ENOJARTE CON LOS DEMÀS SIEMPRE ES ABSURDO


Aunque intentan abandonar el sufrimiento, marchan sólo hacia el sufrimiento; sólo desean la felicidad pero, confundidos, destruyen su felicidad, como si fueran [su propio] enemigo (Bodhicaryavatara)

Este es el estado en el que todos estamos cuando depositamos nuestras esperanzas de felicidad en cosas impermanentes y concebimos la existencia en referencia a nuestro "sí mismo".

Todo esto es mejor explicado por Dzongsar Khyentse Rinpoche, uno de los grandes maestros budistas vivos:

La práctica budista de la no-violencia no es sólo una sonriente sumisión o un tibio cuidado. La causa fundamental de la violencia es cuando uno está aferrado a una idea extrema, como la justicia o la moralidad. Esta fijación usualmente surge del hábito de mantener una perspectiva dualista, como bueno y malo, bello y feo, moral e inmoral. El propio autoagrandamiento moral toma todo el espacio que podría permitir la empatía por los demás. La sanidad (salud mental)se pierde.
 Al entender que todo los valores y perspectivas son compuestos e impermanentes, como también la persona que los sostiene, la violencia se evita. Cuando no tienes ego, ni apego al sí mismo, no hay razón para ser violentos. 
Cuando entiendes que todos tus enemigos son movidos por la poderosa influencia de su propia ignorancia y agresión, que están atrapados en sus hábitos, es más fácil perdonarlos por sus comportamientos irritantes. De la misma manera, si alguien de un sanatorio mental te insulta, no tiene sentido enojarse. Cuando trascendemos las creencias en extremos y fenómenos dualistas, hemos trascendido las causas de la violencia.

Vivimos bajo el velo de la ilusión, atrapados por los hábitos de nuestra percepción, reificando procesos en sustancias, proyectando identidades fijas absolutas sobre algo que no puede definirse conceptualmente. Al final la causa de todo este desatino y desvarío es el apego a nuestras ideas e identidades, que nace de una ignorancia congénita a nuestra existencia en el mundo. Enojarse con alguien que padece esta ignorancia –prácticamente todos– es igual a enojarse con un enfermo mental que te llama de maneras que podrían ser insultantes, o irritarse con un bebé porque no sigue el comportamiento de los adultos. Al ser conscientes de esta ignorancia, de esta característica hasta cierto punto trágica en la que vivimos, no sólo nos volvemos menos apegados a los eventos que podrían ser irritantes sino que, naturalmente, surge la compasión. Compasión, porque todos estamos perdidos, todos estamos de alguna manera locos y enfermos. En la medida en la que podemos ver esto y nos volvemos menos apegados a nuestras identidades, debemos ser más compasivos aún, pues entendemos lo que le sucede a todos los demás. En la sabiduría no hay arrogancia, pues consiste precisamente en saber que el ego es la principal ilusión.

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