"Baumgartner" es el titulo de la reciente novela de Paul Auster, es el nombre del personaje central (Sy. Baumgartner), un eminente escritor y profesor universitario que hace nueve años perdió a su mujer, Ana.
(Extractamos unos párrafos de esta novela en los que Paul Auster expone una curiosa -cuando menos - teoría sobre el después de la vida)
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Baumgartner se sienta en la silla frente al escritorio. Un momento después de instalar cómodamente el culo, suena el teléfono. El rojo. El teléfono sin línea que no puede sonar pero que sin embargo ha sonado y sigue sonando.
Asustado y curioso a la vez, Baumgartner se da cuenta de que el timbre del teléfono es el mismo que ha oído en el piso de arriba, en la cama, la misma secuencia alternante de intervalos de sonidos largos y cortos y silencio, tenue y apagada en la planta superior pero alta y clara abajo, y si es así, cualquier persona, bromista o agente invisible que haya llamado antes ahora vuelve a llamar.
Baumgartner descuelga el aparato y aventura un saludo inseguro y perplejo: un saludo con una interrogación incorporada. Sigue un silencio, durante el cual se dice a sí mismo que debe de estar soñando, aun cuando está despierto y no puede estar soñando, y entonces Anna empieza a hablar, a hablarle con la misma voz grave de cuando estaba viva, llamándolo cariño y mi querido esposo, explicándole que la muerte no es lo que la gente siempre ha imaginado, que ellos dos y todos los materialistas se equivocaban al suponer que no hay un más allá, y que la otra vida de cristianos, judíos, musulmanes, hindúes, budistas y demás también era una equivocación. No hay recompensas ni castigos divinos, ni trompetas ni fuegos de perdición, nada de florestas de dicha celestial, y ningún ser humano volverá a la Tierra transformado en mariposa, en cocodrilo o en la próxima reencarnación de Marilyn Monroe. Lo que ocurre después de la muerte es que se entra en el Gran Vacío, un espacio negro donde nada es visible, un inaudible espacio de nulidad, la nada de la ausencia. No hay contacto con otras personas fallecidas, y ningún embajador de las alturas o de muy abajo viene a informarte sobre lo que va a pasar a continuación. Anna, por tanto, no tiene idea de cuánto durará su presente condición, si presente es aún un término relevante en un sitio como ese, que ni siquiera es un lugar sino ningún sitio, una insignificante vacuidad sustraída de una infinitud de nulidades. Anna no ve ni oye nada porque ya no tiene cuerpo, ninguna extensión, como solían decir los antiguos filósofos, lo que significa que nunca se cansa ni tiene hambre ni siente dolor ni placer ni nada en absoluto, y si pudiera medirse en espacio, en caso de que un término como espacio siga siendo pertinente, probablemente no sea mayor que una partícula subatómica, la más simple y minúscula fracción del Qué cósmico. Llámala un Qué, si quieres, o un espíritu, o una emanación del informe y vasto entorno, o bien, sencillamente, una mónada pensante, y cuando se pone a pensar a veces ocurre que puede ver todo lo que hay en su intelecto, que lo ve claramente con la imaginación, si es que sigue teniendo cosas como intelecto o imaginación, que no las tiene, pero de todos modos puede verlo con claridad, casi con tanta nitidez como lo veía antes, cuando estaba viva sobre la Tierra.
Baumgartner no dice nada. Quiere hablar, tiene que decirle un montón de cosas y hacerle muchas preguntas, pero por lo visto ha perdido la facultad de abrir la boca y emitir palabras. No importa, dice para sus adentros. La llamada puede cesar bruscamente en cualquier momento, ¿y por qué molestarse en hablar cuando todo lo que quiere es seguir oyendo su voz hasta que se acabe el tiempo y Anna vuelva a desaparecer en la oscuridad?
No puede estar segura de nada, dice ella, pero sospecha que es él quien está sosteniéndola en esa incomprensible vida de ultratumba, ese paradójico estado de inexistencia consciente que deberá llegar a su fin en cualquier momento, lo presiente, pero mientras él siga vivo y sea capaz de pensar en ella, esos pensamientos continuarán despertando y volviendo a despertar su propia conciencia, hasta el punto de que a veces puede entrar a la cabeza de él, oír sus cavilaciones y ver lo que él está viendo con sus mismos ojos. No tiene ni idea de cómo ocurre eso, ni tampoco entiende esa capacidad de hablarle ahora, pero sí sabe que los vivos y los muertos están conectados, y el hecho de que estuvieran tan unidos en vida puede continuar incluso en la muerte, porque si uno muere antes que el otro, el vivo puede mantener al muerto en una especie de limbo temporal entre la vida y la no vida, pero cuando el vivo muere a su vez todo acaba y la conciencia del muerto se extingue para siempre. Anna hace una pausa durante un momento para tomar aliento y luego, tras respirar de nuevo, le hace una pregunta por primera vez desde que él ha descolgado: ¿Todo esto tiene algún sentido para ti? Antes de que Baumgartner pueda responder, la respiración de Anna se interrumpe, sus palabras cesan y se corta la comunicación.
A raíz de ese sueño, algo empieza a cambiar en Baumgartner. Es plenamente consciente de que no sonó el teléfono desconectado, de que no oyó la voz de Anna, de que los muertos no siguen viviendo en un estado de inexistencia consciente, y, sin embargo, por irreal que haya sido el contenido del sueño, lo sintió como una experiencia real y, a diferencia de lo que suele ocurrir, las cosas que vivió aquella noche en el sueño no han desaparecido de sus pensamientos. Han pasado seis días desde entonces. Por breve que sea ese tiempo, Baumgartner se siente como arrojado a un nuevo espacio interior, como si todas las circunstancias de su vida se hubieran modificado. Ya no está atrapado en una cámara subterránea sin ventanas, sino en algún sitio a nivel del suelo, aún encerrado en una habitación, quizá, pero al menos esta tiene una ventana con barrotes en lo alto del muro exterior, lo que significa que la luz entra a raudales durante el día, y si se tumba en el suelo y coloca la cabeza en un ángulo determinado, alzando la vista puede estudiar las nubes mientras cruzan el cielo frente a sus ojos. Tal es el poder de la imaginación, dice para sí. O, simplemente, la fuerza de los sueños. Igual que ciertos acontecimientos imaginarios pueden cambiar a una persona cuando se narran en una obra de ficción, la historia que se ha contado a sí mismo en el sueño ha transformado a Baumgartner. Y si la habitación ciega tiene ahora una ventana, quién sabe si en un futuro no muy lejano no vendrá un día en que los barrotes habrán desaparecido y al fin podrá salir gateando al aire libre.
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