Cuento taoísta
Una tarde, al salir de la escuela, se encontraron en una sesión de yoga un triángulo y un
ángulo recto. Con ropa más cómoda y uno delante del otro, empezaron a estirar para ir
relajando sus cuerpos, moviendo sus lados rectos, vértices y ángulos; adoptando nuevas formas
para ir volviendo a la propia, al final de la sesión.
Hubo algo que llamó la atención al ángulo recto,
ya que su vecino, el triángulo, no se esforzaba tanto como él, quien se exigía más y más para que su forma llegara a ser perfecta. Su compañero jugaba con el cuerpo, parecía tan fácil, como un bailarín que a veces veía en la tele. Había sencillez y concentración en su movimiento, de modo que no se daba cuenta de ser observado.
ya que su vecino, el triángulo, no se esforzaba tanto como él, quien se exigía más y más para que su forma llegara a ser perfecta. Su compañero jugaba con el cuerpo, parecía tan fácil, como un bailarín que a veces veía en la tele. Había sencillez y concentración en su movimiento, de modo que no se daba cuenta de ser observado.
Para colmo de su asombro, surgió un momento mágico, el mundo se paró por unos
instantes, observando el triángulo final, era como si flotara en el aire, una verdadera obra de
arte.
Y así fueron pasando los días, hasta que, por fin, se decidió a hablar con él. De camino a
casa siempre cogían el mismo tren. Se acercó a él y le dijo:
- Hola ¿Me conoces?
- Sí, te veo en las sesiones.
- Tengo curiosidad por preguntarte ¿cómo lo haces? Me refiero a que yo me esfuerzo
mucho más que tú y no tengo tu resultado. No veo tensión en lo que haces.
- Pues no lo sé, pero creo entender a lo que te refieres: todo mi mundo está en ese
momento, ya que lo vivo, me dejo llevar, lo disfruto. Es cierto que mis líneas son
rectas, pero por dentro hay suavidad, sin tensión y lo mejor de todo es que me siento
libre, como cuando soplas un diente de león y vuela por el aire...Pero, oye, dime tú ahora, si el tren nos está llevando ¿por qué continuas cargado con tus
mochilas?
El angulo recto se quedó pasmado:
-Pues tienes razón, no me había dado cuenta.
Al dejarlas en el suelo sintió esa
ligereza, esa libertad, con un ejercicio tan simple, dejar las bolsas en el suelo, y fue entonces
que se preguntó a sí mismo ¿Será esta sensación la que él vive? ¿Será esto lo que tengo que
aprender?
No lo entendía muy bien aún, pero algo dentro de él le hizo llevarlo a la práctica, con
menos rigidez y más espontaneidad. Y así fue el comienzo de una buena amistad.
Ha pasado un tiempo ya desde entonces y nuestro protagonista aún hoy sigue sin
entender, pero eso no es lo importante, lo que si vale es que el ángulo recto cada día se siente más libre y mejor.
Eva Juárez Ollé
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