Cuando
nos aferramos agresivamente a nuestras propias opiniones, por muy
válida que sea nuestra causa, simplemente estamos añadiendo más
agresión y violencia a nuestro planeta, y por tanto aumentando su
dolor. Cultivar la no agresión es cultivar la paz.
UNA
DE LAS MEJORES PRÁCTICAS en
la vida cotidiana cuando no tenemos mucho tiempo para meditar, es
tomar conciencia de nuestras opiniones. Cuando practicamos la
meditación sentada, parte de la técnica consiste en tomar
conciencia de nuestros pensamientos. A continuación, simplemente
reconocemos lo que estamos pensando, sin juicio y sin decir qué es
acertado o equivocado. Es un ejercicio
de no agresión hacia nosotros mismos y también es un ejercicio que
nos permite expresar nuestra inteligencia: observar que estamos
pensando pero sin asociar el pensamiento con la esperanza o el miedo,
con la alabanza o la culpa. Pero cuando nos sentamos realmente a
meditar, no siempre es así de ideal. A menudo la percepción de que
estamos pensando, aunque sólo dure un cuarto de segundo en una
sesión de una hora, suele ir acompañada de alabanza o de culpa. Ese
pensamiento es algo bueno o es algo malo. En cualquier caso, siempre
hay algo más que el simple hecho de etiquetarlo como «pensamiento».
Pero
después de practicar la meditación durante una buena temporada,
como nos limitamos a sentarnos en soledad, sin hacer otra cosa que
tomar conciencia de la espiración y percibir los pensamientos,
nuestra mente se va calmando. Entonces empezamos a notar más las
cosas, aunque no nos demos mucha cuenta de ello. En la meditación
permitimos un amplio espacio y después empezamos a ver lo que surge
con creciente viveza y claridad. Notamos una constante profusión de
ideas y que en todo ese parloteo no hay silencios. También
percibimos nuestras
actitudes respecto a lo que sucede. A continuación empezamos a
sintonizarnos con nuestros patrones habituales y vemos quiénes
somos, qué hacemos para mantener nuestra integridad y cuáles son
nuestras opiniones e ideas respecto a las cosas.
Cuando
no estamos en meditación, podemos empezar a percibir nuestras
opiniones de la misma forma que percibimos los pensamientos mientras
meditamos. Esta práctica es extremadamente interesante porque
tenemos muchas opiniones y tendemos a considerarlas verdades, aunque
en realidad no lo son; sólo son opiniones. Y estas opiniones suelen
contar con muchísimo apoyo emocional. A
menudo contienen juicios o son críticas, otras veces versan sobre lo
agradable o lo perfecto que es algo; en cualquier caso, tenemos
opiniones en abundancia.
Las
opiniones son opiniones, ni más ni menos. Podemos
empezar a percibirlas y etiquetarlas como tales, de la misma forma
que etiquetamos los pensamientos como pensamientos. Este simple
ejercicio nos introduce a la noción de ausencia de ego. En realidad,
el ego sólo es nuestras opiniones, que nosotros solemos considerar
sólidas, reales y la verdad absoluta de cómo son las cosas.
Tener
aunque sólo sea unos segundos de duda respecto a la solidez y la
verdad absoluta de nuestras opiniones, incluso el simple hecho de
tomar conciencia de que tenemos opiniones, nos introduce a la
posibilidad de la ausencia de ego. No tenemos que hacer desaparecer
nuestras opiniones y no tenemos que criticarnos por tenerlas.
Simplemente hemos de ser conscientes de lo que nos decimos a nosotros
mismos y ver cuánto de ello no es más que nuestra percepción
personal de la realidad, que puede ser compartida o no por los
demás.
Dejamos
ir estas opiniones y volvemos a la inmediatez de nuestra experiencia.
Volvemos a ver el rostro de alguien que está inmediatamente frente a
nosotros, volvemos a saborear nuestro café, a cepillarnos los
dientes, a hacer lo que estemos haciendo. Si podemos ver nuestras
opiniones como opiniones y dejarlas pasar aunque sólo sea por un
momento, para volver a la inmediatez de la experiencia, quizá
descubramos que estamos en un mundo muy nuevo, que tenemos nuevos
ojos y nuevos oídos.
Pema Chordon "Cuando todo se derrumba"
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