En un célebre monasterio de Japón había un Maestro Zen famoso por su silencio. Todos le admiraban y sabían que se comunicaba "I shin den shin", "De mi corazón a tu corazón". Por eso, nadie osaba hacerle preguntas ya que entendían que él conocía sus corazones. Pero, como siempre, había un discípulo que todo lo quería pasar por su razonamiento, por el cedazo de la lógica más severa. Y claro está, vivía en un permanente desasosiego.
Un día, éste se acercó al Maestro del silencio y le espetó sin mucho respeto.
- Maestro, siempre te pregunto y tú no me respondes. No me explicas el misterio de la vida y del sufrimiento, si hay un más allá y qué forma adoptaremos después de la muerte. Eso en el caso de que haya otra vida después de la muerte.
El Maestro permaneció en silencio y la comunidad continuó su meditación en el más profundo y sosegado ambiente creado por el Maestro. Cuando todos se hubieron marchado a sus tareas, el Maestro le dijo al joven filósofo que se quedara un momento. Le entregó una aguja que llevaba al cuello pendiente de un hilo y le dijo:
- Toma esta aguja y coloca una gota de agua en su punta.
- ¡Pero esto es imposible!
- Más imposible es pretender encontrar respuestas a todo lo que está más allá del entendimiento.
El discípulo se postró en el suelo y no se atrevía a levantar el rostro por la vergüenza de no haber confiado en el silencio del Maestro.
- No te avergüences, hijo. Yo también era como tú y mi Maestro me dio esta aguja para que la llevara colgada al cuello. Tómala, creo que ya puedo pasártela a ti.
¿Tendría usted la amabilidad de pasarme esa aguja, Maestro JOTA ELE?
ResponderEliminarPorque aunque es cierto que poseo muchas, ninguna tiene esa cualidad al ser agujas compradas en una mercería.
Se lo agradecería infinito.