A Huang le brindó el Universo la oportunidad de visitar Japón en pleno Sakura (floración de los cerezos), con motivo del viaje de un grupo de españoles, compañeros y practicantes asiduos de zazen, organizado por Yasusada Seki Sensei, monje Budista Zen, quien los guió y acompañó, en todo momento, en aquel viaje iniciático sin duda.
Huang se llevó consigo a su maestro chino, Zhao Laoshi, disfrutando ambos de aquel memorable viaje presidido, en todo momento, por una idea que lo impregnaba todo, como el aroma de los cerezos en flor: LA IMPERMANENCIA.
Al poco de regresar, ya en el Luxun Park de Shanghay, finalizada la clase de Tai Chi, Huang abordó a su maestro:
Al poco de regresar, ya en el Luxun Park de Shanghay, finalizada la clase de Tai Chi, Huang abordó a su maestro:
-Maestro Zhao, ¿Por
qué invertimos tanto tiempo y energía en perseguir la estabilidad y la seguridad?
-Porque
hemos recibido una cultura o creencias basadas en la búsqueda de lo
seguro, de lo estable: estado, casa, profesión, familia, forma de
pensar, religión. Siempre optando por lo sólido, lo de siempre, lo
de toda la vida, lo científico, lo estable, lo permanente. Y se ha
creado en nosotros esa necesidad de estar seguros. Nada nos
desestabiliza más que los cambios. Especialmente los inciertos, los
de resultado imprevisible, ¡qué angustia...!
-Pero
lo nuestro es precisamente el cambio permanente al que tenemos que
estar abiertos de par en par.
-Siempre
fue así. Es cierto que, ahora, los cambios se producen a mayor
velocidad. Pero lo nuestro nunca fue la quietud o permanencia, sino
el movimiento constante. Sabemos que la tierra que pisamos, que
parece tan sólida y estable bajo nuestros pies, se mueve, en
rotación sobre si misma, a una velocidad de unos 1.600 Km/hora;
además de su movimiento de traslación en torno al sol, a una
velocidad que se estima en 107.000 Km/hora; a lo que hay que añadir
el movimiento de nuestro sistema solar en torno a la Galaxia, a una
velocidad aproximada de 792.000 km/h. Suma y te harás una idea de
cual es la velocidad a la que vamos en este instante.
-Unos
900.000 Km/h, en números redondos.
-Esa
es nuestra estabilidad, nuestra quietud, nuestra permanencia.
-Nuestra
vida está presidida por la impermanencia, ¿no es así, maestro?
-Si,
lo único permanente en nosotros es la impermanencia. ¡Y qué mal
nos llevamos con ella! Este tema de la impermanencia presidió
nuestro viaje a Japón, cuya invitación a participar nunca
agradeceré lo suficiente. Sakura, la plena floración de los
cerezos, que tuvimos la suerte de presenciar y vivir, simboliza la
impermanencia. Como nos explicó el Sensei, los cerezos de Japon
simbolizan la impermanencia, de forma especial, por ser cerezos que
no dan fruto. Su reproducción se hace por esquejes, no por semillas
que no existen, y, al provenir (diríamos) todos de un mismo àrbol,
al ser de una sola especie, coincide su floración en todo el pais,
así como su desaparición simultanea, con ligera variación entre el
sur y el norte. ¿Recuerdas las alfombras de pétalos en los parques,
los últimos días?
-Si,
y con la típica tristeza que produce lo efímero, lo transitorio, lo
impermanente.
-La
toma de conciencia de lo que somos no debería entristecernos, sino
todo lo contrario. La aceptación de nuestra impermanencia debería
darnos el gozo de sentirnos libres...
-En aquel viaje, y perdone la interrupción, maestro, el día de la solemne ceremonia del te, hubo una pregunta relacionada con la floración de los cerezos que formuló el monje que nos obsequiaba con aquella delicada ceremonia, que no he podido recordar. ¿Recuerda a qué me refiero, maestro?
-Aquella ceremonia del te en nuestro honor, en un templo budista zen, pequeño, familiar, fue de sublime belleza. Nunca había tenido la ocasión de participar en algo semejante. Los japoneses para las ceremonias son únicos, hay que reconocerlo. El colorido de los kimonos de las damas que nos servían el te, adiestradas exquisitamente en este arte, daban a la ceremonia un aire solemne, festivo y relajante. Un disfrute. Y lo que ocurrió, al final de la cermonia, fue que el sacerdote budista zen se dirigió a nosotros, al grupo llegado de occidente especialmente, con unas palabras de bienvenida y agradecimiento. Al final, haciendo referencia al kakemono de bella ejecución que presidía la sala, nos traspasó la pregunta en él formulada, en japonés por supuesto, traducida al inglés por el monje que guiaba nuestro grupo y pasada al español por la traductora: “¿Para quién florecen los cerezos?” y añadió, dudosa, la traductora: o, quizás, la pregunta sea: “¿Por qué florecen los cerezos?...”
-Aquella ceremonia del te en nuestro honor, en un templo budista zen, pequeño, familiar, fue de sublime belleza. Nunca había tenido la ocasión de participar en algo semejante. Los japoneses para las ceremonias son únicos, hay que reconocerlo. El colorido de los kimonos de las damas que nos servían el te, adiestradas exquisitamente en este arte, daban a la ceremonia un aire solemne, festivo y relajante. Un disfrute. Y lo que ocurrió, al final de la cermonia, fue que el sacerdote budista zen se dirigió a nosotros, al grupo llegado de occidente especialmente, con unas palabras de bienvenida y agradecimiento. Al final, haciendo referencia al kakemono de bella ejecución que presidía la sala, nos traspasó la pregunta en él formulada, en japonés por supuesto, traducida al inglés por el monje que guiaba nuestro grupo y pasada al español por la traductora: “¿Para quién florecen los cerezos?” y añadió, dudosa, la traductora: o, quizás, la pregunta sea: “¿Por qué florecen los cerezos?...”
-Ya
recuerdo. Y me sorprendió la
pregunta, no le encontré el sentido, en cualquiera de sus
traducciones.
-Es
difícil encontrar el sentido racional o lógico a la mayoría de las
preguntas de un maestro zen. De hecho, te recuerdo que, tras el
silencio que siguió a la dudosa traducción, mientras las "lúcidas
mentes occidentales" buscaban la adecuada respuesta, el sacerdote
añadió: “Yo no tengo la respuesta. Puede que ustedes
sí...¡No me la den, por favor! Es sólo una pregunta... ¡Vayamos a
cenar!”.
-Fue
un memorable viaje, presididio por la siempre presente impermanencia.
-El viaje en si es un símbolo de nuestro quehacer en esta vida:
viajeros permanentes. Lo único seguro, estable, que no cambia, que
permanece siempre, es el cambio, el constante pasar de todas las
cosas. Y debemos instalarnos en el convencimiento visceral, vivo, de
la impermanencia. Suena a retórico y grandilocuente, pero se trata
de llevar a nuestro sentir diario lo que de sobra conocemos: que nada
es real, que nada es estable, que todo pasa, que todo es temporal y
muere, que nada es para siempre, que nada permanece, nada. Es una
cuestión de aceptación. Pero se trata de una aceptación gozosa, no
una ascética resignación.
Al aceptar nuestra impermanencia, nos
abrimos a la vida, sintonizamos con ella, nos dejamos fluir y, de
forma espontánea, sin esfuerzo, da comienzo en nosotros un proceso
de desnudez, de desprendimiento, de desaferrarnos, de soltar el lastre
de nuestras quiméricas seguridades y estabilidades que nos impiden
el movimiento.
Vivir es fluir, soltar amarras, estar en tan sólo
este momento. Apagar los recuerdos, aparcar los proyectos, sólo
estar, y estar dispuesto a seguir estando, en forma diferente, al
siguiente momento.
Al aceptar la impermanencia abrimos las puertas al
campo de la libertad y empezamos a movernos en el.
Se hizo un profundo silencio que permitía seguir oyendo las sabias palabras de Zhao Laoshi cuyo eco seguía flotando en aquel Parque, como saltando de un árbol a otro. Huang no se atrevió a romperlo, ni tan siquiera para decir gracias maestro.
J L
( Reposición )
...Pero yo sí me atrevo a romper ese eco -ya que todo es IMPERMANENTE- para decirlo: ¡Gracias, Maestro!
ResponderEliminar