...Hay muchos grados de silencio, pero, si queremos aprender esta predisposición, este trabajo, en la medida en que depende de nosotros, hemos de aprender a ir gradualmente hacia ese silencio.
Primero, produciendo el silencio de lo que son estímulos
externos: mientras yo esté viendo cosas, la televisión, mientras esté
leyendo el periódico o escuchando la radio, mientras yo esté provocando
estímulos en mi interior, es inevitable que se produzcan automáticamente
respuestas. Y cuantos más estímulos yo permita que entren, de forma
inevitable y automática más respuestas se producirán.
Así, pues, la primera misión es tratar de reducir los estímulos externos a aquellos que son imprescindibles.
En
segundo lugar, producir silencio de palabras externas. Hablamos por
inercia, por costumbre, por convicción, por prejuicio, por estar
dormidos. Muy pocas veces hablamos para decir realmente algo. Yo creo
que nosotros y la humanidad en general no perderíamos gran cosa si
tuviéramos una mayor exigencia en el sentido de tener algo real que
decir. Por lo menos, para la persona que quiere ayudarse a ese trabajo
interior, esto es toda una consigna.
En tercer lugar, producir
silencio de las palabras internas. Las palabras internas son ese dichoso
monólogo, diálogo, comedia, farsa, zarzuela y drama que está ocurriendo
constantemente en nuestra mente: lo que yo me debo a mí, lo que me
imagino que me dicen, lo que diría, lo que yo diré, lo que aparecerá, lo
que ocurrirá. Todo ese fantástico espectáculo que está pasando por
nuestra mente es precisamente lo que hemos de aprender a que no se
produzca. ¿Cómo conseguir que no tenga lugar? Ese espectáculo ocurre
justamente en la medida inversa de mi lucidez; cuanto más lúcido, menos
se produce; cuanto más dormido, más producción.
Hemos de
conseguir el silencio de nuestro nivel emocional. Este silencio se
produce automáticamente al reducir los estímulos externos y los
internos. Porque la emoción no es otra cosa que una reacción automática,
un contraste entre estímulos y modos internos que tenemos de pensar, de
sentir, de querer.
Luego, tratar de producir el silencio en los
sentimientos. El silencio no es algo para pasarlo muy bien, o para
sentir determinada exaltación de sentimiento, por muy elevado que sea el
sentimiento. El silencio es esto, silencio. No se trata de algo
especial. El silencio quiere decir que uno está más allá de todo el
campo fenomenológico, más allá de las experiencias.
Y, por último, tratar de que se produzca el silencio en las sensaciones.
Fijémonos
bien que hemos seguido un orden muy curioso: hemos partido de los
estímulos externos, después hemos hablado de palabras externas y
palabras internas. Luego hemos citado la emoción, los sentimientos y,
por último, las sensaciones. Porque este es, más o menos, el orden que
uno sigue cuando va centrándose, replegándose en su propio centro.
Las sensaciones son lo último, y las ideas, el diálogo, son lo más externo, lo más periférico. Esto que nosotros creemos que es lo más elevado, lo más importante, resulta que es lo más periférico. Por otra parte, esto ya deberíamos saberlo, porque es suficiente con que tengamos un poco de fiebre, o cualquier proceso patológico, para que, de inmediato, esa cosa tan elevada y tan buena que nosotros consideramos que son nuestras ideas desaparezca.
Es decir, que hay que producir el silencio del mundo exterior, el silencio del mundo en mí y el silencio del yo.
...
Del libro Caminos de autorealización Leer más...
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