EL RUIDO Y LA MEDIATCIÓN




“Creéis que es el sonido lo que os está irritando pero en realidad sois vosotros los que estáis irritando al sonido. El sonido es simplemente lo que es, aire que vibra. Nosotros somos los responsables si nos peleamos con él” (Ajahn Chah)

Si un perro ladra o el tráfico hace ruido es nuestra responsabilidad no pelear con él. Podríamos haber escuchado la misma música nosotros, ayer, pero ahora que el vecino la toca, pensamos: “¡No hagas ruido! ¡Estoy tratando de meditar, qué insensible!” 

Nuestra meta es no pelear con el ruido y estar en paz con él. Conscientemente dejamos el ruido a un lado, lo notamos y, de igual forma, lo dejamos ir. Podríamos utilizar nuestra imaginación y pensar: “El perro está siendo un perro y no intenta molestarme. Está haciendo lo que hacen todos los perros porque es su deber. Si yo fuera perro, también ladraría”. 

Practicamos con esa actitud y dejamos que nuestra mente se vuelva a centrar. 

Si estamos trabajando con algo interno, como un pensamiento obsesivo, una idea o un recuerdo, lo podemos tratar de distintas maneras. Antes de sentarnos podemos hacer la resolución de que, durante el período de meditación, no nos ocuparemos con asuntos que no son pertinentes. No importa lo importante que sea lo que aparezca, sea una gran línea para un poema, una llamada que olvidamos hacer, etc,  nuestra intención es de tratarlo después. Por ahora -por estos pocos minutos- vamos a hacer de esta práctica lo más importante del mundo… y ese verso perfecto para el poema o la llamada importante que olvidamos hacer, pueden esperar.

Abordamos la meditación con esa actitud desde un principio y así, cuando surgen distracciones que demandan nuestra atención -que ruegan que nos preocupemos, planifiquemos y arreglemos algo importante- les podemos indicar con cariñosa claridad: “Luego…” Es increíble lo poderoso que es algo tan sencillo como esto. 

Si pensamos: “¡Cállate! y ¡Vete!”, intentando suprimir un pensamiento con la fuerza de nuestra voluntad, es como si tratáramos de anular al sonido, estamos peleando con él. Lo podremos suprimir por un tiempo, pero el sencillo acto de empujarlo para que se largue y distanciarlo de nosotros le presta energía para retornar tan pronto como la firmeza se afloje. 

Así que le decimos firme y cariñosamente: “Luego… no te estoy diciendo que no seas importante. Sé que eres un pensamiento muy significativo y una ansiedad profunda de la cual me debo preocupar… y tienes todo el derecho de hablarme, pero no en éste momento”. Hay que respetarlo.
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