GAYA, LA MADRE TIERRA


 
La Tierra, ese ser omnipresente, resulta casi invisible para la mayor parte de los seres humanos. Estamos acostumbrados a la gran rutina de “vivir sobre la tierra”, y, más aún, “contra la tierra”. No vivimos “con la tierra”. Y estamos muy lejos de “sentir con la tierra”. 

Y está ahí. Haciéndose presente, defendiéndose, con sus terremotos, con sus desbordamientos recuperando lo que le pertenece, con sus erupciones volcánicas.  Parece decirnos: “no os olvidéis de mi, que soy algo más que un simple soporte de vuestras posesiones, algo más que un gran cementerio para vuestros deshechos, algo más que un enorme recipiente para vuestra basura”.

Lo primero que medimos son las consecuencias negativas de estas actuaciones de la Tierra: pérdida de vidas ( con alta frecuencia imputables a negligencias humanas), grandes pérdidas económicas por la paralización de los aeropuertos, por ejemplo, inseguridad a la que estamos sometidos a la hora de planificar un desplazamiento aéreo, y otros . A lo más que llegamos es a la percepción de una cierta hostilidad de la Tierra hacia nosotros, los seres humanos, los dueños y señores del planeta.

Hay algo más, indudablemente, que estos efectos colaterales. La Madre tierra se está defendiendo. La actuación permanente de ese Ser Vivo, también llamado dulcemente Gaya, va encaminada al mantenimiento del obligado equilibrio. El equilibrio permanente y necesario de las dos fuerzas de la única energía, milenariamente tradicionales: el Yin de la Tierra y el Yang del Cielo, que denominaron los chinos de la antigüedad. Asistimos a la actuación defensiva de nuestro Planeta, para la consecución del equilibrio de la energía.

Confiemos en la sabiduría de nuestra Madre Tierra.
Aprendamos a vivir con la Tierra,
a sentir con la Tierra,
a ser Tierra.

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