La vida es como un río cuyas aguas se renuevan a cada momento en su fluir constante, determinado por la Ley Universal del movimiento. Se origina en la eternidad, y hacia la eternidad fluye en un proceso de cambio perpetuo.
Nada ni nadie puede detenerlo ni cambiar su curso natural, que su propia realidad determina.
Si lo que acabo de decir está en consonancia con la verdad innegable, me pregunto: ¿qué relación tenemos con la vida? ¿La consideramos algo separado de nosotros, simplemente tumbados en la orilla, meros espectadores, viendo correr el río? ¿O nos zambullimos en sus aguas y fluimos con él?
Cuando estamos integrados en la vida, cuando somos uno con ella, contemplamos todos los sucesos tal como llegan, sin oponer resistencia. No queremos nada salvo "lo que es", de hecho, en cada momento.
En la quietud que sigue de modo natural al silencio de la mente, recibimos de la vida impulsos intuitivos sobre lo que tenemos que hacer para abrazar como corresponde el momento que llega.
Así, nuestro encuentro con el presente vivo y activo es un movimiento sin causa, del que el "yo", con todo su condicionamiento, está ausente.
Este sencillo y espontáneo encuentro directo es el único modo de entrar en contacto con la Verdad.
En esta circunstancia, la movilidad y la originalidad de la vida nos guía con sabiduría. El ego ha desaparecido por completo; no hay ni deseo, ni aspiración, ni ideal.
La persona sabia vive solo en el presente, contenta con todo lo que la vida crea y manifiesta sin aspirar a nada distinto de lo que tiene en cada momento.
La riqueza y el encanto de la existencia consisten en esa completa y pura felicidad que emana de la quietud de la mente y que, con cada impulso de Amor transformativo, inunda todo nuestro ser.
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Ilie Cioara en El silencio de la mente
Fuente: No dualidad
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