PARTICIPAR EN EL BAILE


El cambio no es simplemente una fuerza de destrucción. Toda forma es realmente una pauta de movimiento, y todo ser vivo es como el río que, si no fluye, nunca podría desembocar. La vida y la muerte no son dos fuerzas opuestas, sino simplemente dos maneras de contemplar la misma fuerza,
pues el movimiento del cambio es tanto el constructor como el destructor. 

El cuerpo humano vive porque es un complejo de movimientos, de circulación, respiración y digestión. Resistirse al cambio, tratar de aferrarse a la vida, es, pues, como retener el aliento: si persistes, te matas. 

Al pensar en nosotros mismos como divididos en «Yo» y «yo», olvidamos fácilmente que la conciencia también vive porque se mueve. Es tanto una parte y un producto de la corriente de cambio como el cuerpo y todo el mundo natural. Si lo consideras cuidadosamente, verás que la conciencia —eso que llamamos «Yo» — es en realidad una corriente de experiencias, sensaciones, pensamientos y sentimientos en constante movimiento, pero debido a que estas experiencias incluyen los recuerdos, tenemos la impresión de que «Yo» es algo sólido e inmóvil, como una tablilla en la que la vida inscribe su crónica. No obstante, la «tablilla» se mueve con los dedos que escriben, como el río fluye junto con las ondas del agua, de modo que la memoria es como una crónica escrita en el agua, no una crónica con caracteres grabados, sino con olas a las que otras olas, llamadas sensaciones y hechos, ponen en movimiento. 

La diferencia entre el «Yo» y «yo» es en gran medida una ilusión de la memoria. En realidad, el «Yo» es de la misma naturaleza que «yo». Forma parte de todo nuestro ser, de la misma manera que la cabeza forma parte del cuerpo. Pero si no se comprende esto, el «Yo» y «yo», la cabeza y el cuerpo, se sentirán en desacuerdo. El «Yo», al no comprender que también forma parte de la corriente de cambio, intentará encontrar sentido al mundo y la experiencia, tratando de fijarlos. Tendremos entonces una guerra entre la conciencia y la naturaleza, entre el deseo de permanencia y el hecho del flujo. Esta guerra debe ser totalmente fútil y frustrante —un círculo vicioso— porque es un conflicto entre dos partes de la misma cosa. Debe conducir al pensamiento y la acción en unos círculos cada vez más rápidos que no van a ninguna parte, pues cuando dejamos de ver que nuestra vida es cambio, nos enfrentamos a nosotros mismos y nos volvemos como Ouroboros, la serpiente desorientada, que trata de morderse su propia cola. 

Ouroboros es el símbolo perenne de todos los círculos viciosos, de todo intento de dividir nuestro ser y hacer que una parte conquiste a la otra. Por mucho que luchemos, la «fijación» nunca dará sentido al cambio. La única manera de hacer que el cambio tenga sentido consiste en sumergirse en él, moverse con él, participar en el baile.

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