Cuenta una antigua historia que, una vez, un noble pensador, de una época y tierra muy lejanas, preguntó a su médico que pertenecía a una familia de tradición de sanadores, desde hacia muchos años, cuál de todos ellos era el mejor en el arte de conservar la vida del cuerpo, de la mente y del espíritu.
El médico, cuya reputación ya era muy grande y que se había llegado a convertir en sinónimo de ciencia y sabiduría en todo el país, después de reflexionar un buen rato, le contestó:
Mi hermano mayor se inspira en los movimientos de la naturaleza y del cielo, respira el aire puro, inhala la fuerza del espíritu que transmite, a través del complejo entramado de sus células, a todo el que se le acerca.
Transita por el camino de en medio, vive en una casa pequeña en la montaña cultivando su jardín y habla poco.
El puede ver el espíritu de las personas, ve donde aparecerá la enfermedad y puede eliminarlo antes de que tome forma.
Puede ver la proximidad de la muerte de su paciente, momento en el que ofrece su máximo consuelo lleno de amor y dulzura…, de manera que su reputación siempre será desconocida e ignorada y no alcanza más allá de las briznas de hierba al borde de la puerta de su casa.
Su ser pertenece a Mushin, al espíritu de todas las cosas, es la persona mas desinteresada que he conocido.
Le sigue mi hermana Hannai, una mujer alegre y llena de vitalidad. Cura la enfermedad cuando todavía es muy leve, justo cuando aparecen los primeros síntomas, recorre el país sin cansancio, llevando plantas curativas y compuestos que ella misma prepara, ofreciéndolas, en regalo, a las familias, por lo que su reputación no alcanza mas allá del vecindario.
Es mas conocida por los niños que ríen con ella que por los mayores.
Su ser está creado en la inocencia y la modestia, con la pureza de los sabios antepasados.
Se conecta con la vida y con el vivir de cada día, todo para ofrecer esperanza y vitalidad.
Sabe de la inmortalidad y de la esencia.
Aprueba la muerte como ejercicio de paz y merecimiento de buena conducta.
Su ser pertenece a la gota de rocío sobre una rosa, tal es su finura y dedicación.
En cuanto a mi -dijo con una sonrisa-, llevo cuarenta años ejerciendo la medicina mas básica, la que atañe a la enfermedad ya localizada cuando queda poco por hacer. Perforo venas, receto pociones complejas, hago masajes en todo el cuerpo, trabajo durante meses con las agujas, de manera que, de vez en cuando, mi nombre llega a los oídos de los nobles.
Soy, simplemente, un trabajador urbano.
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