ERUDICIÓN Y SABIDURÍA, OLAS DE UN MISMO OCEANO



Se entiende, oficialmente, por erudito el que está instruido en varias ciencias o artes, y también el que tiene amplios conocimientos sobre algún tema. La palabra sabio añade algo más. Se llama sabio al que posee un conocimiento profundo sobre algo. O bien, al que posee el alto conocimiento.

Podríamos reservar la palabra sabio para calificar a quien sabe a qué sabe lo que sabe. Esto es: que ha saboreado lo que muestra saber. O, dicho de otra forma, que no habla de memoria.

Si usamos erudito como contrapuesto a sabio, la palabra erudito adquiere connotaciones negativas. No debe ser así. Aunque exista diferencia en la acepción que damos a esas palabras, no debería usarse con sentido contrario u opuesto, mejor complementario. La erudición puede servir a la sabiduría, la sabiduría puede encauzar la erudición. Una persona erudita posee muchos medios para  llegar a la sabiduría, si sabe usarlos. Una persona sabia, si es erudita, utilizará sus conocimientos para aumentar, profundizar y difundir su sabiduría.

Pasa, con mucha frecuencia, que, cuando llamamos a alguien "erudito" le ponemos una etiqueta de sabelotodo, con connotación negativa y despectiva. Mal hecho. Tergiversamos el significado caricaturizándolo incluso. Es lo equivalente al calificativo de "empollón" con el que rebajábamos al compañero estudiante que más sabía de la clase por su capacidad o dedicación al estudio.

El que lleva colgada la etiqueta de erudito no  se ha de sentir, por eso, apartado de la senda de la sabiduría.

Puede que quedara excluido de la sabiduría quien,  poseído de su erudición,  hiciera alarde de ella, como valor absoluto, poniendo de manifiesto su situación de "estar lleno", que incapacita para recibir, como en el cuento de La Taza de Té  que muestra como la erudición impide la sabiduría.

Nadie es más que nadie, por su erudición. 
Nadie es más que nadie, por su  aparente sabiduría. 
Nadie es más que nadie, por lo que habla. 
Nadie es más que nadie, por su silencio. 
Por una sencilla razón: que nadie es más que nadie, por nada.

No es más el agua de la cresta de la ola que salta en acrobacia hacia el cielo, que la que se queda esperándola para recibirla, en abrazo maternal, a su retorno al océano en cuya unidad se funde de nuevo.


J.L. (r)

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