«Hacer una cosa cada vez»; así es como un maestro Zen definió la esencia del Zen.
Hacer una cosa cada vez significa ser total en lo que haces, prestarle toda tu atención. Eso es acción rendida, acción poderosa.
Tu aceptación de lo que es te lleva a un nivel más profundo, donde tanto tu estado interno como tu sentido del yo no dependen ya de que la mente los juzgue «buenos» o «malos».
Cuando dices «sí» a la vida tal como es, cuando aceptas este momento como es, puedes sentir dentro de ti un espacio profundamente pacífico.
Superficialmente puedes seguir sintiéndote feliz cuando hace sol y menos feliz cuando llueve; puedes sentirte feliz si ganas un millón de euros e infeliz si pierdes todas tus posesiones. Sin embargo, la felicidad y la infelicidad ya no calan tan hondo. Son olas en la superficie de tu Ser. La paz de fondo que hay dentro de ti permanece inmutable en cualesquiera que sean las condiciones externas.
El «sí a lo que es» revela una dimensión de profundidad en ti que no depende ni de las condiciones externas ni de la condición interna de los pensamientos y emociones en constante fluctuación.
La rendición se vuelve mucho más fácil cuando te das cuenta de la naturaleza efímera de todas las experiencias, y de que el mundo no puede darte nada de valor duradero. Entonces sigues conociendo gente, sigues teniendo experiencias y participando en actividades, pero sin los deseos y miedos del ego. Es decir, ya no exiges que una situación, persona, lugar o suceso te satisfaga o te haga feliz. Dejas ser a su naturaleza pasajera e imperfecta.
Y el milagro es que, cuando dejas de exigirle lo imposible, cada situación, persona, lugar o suceso se vuelve no sólo satisfactorio, sino también más armonioso, más pacífico.
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