REEDUCARSE EN EL AMOR




Cuando hablamos de la palabra amor, la convertimos por lo general en una entelequia. ¿Se puede medir el amor, es real el amor?. Son reales sus consecuencias, yo diría que no podemos comprender y experimentar el amor sin sus opuestos ya que son extremos de una misma moneda, no se puede sentir uno sin aceptar los otros. La  sombra que todos llevamos dentro, por contraste, nos sirve como punto de referencia para poder crear amor en esta dimensión dualista en la que habitamos. Por este motivo es fundamental ser conscientes tanto del amor como de nuestras actitudes negativas, pero no con sentimiento de culpabilidad hacia estas últimas  sino de responsabilidad, necesitamos sentir y percibir, necesitamos ser espectadores conscientes (observando, no es necesario identificarse) de esos sentimientos y no rechazarlos  o vivirlos de forma inconsciente o impulsiva. 

Los pensamientos y sentimientos negativos, precisamente se crean en la propia mente como reacción a la realidad que nos rodea, es por lo que sólo nosotros somos responsables de estos estados de la mente  y no nuestro entorno al que solemos culpar de todos nuestros males. Debemos comprender  que estos sentimientos no son buenos ni malos en sí mismos, igual que el océano lleva en su forma grandes tempestades no por eso es malo, es simplemente océano. Nosotros podemos ser conscientes de lo que sentimos y por lo tanto responsables. Al responsabilizarnos  siempre tenemos la oportunidad de reeducarnos, de cambiarnos, de evolucionar en la dirección del amor (recordar que es el manantial de donde procedemos), mientras que al sentirnos culpables ya no hay posibilidad de remisión y en la mente se nos crea  la idea de que estamos sentenciados.

No se puede ser rosa sin espinas, tanto la maravillosa fragancia como el sufrimiento más cruel  forman  parte de nosotros y somos nosotros los que decidimos con nuestra consciencia qué elegir, pero para eso tenemos que parar, escuchar nuestro corazón, nuestro cuerpo, sentirnos en nuestro silencio interior, observar, rompiendo así el circulo vicioso de nuestro carácter impulsivo .

Observando la naturaleza se aprende una gran lección para nosotros mismos,  ni los animales desperdician un ápice de agresividad si no es necesario para su propia supervivencia, dosifican sus instintos quizás por una memoria genética y de aprendizaje, pero eso les lleva a no desperdiciar la energía que  necesitan para seguir vivos y sufrir  lo menos posible (ningún ser opta por sufrir voluntariamente). Nosotros sin embargo tendemos a instalarnos en el sufrimiento,  teniendo el  poder mágico de la consciencia no queremos verla, ni  usarla, en cambio preferimos malgastar toda la energía que nos ofrece el estar vivos reaccionando a nuestro entorno, sintiéndonos atacados sino ya físicamente (en una parte del mundo), si psicológicamente y fabricando estrés, nos sentimos agredidos por nuestros jefes, por nuestras parejas, por nuestros trabajos, por el medio ambiente y hasta por nosotros mismos. Si fuéramos un jabalí no sobreviviríamos  más de media hora en el bosque. 

Sabemos el gran poder y energía que desprende el odio y las actitudes negativas en nosotros y a nuestro alrededor, lo vemos y podemos sentirlo, (nunca tenemos bastante de lo que nos hace daño). ¿Qué más necesitamos? Cuando generamos estas emociones y formas de relacionarnos  lo que sentimos es displacer, lo que nos lleva a confusión, sin saber realmente quienes somos ni que necesitamos . 

En esta búsqueda compulsiva del placer hemos perdido el norte y confundimos y permutamos amor por placer, este último se experimenta siempre como respuesta condicionada, curiosamente el odio también se experimenta de igual forma .

A estas alturas y perdidos en este laberinto  emocional   debemos reeducarnos y comprender lo que no es amor; muchos viven  enamorados realmente de sus impulsos negativos incapaces de abandonarlos o viven inmersos en la búsqueda del placer. Sin embargo la experiencia del amor es siempre incondicional. Reconozco que esta palabra es difícil de encajar en una sociedad donde todo es medible, donde todo es a cambio de algo, donde todo es canjeable, por eso es urgente aprender a parar, e invertir un mínimo esfuerzo (no es necesario un esfuerzo titánico) en descubrir qué es el amor y dónde se encuentra. El acto  de amor, porque el amor es algo que se hace no que se piensa, es a veces tan minúsculo que por banal que lo consideramos nos resulta intrascendente, incluso cursi  o vergonzoso, y que a pesar de esto puede abarcar todas las facetas de nuestra vida,  una caricia, un beso o un abrazo a tu pareja  y observar la alegría en su rostro, una llamada a una persona que sabes lo necesita, observar la belleza de una flor, la ingenuidad de un niño, mirar absorto la inmensidad del mar, etc...Y podríamos poner ejemplos y no acabar. 

Muchos dirán que esto son tópicos,  y lo son vistos desde la mente discursiva  que a todo etiqueta y pone precio, pero existe otro ojo desde el que mirar, el ojo de la intuición, de tu ser interior, este no entiende de palabras sólo comprende experiencias mágicas y nos conecta con lo que somos realmente.  Pero claro, hay una condición y es la de parar y observar en silencio, entonces surge por arte de magia otra visión de la realidad, donde montados  en un tren que reduce su marcha podemos apreciar todos los detalles del paisaje que nos rodea y del que formamos parte. 

Hasta que no estemos dispuestos a dejar este tren de alta velocidad que llevamos, jamás encontraremos ese paraíso que buscamos equivocadamente fuera de nosotros, jamás podremos reeducarnos en el amor, porque el amor no son grandes utopías, ni sagradas creencias religiosas, ni necesita de conocimientos intelectuales, sino que, por el contrario, el amor se sirve en bocados pequeños,  casi  imperceptibles, para que no indigeste a nadie y además tiene algo maravilloso, que es universal y gratuito, que tal como andan las cosas no es poco . 

Ignacio Villar

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