Cuando Liu era joven, decidió escuchar sus sentimientos y seguir la vida que quería.
Dejó su trabajo y los estudios que se había obligado a hacer, y comenzó a ir de un sitio a otro.
No sabía donde iría ni a quien encontraría, no tenía horarios ni normas que cumplir. Iba a un
sitio y se quedaba el tiempo que se sentía bien y después marchaba a otro sitio; a veces le
apetecía trabajar en el campo y otras guardar ovejas; a veces le apetecía conocer cosas
diferentes y disfrutaba mucho haciéndolo.
Conocía diferentes personas y filosofías o formas
diferentes de vivir la vida y disfrutaba, con cada encuentro, viendo lo bello en cada uno. Su casa
era el mundo entero y su familia las personas con las que se encontraba en aquel momento.
Amigos y familiares le decían que eso no estaba bien, que debía tener obligaciones y ser
útil; que debía prepararse para el futuro y crear una familia. Liu los escuchaba y le daban un
poco de pena, porque siempre corrían y estaban serios. No les hacía caso y sonreía al
escucharlos; después se escuchaba a sí mismo y hacía cualquier cosa que le apetecía.
Siempre
estaba feliz y contento, porque todo lo hacía desde lo más profundo de su ser y él sabía que así
estaba bien.
A veces, se pasaba horas y horas contemplando el paisaje y era como si él fuese parte
del mismo; otras, se quedaba en silencio y parecía que formaba parte del sonido del silencio;
algunas otras, miraba una flor y veía la grandeza de todo el universo en sus formas y colores.
Sin embargo, alguna otra vez, recordaba las palabras y los consejos de familia y amigos, y
enseguida se sentía mal porque -“no estaba bien, solamente vivir como lo hacía yo”-.
Entonces
miraba las plantas y las flores, los animales en libertad y los árboles del bosque; también
miraba otras personas que, como él, alejadas del mundanal ruido, meditaban y oraban en el
templo de sus corazones, y se sentía confortado, siguiendo de nuevo su natural inclinación a
vivir su vida, cada momento, tal como su ser anhelaba.
Para seguir su camino de búsqueda, entró a formar parte de varias comunidades de
personas dedicadas también a la búsqueda de su yo interior y de la espiritualidad. En todas ellas
había normas que cumplir y formas establecidas de rezar, que mataban su natural espontaneidad, porque…
–¡La tradición dice que ha de ser así-¡.
–¡Para llegar a Dios tienes que
pasar por nosotros y hacer como nosotros!- etc. etc.
Salió de todas ellas y siguió su peregrinaje viviendo con su natural espontaneidad,
orando con la contemplación y admiración de la belleza de la naturaleza.
Se sentía libre y feliz
porque a nada estaba atado.
Jerónimo Hernández González
No hay comentarios:
Publicar un comentario