Cierto día, por la tarde, estando él ausente, un ladrón se introdujo en el interior de la cabaña, solo para descubrir que no había allí nada que pudiese ser robado.
Ryokan, que regresaba entonces, se encontró con el ladrón en su casa.
- Debes haber hecho un largo viaje para venir a visitarme -le dijo- y no sería justo que volvieras con las manos vacías. Por favor, acepta mis ropas como un regalo.
El ladrón estaba perplejo, pero al fin cogió las ropas y se marchó.
Ryokan se sentó en el suelo, desnudo, contemplando la luna a través de la ventana.
- Pobre hermano - se decía -. Ojalá pudiera haberle dado esta maravillosa luna.
Fuente: Los cuentos que yo cuento
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