo, historiador del siglo I, jamás la menciona en su obra. De ser cierta la masacre y habiéndose producido en tierra ocupadas por los romanos, seguramente hubiera provocado una grave revuelta popular.

Es más, estos hechos no sólo inciertos, sino que lo más probable es que sean falsos, dado que se limitan a ofrecer una versión más de un mito muy anterior a Jesús y que desde hace más de tres mil años se viene reiterando a lo largo de la historia y en lugares tan dispares como la India o Egipto. El mito de la matanza de los Santos Inocentes reaparece una y otra vez tal vez por herencia, quizás por inspiración humana, porque ninguna civilización ha estado libre de catástrofes ligadas a la lucha por el poder: pese al consuelo de los profetas, Raquel jamás dejó de llorar.

Seguramente, Mateo, sabiendo que los judíos adoraban a Moisés -y que éste había escapado según la tradición a una matanza similar al menos un milenio antes-, inventó la historia que justificaría a Jesús como un nuevo líder. A su vez, el mito de la matanza de los inocentes de Moisés, llevada a cabo probablemente por Ramses II, puede estar basado en el mito de Krishna, que vivió más de tres mil años antes del nacimiento de Cristo y a quien su tío, el rey Khamsa, intentó asesinar. En Krishna se encarnó Vishnú (interpretado muchas veces como un equivalente a la Santísima Trinidad Cristiana) para cumplir la profecía que decía que Krishna o uno de sus hermanos habría de matar al rey Khamsa. Éste, auténtico precedente de Herodes, mató a todos sus hermanos, pero no aKrishna, que había sido ya engendrado, pero no había nacido y su tío desconocía su existencia. Poco después sucedería la matanza de todos los menores de dos años. A diferencia del mito cristiano, Krishna volvió más tarde para matar al rey Khamsa.

En el teatro chino también se repite la historia en El huérfano de los Zhao, de Ji Junxian, enmarcada esta vez en las conspiraciones de la corte china, que Voltaire adaptó al francés en el siglo XVIII.


Fuente: El Cielo en la Tierra

El “Pueblo Elegido”


Como telón de fondo de la Navidad y del nacimiento de Jesús se encuentra el pueblo de Israel y su teórica condición de “pueblo elegido” por Dios. ¿De dónde procede esta idea?. El asunto no sólo es interesante por sí, sino que, además, ofrece pistas importantes para entender mejor el linaje davídico de Jesús, al que se ha dedicado otra entrada en esta misma serie.

Efectivamente, a lo largo de los siglos, Israel se ha considerado el “pueblo elegido”. Tal convencimiento tiene su base en la singularidad de su historia remota, basada en un nomadismo, en gran medida obligado, que le permitió añadir a la sabiduría proveniente de su propia cultura la procedente de diversas civilizaciones que, por distintos caminos, habían bebido, a su vez, de un discernimiento ancestral sobre el origen y la naturaleza de cuanto existe. De este modo, sus gentes tuvieron la oportunidad de acceder como pocos a los “secretos de Dios”, que vertieron en muy diferentes tradiciones orales, textos y corrientes de pensamiento, dando lugar, entre otras cosas, a la admirable Cábala.

De forma sumamente sintética, hay que rememorar el momento, allá por el año1.800 a.c., en que Abraham partió de Ur, en Caldea, para iniciar un prolongado periplo en el que participaron después sus descendientes, entre ellos Isaac, Jacob -que adoptó el nombre de Israel- y la docena de vástagos de éste, que llegaron al centro del Egipto de entonces alrededor del 1.650 a.c.. Allí permanecieron 400 años, tiempo sobrado para contrastar los saberes de sus ancestros con los del floreciente Imperio de los faraones, que durante su denominado periodo Medio (2.000 - 1.780 a.c.) se había expandido por el Próximo Oriente, conquistado Palestina bajo el mando de Sesostris III.

En la tierra de las pirámides, los judíos conocieron las enseñanzas de Hermes y la profunda erudición de la que surgieron documentos como El Kybalión y el complejo mundo religioso egipcio. Accedieron, así, al Dios de la Sabiduríala Identidad Universal, una mente infinita y eterna que es sostén de todo lo que existe y de la que todo surge a través de un colosal proceso de creación mental. Proceso que genera, igualmente, una enorme cadena de vibraciones de cuyas interferencias y solapamientos surgen los mundos, por lo que detrás de estos y de cuantas cosas y objetos lo pueblan hay una misma arquitectura geométrica que emana de esa base vibratoria esencial y que sustenta los principios herméticos.



Moisés, como el conjunto de los israelitas, supo de todo ello gracias a los egipcios y tuvo una especial capacidad para adaptar estos saberes a las costumbres y creencias hebreas. Bajo su dirección, el pueblo israelita inició el éxodo en 1.250 a.c., en tiempos de Ramsés II, conformándose en un seno, como elemento de diferenciación frente a Egipto, donde el faraón unificaba el poder político y religioso, dos dinastías paralelas e íntimamente entrelazadas: la de Aarón, el sumo sacerdote, a la que se confía el conocimiento místico y la influencia religiosa; y la que se llamará con el tiempo davídica, que se corresponde con la realeza y asume el poder político. Esta división de dinastías jugará un importante papel en tiempos de Cristo y explicará, como se verá, la especial relación entre Jesús y Juan el Bautista.


El primer monarca israelita, como tal, fue Saúl, de la casa de Benjamín -antes Josué, ya en la Tierra Prometida, había sucedido a Moisés-, aunque mucho mayor fue la impronta tanto del segundo soberano, David, de la tribu de Judá, como de su hijo Salomón. El paso del trono de la casa de Benjamín a la de Judá hizo que se arrastraran durante siglos problemas de legitimidad que en la época de Jesús, perteneciente a la estirpe de David, se intentarán resolver, mediante su enlace matrimonial con María Magdalena, del linaje de Benjamín.

El reinado de David duró 40 años, aproximadamente entre 1.010 y 970 a.c., y sirvió para conquistar Jerusalén, capital hasta entonces de los Jebuseos. Salomón, por su parte, fue el rey sabio que edificó el primer Templo de Jerusalén, donde guardó el Arca de la Alianza que Dios ordenó construir a Moisés. Y dio muestras siempre de una alta tolerancia religiosa, permitiendo el culto a otros dioses (Primero de los Reyes, 11, 4-10), como la femenina Astarte, coincidente con la divinidad egipcia Isis, lo que es una prueba más de la interconexión de la fe judía de entonces con el misticismo egipcio.

Posteriormente, el reino gozó momentos de esplendor, como el vivido durante el gobierno de Jeroboam II (784 a 744 a.c.), pero terminó partiéndose en dos, con Israel al norte y Judá al sur. El reino de Israel casi se extingue con la toma de Samaria por parte de los asirios, mientras que el de Judá contó con reinados como el de Ezequías (715 a689 a.c.), que restableció el culto a Moisés abandonado por su padre Acaz. Mas la división los debilitó y fue decisiva para que el rey caldeo Nabucodonosor II (684 a 582 a.c.) los conquistara, tomando Jerusalén en dos ocasiones -la primera, en 597 a.c.; y la segunda, en 587 a.c.,que fue unida a la destrucción del Templo y la Diáspora(dispersión)-, deportando al pueblo a judío a Babilonia.

Así, los israelitas se vieron forzados a conocer de manera directa las ricas culturas mesopotámica, sumeria, hitita y asiria y sus sistemas de creencias, incorporando a la tradición hebrea bastante de sus doctrinas y ritos -el Jardín del Edén, la Torre de Babel (el zigurat “E-Temen-an-Ki”, de siete pisos, construido durante el reinado de Nabucodonosor II), el Diluvio Universal,...-. De hecho, es muy probable que la idea de la preeminencia de un dios masculino surgiera entre los judíos durante el cautiverio en Babilonia -la mayoría de los libros que componen la Biblia se elaboraron en esta época-. Igualmente, de estas décadas deriva el concepto de un Mesías, un gran rey y líder que liberará al pueblo judío, lo unificará y lo engrandecerá.

En 538 a.c., Ciro II, rey persa que se había anexionado Babilonia un año antes, promulgó un edicto por el que se autoriza el retorno de los judíos a sus tierras, donde construyeron el segundo Templo. No obstante, la independencia política y religiosa no dura demasiado, pues en 332 a.c. se produce la conquista por parte de Alejandro Magno, moriría 9 años más tarde, lo que intensificó la presencia del pensamiento clásico griego en el mundo hebreo. A este respecto, una fecha en discusión es el año 210 a.c., cuando presumiblemente la Biblia se traduce al griego mediante el trabajo de 72 sabios a lo largo de 72 días, acontecimiento de contenido legendario, así lo relata Aristeo, que permite pensar en traducciones parciales finalmente recopiladas bajo el nombre deVersión de los Setenta, asumida por el cristianismo.

Tras la dominación griega, se suceden liberaciones y nuevas conquistas. Ya en 197 a.c., Antíoco III de Siria somete Judea y le reconoce, a través de una carta, el estatuto teocrático, si bien su hijo, el seléucida Antíoco IV Epifanio, abrogó la carta y se empeñó en helenizar al pueblo hebreo, profanando el Templo y dedicándolo a Zeus. Esto provocó una sublevación armada encabezada por la familia de los Macabeos, es decir, el sacerdote Matatías y sus cinco hijos.

En 142 a.c., el último superviviente de ellos, Simón Macabeo, consiguió del seléucida Demetrio II Nicator el reconocimiento de la independencia judía. A partir de este momento, la función de Sumo Sacerdote vuelve a convertirse en hereditaria, creandose la dinastía asmonea. No obstante, el hijo de Simón, Juan Hircano I, acumuló (134 a 104 a.c.) el liderazgo religioso y político, intentando reconstruir el reinado de Salomón. Esta doble condición de jefe político y espiritual la mantuvieron tanto su hijo Aristóbulo I Filelenos, que sólo gobernó unos pocos meses, como el hermano de éste, Alejandro Janeas, durante cuyo mandato (103 a 76 a.c.) sostuvo una encarnizada lucha contra los fariseos. Tras su muerte, le sucedió su esposa, Salomé Alejandra (76 a 67 a.c.).

Entre tantas convulsiones, un número indefinido de judíos, caracterizados por su espiritualidad y sabiduría, se retiró, aproximadamente en el año 140 a.c., a la soledad del desierto de Qumrán, a orillas del Mar Muerto. Allí fundaron la secta de los esenios, auténticos precursores del cristianismo, como demuestran los manuscritos que redactaron a partir de 70 a.c., algunos de los cuales fueron casualmente encontrados, como más adelante se reseñará, en 1947. El denominado gnosticismo impregnó sus ideas y obras. Se volverá después sobre todo ello.

En el año 67 a.c., Aristóbulo II (67 a.c. a 63 a.c.) hereda el trono de su madre Salomé, entrando en conflicto con su hermano Hircano II, de lo que sacarán provecho los romanos, que por medio de Pompeyo conquistaron Jerusalén e incorporaron Israel a su imperio en 63 a.c.. Los romanos confirmaron inmediatamente a Hircano II como Sumo Sacerdote. Y, lustros después, proclamaron a un intendente suyo como soberano de Judea, Herodes I El Grande (37 a 4 a.c.), en confrontación con Asmoneo Antígono, que fue ejecutado.

Herodes conformó un gobierno prorromano que se esmeró en eliminar a los descendientes de la dinastía asmonea, helenizar las ciudades y embellecer Jerusalén -hizo reconstruir el Templo (un millar de carros y 10.000 obreros, trabajando entre los años 20 y 10 a.c.) y edificó monumentos como la fortaleza de Antonia- , ordenando la famosa “masacre de los inocentes”. Precisamente, durante el mandato de Herodes I nació Jesús en Galilea.

El Linaje davídico de Jesús




Jesús fue la encarnación de un ser de enorme rango de luz y un verdadero y colosal Maestro. Para expandir el Cuerpo Crístico de la humanidad y el planeta, cosa que logró de manera tan extraordinaria como para merecer el epíteto de Jesús-Cristo, vivió cual ser humano. Y con una intensidad y sencillez admirables, aportó la buena nueva del Amor Incondicional como colofón de la experiencia humana.

Ahora bien, Jesús, en su dimensión física y en su vida cotidiana, fue una persona que, como otra cualquiera, tuvo su yo y sus circunstancias. Éstas estuvieron muy marcadas en razón de su linaje davídico, que lo hizo legítimo heredero al trono de Israel, usurpado entonces por unos títeres (Herodes I murió en el año 4 a.c. y su reino quedó dividido entre sus hijos: Arquelao, etnarca de Judea hasta el 6 d.c.; Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Persia hasta el 39 d.c.; y Filipo, tetrarca de los territorios transjordanos hasta el 34 d.c.) al servicio de las fuerzas de ocupación romanas, cuyo Imperio se había apoderado de todo aquel territorio.

En concreto, Jesús nació en una cadena de descendencia que le entronca con el rey David. Los evangelistas ponen un gran énfasis y son reiterativos en lo relativo a esta genealogía davídica -Mateo (Mateo 1,1-17) se remonta hasta Abraham; y Lucas (Lucas 3,23-38) llega incluso a Adán-. Por tanto, Jesús perteneció a la estirpe real de David. Su abuelo se llamó Ezequías, asesinado por los romanos al oponerse a su dominación. Y su padre fue Judas el Galileo, conocido también como Judas de Gamala, famoso caudillo judío ejecutado, igualmente, por los romanos en el año 6 d.c., cuando Jesús tenía 11 o 12 años ( Jesús nació realmente en el año -6 de nuestra era), con ocasión de una sublevación judía en la que 2.000 rebeldes fueron crucificados. 

Este levantamiento supuso el principio del movimiento zelote o celota -el celo al que debe su nombre se ejerce al servicio de Dios y de la Ley y contra la dominación romana-, uno de cuyos jefes fue Simón Cefas (san Pedro).



El Pavo, las Piñas y el Cava


El Pavo 

Para muchas familias, el plato estrella de estas fiestas es el pavo, aunque pocos saben su origen como cena navideña.

Pues bien, se cree que el Pavo de Navidad fue servido por vez primera vez a Enrique VIII de Inglaterra, en la primera mitad del siglo XVI. Posteriormente, la costumbre británica se exportó al mecenazgo de los Austrias, donde se consolidó como tradición a partir del siglo XVIII.


Las piñas

Se usan en Navidad tanto de decoración como de postre en la mesa. Para numerosas personas, es el completo ideal después de ingerir el pavo.

En cualquier caso, como bello adorno o cual sabroso postre, la piña es, sobre todo, símbolo de inmortalidad. Igualmente, se han asociado históricamente a buenos deseos y esperanza para el futuro.




El cava

En cuanto a la costumbre de beber cava o champagne, su razón de ser no está clara. Desde luego, si hay que descartar que la impusieran los franceses; y, mucho menos, como algunos mantienen, Dom Perignon.

Probablemente, su patria chica hay que buscarla en zonas de la Cataluña más vinatera. Y, particularmente, en el fermentado accidental de la uva en alguno de los viejos monasterios donde tan buenos caldos se elaboraron.




SANTA CLAUS




Papa Noel, o Santa Klaus, es una referencia al obispo turco San Nicolás, personaje piadoso del siglo IV que repartía comida entre los necesitados. Su transformación en Papa Noel se debe a la deformación y mitificación en la Europa medieval de este personaje real.

Tiene mayor tradición en países nórdicos y se presenta acompañado por un singular duendecillo llamado "Pedro el negro", quien porta una lista que indica los niños que han sido "buenos" o "malos", a los que compensar o no con golosinas.

De Europa saltó a Estado Unidos en 1620, de mano de los emigrantes holandeses. De hecho, su origen festivalero hay que buscarlo en la Nueva Ámsterdam de la época, la Nueva York de hoy.

Washington Irving, en 1809, escribió una sátira en la que deformó al santo patrón holandés Sinter Klass hasta transformarlo en el precedente de Santa Claus. El éxito del personaje de Irving se completó con un poema de Clement C. Moore, publicado en 1823, que acabó de inventar el mito del entrañable personaje navideño, con sus regalos, chimeneas, trineo y renos, entre estos el célebre Rudolf.

El ya popular Santa Claus paso a Gran Bretaña, a mediados del siglo XIX. Y de allí a Francia, donde se fundió con el Bonhomme Noel, origen del actual Papa Noel.

Un dibujante satírico, Thomas Nast, entre 1863 y 1886, creó progresivamente la imagen básica de Santa Claus a través de sus ilustraciones publicadas en la revista Harper´s. 

 La imagen actual de Santa Claus/Papa Noel se la debemos a Coca-Cola, que en 1931 le encargó al pintor Habdon Sundblom que remodelara al personaje de Nast para hacerlo mas humano, atractivo y creíble. El aspecto de un vendedor jubilado llamado Lou Prentice sirvió de base a Sundblom para crear en sus óleos la figura moderna de Santa Claus, popularizada por la publicidad navideña de Coca-cola y por el cine.

Fuente: El Cielo en la Tierra

Velas, Campanas, Muérdago, y… Lotería



Velas


Si como otra mucha gente, en estas fechas navideñas gusta de encender velas, ha de saber que el significado de éstas enlaza con la representación de un elemento propiciatorio capaz de purificar, iluminar y ofrecer nuevas ilusiones y esperanza.

Purificación, Luz y Esperanza consitituyen la simbología profunda de las velas en cualquier situación y época del año, pero se avivan y extienden más que nunca en el periodo navideño.

Campanas

Las campanas tienen también una función purificadora, por lo que junto con las velas multiplican el mensaje de limpieza y regenereación de uno mismo, la familia y la sociedad.

Igualmente, son signos tanto de júbilo y alegría como de convocatoria de familiares y amigos en las fechas de Navidad.

Muérdago

Desde tiempos arcaicos, el muérdago está considerado cual talismán de la suerte y amuleto para la felicidad.

Ligado a culturas célticas y nórdicas, en zonas mediterráneas como España su uso navideño se extendió a partir de la segunda década del siglo XX.

En algunos lugares existe la costumbre de besarse bajo el muérdago. Con ello nos situamos bajo su protección como talismán de la buena suerte y potenciamos los mejores augurios para el nuevo año.


Lotería de Navidad

En España, la Navidad está ligada a la lotería. Jugar un décimo o más en la Lotería de Navidad, tradicionalmente el 22 de diciembre, es una costumbre generalizada y de práctica casi obligatoria, al compartirse con amigos, familiares y compañeros de trabajo.

Su origen data de la Guerra de la Independencia contra la ocupación napoleónica, en el inicio del siglo XIX, en orden a recaudar fondos con los que poder ayudas a las depauperadas arcas de la hacienda pública.



EL ÁRBOL DE NAVIDAD


El árbol de Navidad se originó en la tradición ancestral del culto a los espíritus de la Naturaleza. Simboliza fecundidad e inmortalidad.

La colocación del árbol adornado como ornamento conmemorativo de las fechas navideñas, o árbol de Navidad, es una tradición que procede de pueblos del Norte que no adoraban imágenes. Se le llama el Árbol de la vida, de la Luz o del Edén.

Cada rama era engalanada con una pequeña llama, cual símbolo de la Vida. Posteriormente, en Alsacia y por ciertos pueblos germanos y escandinavos, se identificó este signo con el Redentor. Fue cristianizado en el siglo VIII. 

Tras la Guerra de los 30 Años, la tradición del árbol fue expandida por los suecos, primero en Alemania y después por el resto del continente europeo.

Se debe al príncipe Alberto y a la reina Victoria I de Inglaterra su introducción en el Reino Unido. De allí, los emigrantes a los Estados Unidos lo divulgaron en Norteamérica hacia 1845. A España llegó con fuerza en el primer cuarto del siglo XX.

Los adornos y bolas que se cuelgan del árbol fueron creados por los sopladores de vidrio de Bohemia. En cuanto a la estrella que lo corona, en su forma de cinco puntas, es emblema contra el mal y reporta felicidad al hogar que decora.