Cuando un ser querido está llegando al final de su vida, es muy probable que sintamos que nos invaden la desesperanza y el miedo. Tampoco sabemos bien cómo actuar. Estas emociones son normales. Es lógico sentir angustia, o incluso pánico, de cara a lo desconocido. Y una sensación de impotencia ante el sufrimiento de la persona enferma, ante su progresivo deterioro.
Aceptar los límites del ser humano
Las personas que se muestran tranquilas y seguras de sí mismas ante la muerte no es que no sientan nada de lo anterior, sencillamente aceptan los límites del ser humano: los límites de nuestra capacidad para reaccionar ante los acontecimientos; los límites de la ciencia y de la medicina, y los límites de nuestro conocimiento ante el misterio de la vida.
Así, es importante decir a las personas que se sienten desamparadas ante la cercana muerte de un familiar, que es normal no saber qué decir ni qué hacer y sentirse a veces desbordados por la situación y las emociones. Para eso no hay ningún manual, no hay ninguna receta.
Permitir que sea el enfermo quien decida
Una persona a quienes los médicos le han informado que no tiene posibilidad de curación podría sentir deseos de cumplir una última voluntad o de aprovechar sus últimos momentos de lucidez. Quizá le agrade recibir visitas y ver viejas fotografías. Pero no siempre es así. Otras personas no desean recordar sus momentos felices mientras sienten que se les escapa la vida.
Dependiendo del estadio de la enfermedad, podría sentir ganas de hablar o, por el contrario, preferir que permanezcamos junto a ella en silencio. O quizá le agrade saber que hay gente en casa, que su familia está con él, aun cuando él no pueda participar en las reuniones y la mayor parte del tiempo esté ausente postrado en su cama.
En caso de duda, pregunte a la persona lo que desea; si quiere estar solo o prefiere estar acompañado. Usted no debe molestarse ni preocuparse si le pide que le deje solo. Nadie puede imaginar qué le estará pasando por la cabeza en ese momento pero, con toda seguridad, no es signo de rechazo ni de falta de afecto hacia usted.
Pregúntele sin miedo si hay algo que pueda hacer para ayudar.
A veces, los problemas, los malentendidos, la falta de tiempo o el simple discurrir de la vida nos aleja de personas a quienes apreciábamos. Pregunte a su familiar enfermo si quiere que usted avise a alguien, dejar algún mensaje, despedirse de personas que usted quizá ni conozca pero que fueron importantes para él.
Cuestiones prácticas
Al final de la vida, es necesario abordar una serie de cuestiones prácticas con la persona que está a punto de partir.
Puede tratarse de temas relativos a los cuidados de última hora, asuntos financieros, la partición de la herencia, la organización del funeral, algo relacionado con el trabajo...
La mayoría de la gente se resiste a abordar estas cuestiones con una persona enferma, quizá por miedo, quizá por superstición, porque le parecen temas “groseros” o, sencillamente, para no revelar a ese ser querido que sabemos que va a morir. Pero somos adultos y sabemos que tarde o temprano todos vamos a morir. No hay ninguna vergüenza en abordar estas cuestiones; no es insensible ni morboso, y lo mejor es hacerlo cuanto antes.
Por supuesto que se tratará de conversaciones dolorosas y difíciles, pero no debe posponerlas ya que, si el estado de la persona enferma empeora, tener esa conversación más tarde podría resultar imposible. Tras su muerte, corre el riesgo de haberse quedarse solo con un montón de preguntas sin respuesta, y esto puede resultar más doloroso aún y suponer una serie de problemas prácticos insuperables. Es más, cuando se trata de una enfermedad, precisamente se cuenta con tiempo para tratar y cerrar ciertos asuntos que, en caso de un fallecimiento inesperado (por muerte súbita o por un accidente), el hecho de que queden en el aire causa finalmente más dolor.
Piense en la simple cuestión de las llaves, las cuentas bancarias, las deudas, los seguros o cualquier circunstancia económica. La persona enferma se sentirá mucho más tranquila y en paz sabiendo que todas sus cosas quedan en orden.
Incluso quizá tenga algo que decir respecto a qué tipo de ceremonia fúnebre desea o dónde y cómo quiere ser enterrado. Sobre esta cuestión, la mayoría de las personas que no han perdido a alguien cercano recientemente no tienen idea del desafío que supone. Saber si la persona tiene alguna preferencia respecto a ello (por ejemplo, ser enterrado junto a sus familiares) y asegurarse de cumplir su voluntad, resulta tranquilizador para todos.
A una persona enferma que sabe que va a morir, sobre todo si de ella depende económica o emocionalmente mucha gente, le supone una angustia añadida pensar qué va a ser de su familia cuando falte. No dude en tratar esos temas también con el enfermo. Nada le tranquilizará más que saber de primera mano que saldrán adelante, que aunque siempre le recordarán podrán seguir su camino. Una persona que da sus últimos pasos en la vida necesita hacerlo en paz.
El poder de la comunicación
Nos pasamos casi toda nuestra vida comunicándonos (por whatsapp, por correo electrónico, por teléfono…). Y, sin embargo, cuando se trata de hablar de la muerte o de decir adiós a alguien cercano, suelen faltarnos las palabras y tenemos la impresión de que no sabemos expresar todo lo que queremos. Es importante que se libere de la presión de tener que encontrar la respuesta perfecta; las palabras perfectas.
A veces, lo mejor es no decir nada en absoluto. La comunicación no verbal -quedarse sentado junto a esa persona, sostenerle la mano o acariciarle-, podría ser la mejor comunicación posible.
¿Le agradan a su familiar las flores frescas? Asegúrese de que siempre haya un jarrón a su vista. ¿Le gusta que suene música clásica de fondo? ¿o tener las cortinas abiertas para sentir la vida que transcurre al otro lado? Con esos pequeños detalles no sólo le hará más llevadera la última parte de su vida, sino que le está diciendo, sin palabras, cuánto le importa.
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Ayudar a las personas cercanas
Necesitan ayuda. Usted necesitará ayuda cuando sea su turno. Así que no dude en ayudar a las personas que lo necesitan. Vaya a visitarlas. Esto podría agradar no sólo a la persona enferma, sino también a la familia, que se sentirá menos sola. Quizá la familia ni pueda ni quiera apartarse largo tiempo del lado del enfermo, pero un paseo, un café o un rato de conversación les ayudará a despejarse y a sentirse acompañados. Las familias suelen recordar siempre estos gestos.
Puede llegar un punto en que ya no se desee o no se pueda recibir visitas. Si éste es el caso, una carta, una tarjeta, unas breves palabras, ofrecerse para hacer la compra o para traer la cena puede contribuir a hacer las cosas un poco más llevaderas para la familia.
No hay atajos contra el dolor. Pero sentir que hemos hecho y dicho lo adecuado nos hará sobrellevar mejor el profundo dolor que inevitablemente llegará cuando se produzca el fallecimiento del ser querido. Aunque suene extraño para quien no ha pasado por este trance, las personas que han perdido a un familiar y han podido pasar tiempo con él, incluso han estado a su lado cuando finalmente se les iba la vida, recuerdan esos momentos con alegría e intensidad dentro del inmenso dolor. Y logran aceptar mejor el nuevo presente al que se enfrentan y mirar hacia delante con esperanza.
Fuente y artículo completo en Tener Salud
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