Algunos de estos frutos son, por ejemplo:
una mayor aceptación de la vida tal cual es,
una asunción más cabal de los propios límites y de los achaques o dolores que se arrastren,
una mayor benevolencia hacia los semejantes,
una más cuidada atención a las necesidades ajenas,
un superior aprecio a los animales y a la naturaleza,
una visión del mundo más global y menos analítica,
una creciente apertura a lo diverso,
humildad,
confianza en uno mismo,
serenidad…
La lista podría alargarse. En la práctica constante de la meditación se comprueba que si has roturado tu conciencia, a conciencia, y te has abonado bien, todo crecerá espléndidamente.
Vivir es prepararse para la vida. Todo esfuerzo que se invierte en uno mismo da fruto tarde o temprano. Claro que los frutos suelen tardar en cosecharse, pero se cosechan, vaya que si se cosechan: que se lo digan a los artistas que, tras largos años de formación, dan a luz, graciosamente, como si nada, una obra maestra. No ha sido graciosamente, no ha sido como si nada.
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