EL SILENCIO -Byung Chul Han-

                    

           


                                     La implantación digital en la red genera mucho ruido. La batalla por los territorios cede ante la batalla por la atención. La apropiación también adopta una forma muy diferente. Producimos incesantemente información para que a otros les guste.

Los ruiseñores de hoy no tuitean para ahuyentar a los demás. Más bien tuitean para atraer a otros. No escupimos en la sopa para evitar que otros la disfruten. Nuestro lema es, más bien, compartir, sharing. Ahora queremos compartirlo todo con todo el mundo, lo cual conduce a un ruidoso tsunami de información.

Las cosas y los territorios determinan el orden terreno. No hacen ruido. El orden terreno es silencioso. El orden digital está dominado por la información. El silencio es ajeno a la información. Contradice su naturaleza. La información silenciosa es un oxímoron. La información nos roba el silencio imponiéndosenos y reclamando nuestra atención. El silencio es un fenómeno de la atención. Una atención profunda solo produce silencio. Pero la información tritura la atención.

      Según Nietzsche, es propia de la «cultura aristocrática» la capacidad de «no reaccionar enseguida a un estímulo». Ella controla los «instintos que ponen obstáculos, que aíslan». «A lo extraño, a lo nuevo de toda especie se lo dejará acercarse con una calma hostil.» El «tener abiertas todas las puertas», el «estar siempre dispuesto a meterse, a lanzarse de un salto dentro de otros hombres y otras cosas», es decir, la «incapacidad de oponer resistencia a un estímulo», es una actitud destructiva para el espíritu. La incapacidad de «no reaccionar» es ya «enfermedad», «decadencia», «síntoma de agotamiento». La permisividad y la permeabilidad totales destruyen la cultura aristocrática. Cada vez perdemos más los últimos instintos de aislamiento, la capacidad de decir no a los estímulos intrusos.

Es preciso distinguir dos formas de potencia. La potencia positiva consiste en hacer algo. La negativa es la disposición a no hacer nada. Pero no es idéntica a la incapacidad de hacer algo. No es una negación de la potencia positiva, sino una potencia independiente. Permite que el espíritu permanezca en calma contemplativa, es decir, preste una atención profunda. Sin esta potencia negativa, caemos en la hiperactividad destructiva. Nos hundimos en el ruido. El fortalecimiento de la potencia negativa por sí solo puede restablecer el silencio. Sin embargo, la compulsión imperante de comunicación, que resulta ser una compulsión de producir, destruye deliberadamente la potencia negativa.

Hoy nos producimos sin cesar. Esta autoproducción hace ruido. Guardar silencio significa retirarse. El silencio es también un fenómeno de ausencia del nombre. No soy dueño de mí mismo, de mi nombre. Soy un invitado en mi casa, solo soy el inquilino de mi nombre.(...) La apropiación del nombre causa mucho ruido. El fortalecimiento del ego destruye el silencio. El silencio reina cuando me retiro, cuando me pierdo en lo innominado, cuando me vuelvo débil: «Blando, quiero decir aéreo y fugaz. Blando, quiero decir fuera de sí y débil. Blando, blanco. Blando, tranquilo».

Nietzsche sabía que el silencio lleva aparejada la retirada del yo. Me enseña a escuchar y a prestar atención. Nietzsche opone a la apropiación ruidosa del nombre el «genio del corazón»: «El genio del corazón, que a todo lo que es ruidoso y se complace en sí mismo lo hace enmudecer y le enseña a escuchar, que pule las almas rudas y les da a gustar un nuevo deseo, el de estar quietas como un espejo, para que el cielo profundo se refleje en ellas […] el genio del corazón, de cuyo contacto todo el mundo sale más rico […] tal vez más inseguro, más delicado, más frágil, más quebradizo […]». El «genio del corazón» del que habla Nietzsche no se produce. Más bien, se retira a la ausencia de nombre. La voluntad de apropiación como voluntad de poder retrocede. El poder se convierte en benevolencia. El «genio del corazón» descubre la fuerza de la debilidad, que se expresa como esplendor del silencio. 

Solo en el silencio, en el gran silencio, establecemos relación con lo innominado, que nos supera.(...)

                     La percepción absolutamente silenciosa se asemeja a una imagen fotográfica con un tiempo de exposición muy largo. La fotografía del Boulevard du Temple de Daguerre presenta en realidad una calle parisina muy concurrida. Sin embargo, debido al tiempo de exposición extremadamente largo, típico del daguerrotipo, todo lo que se mueve se hace desaparecer. Solo es visible lo que permanece quieto. El Boulevard du Temple irradia una calma casi pueblerina. Además de los edificios y los árboles, solo se ve una figura humana, un hombre a quien limpian los zapatos, y por eso está quieto. La percepción de lo temporalmente largo y lento solo reconoce las cosas quietas. Todo lo que se apresura está condenado a desaparecer. El Boulevard du Temple puede interpretarse como un mundo visto con el ojo divino. A su mirada redentora solo aparecen los que permanecen en silencio contemplativo. 

Es el silencio lo que redime.

Byung Chul Han en su libro No-Cosas

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